jueves, 21 de marzo de 2019

Quién fue y qué hizo...

  
Y todo lo mejor de la oscuridad y de la luz /resplandece en su aspecto y en sus ojos… Lord Byron…
 Su mirada era algo así como la que tienen los gatos bajo la luna llena: el más profundo de los misterios. Alguna vez habrás oído hablar de ella, ¿No? ¿Estas segura/o?, se llamaba Assia, Assia Wewill, mujer por la que Sylvia Plath, una de las poetas más importantes del mundo literario femenino, y esposa del poeta laureado Ted Hughes, tomará la fatal decisión del suicidio por el abandono de Hughes por Assia, una mujer que como el continente chino, era desconocida a casi todo el mundo. Una mujer que enamoró por igual a hombres y mujeres. Licenciada en Literatura por la Universidad de Vancouver. Divorciada en tres ocasiones. Madre soltera que desafió sin quiebra las convenciones de una sociedad prefeminista y censuradora. Épica y esquiva, sin miedo a los extremos pero frágil a la vez.

Sin embargo, y aunque parezca difícil de creer, tan vivió siempre bajo la sombra de la Plath que hasta puso fin a su vida de la misma manera, solo que con visos más trágicos: incluyó a Shura, la hija de ambos, nacida pocos meses después de la muerte de Plath…
Era una poeta más bien terrestre, con mucho que decir y casi ninguna otra forma de hacerlo que no fuera la pausada sombra de su obsesión por morir:
¿De quién es esta tierra pétrea y lluviosa?       De la Muerte.
¿De quién es todo el espacio?                   De la Muerte.
¿Quién es más fuerte que la esperanza?        La Muerte.
¿Quién es más fuerte que la voluntad?         La Muerte.
¿Más fuerte que el amor?                     La Muerte.
Assia Esther Gutmann, era la hija mayor de Lonya Gutmann, un fisioterapeuta ruso y ateo —pero de padres judíos—, nacido en Riga, y un cuentista nato que mezclaba la realidad con la ficción a su antojo hasta llegar a decir que había sido médico del Ballet Bolshói; y de Elisabetha, Lisa, Gaedeke, enfermera alemana y luterana, alta, majestuosa y despampanante, que atendía a los convalecientes en un balneario en Riga; que siempre vivió en un mundo de fantasia que inicia con la prohibición de los padres de Lonya a que se casara con una mujer de clase inferior y no judía. Ella nació en Charlottenburg, Berlín el 15 de mayo de 1927, hasta que nazis uniformados comenzaron a hacer guardia en la entrada de comercios, bufetes de abogados y consultorios médicos judíos para prohibirles trabajar por orden Adolf Hitler, quién pensaba que esa era una me

dida necesaria para salvar a los alemanes de la plaga judía. Cuando Lonya, fue despedido de su trabajo junto con otros 3.500 médicos más, poco después del cumpleaños de Assia, formaron parte de la primera oleada de judíos que abandonaron Alemania (25.000 en tan solo tres meses), que se refugiaron en Pisa pocas horas, a veces decía que días, antes del inicio del holocausto. Hija de su padre, los amiguitos de Assia escuchaban azorados que se subieron a escondidas en el compartimento de equipaje del tren y que viajaron allí durante horas atravesando Suiza mientras oían los pasos de los guardias nazis.  Tras barajar varias posibilidades, el padre pensó que el mejor lugar para poder volver a ejercer la medicina ortopédica era Palestina, en concreto a Tel Aviv, la única ciudad donde todos los habitantes eran judíos, y no supuso problema vivir con una esposa no judía, y asentarse en una metrópoli que no tenía las mismas condiciones de la Alemania a la que estaba acostumbrado. Assia tenía siete años cuando llegaron a Palestina y comenzó a estudiar su cuarta lengua: hablaba alemán con su madre, ruso con su padre, aprendió italiano en el tiempo que pasaron en Pisa y ahora comenzaba sus estudios de hebreo.
Con el dinero que se habían llevado desde Alemania, pudieron alquilar un piso de tres habitaciones en la primera planta del número 9 de la calle Balfour, porque sobre todo el doctor, quien no consiguió trabajo porque había más de 1.282 médicos judío en Tel Aviv, por lo que no había suficientes pacientes para uno especializado en ortopedia, quería que todo siguiera igual, quería mantener su nivel de vida burguesa y eso resultaba casi imposible: la casa más pequeña y abarrotada de muebles con los que crearon una fortaleza con sus manteles de damasco, preparaban tres comidas al día que servían con la cubertería de plata. Estaba completamente prohibido alzar la voz, por lo que Assia y Celia, la hermana menor, tocaban un cencerro tirolés cuando requerían la atención de su madre, mientras Vati, como lo llamaban sus hijas, se refugió en sus raíces rusas leyendo a Chéjov y Pushkin… Era un hombre egoísta y débil, y prefería que le mantuviera una mujer a trabajar, gustaba la vida fácil, y malgastaba el tiempo jugando al ajedrez con y entre pacientes; entretener a las visitas y en las noches de verano jugar gin rummy en el balcón…resalta Celia. Por su lado, Lisa, la madre, quería que sus hijas recibieran clases de euritmia para mejorar su postura y, a pesar de las dificultades económicas, las vestía con trajes estampados y cuellos de encaje para que parecieran las hijas de un médico acaudalado.


Su vida al igual que la de Plath fue controlada por una madre en todo sentido dominante, quería lo mejor para ellas y las matriculó en la escuela Tabeetha de Jaffa, situada en un barrio árabe, dirigida por una organización cristiana, a la que solo las familias árabes y ricas podían permitirse llevar a sus hijas, pues se esperaba que en el futuro fueran capaces de llevar una vida elegante y ejercer el papel de perfecta anfitriona, pero la familia Gutmann hizo todos los esfuerzos posibles para que su hija mayor ingresara en ella, porque era fiel era fiel al Imperio Británico y se estudiaba en inglés, incluso en matemáticas, los ejercicios eran en libras y chelines. Assia, que solo había estudiado tres años de inglés, dominó en seguida el idioma y en los años posteriores impresionó a todos con un impecable acento que no delataba sus exóticos orígenes…no la mal entiendan era buena persona pero no sabía ser madre. Intentó hacer de nosotras mejores personas, pero a veces perdía por completo el control y desahogaba toda su frustración en nosotras. Entonces nos ataba a Assia y a mí a la ventana por horas por cualquier insignificancia, o le daba una pataleta y si Vati no se movía lo suficientemente rápido para detenerla, salía corriendo por la ciudad en pleno toque de queda: la última vez la tiraron dentro de una celda y se la devolvieron con la advertencia de que ahí volvería porque las balas no eran para desperdiciarse, Assia tenía ataques de rabia parecidos a los de mi madre, solo que se tiraba al suelo gritando y pataleando hasta ponerse morada. Solo se tranquilizaba cuando Vati le ponía inyecciones de tranquilizantes; por lo que no me sorprendió su fin con Hughes...
Durante la Segunda Guerra Mundial, Palestina era la base estratégica para más de cien mil soldados británicos que estaban en Oriente Medio, y que durante los cinco años que duró la guerra, no pudieron volver a casa ante el temor de las minas y los submarinos alemanes. Tel Aviv era su oasis particular. Mientras que en Europa los judíos eran llevados en masa a las cámaras de gas, en Tel Aviv se abrieron cuatrocientos cafés y restaurantes donde los solados se encontraban con las muchachas. Así como fue el joven sargento John Steele conoció a Assia Wevill, que aún no había cumplido los dieciséis años. El 17 de mayo de 1947, Assia y John se casaron en Londres, después de ser admitida por sus propios méritos en la Escuela de Arte del Politécnico de Regent Street. Fueron sus padres quienes financiaron su viaje a Londres. Su mayor aspiración era que Assia consiguiera el pasaporte británico casándose con John porque era la única manera de que los Gutmann pudieran salir de Palestina. Ese fue su primer matrimonio, que nunca fue por amor: Ella lo calificaba en sus diarios de «frío, antipático y repulsivo. No puedo dejarle porque no tengo ni dinero ni trabajo ni nadie más a quien aferrarme en Inglaterra. Unos meses después del casamiento, John, harto de vivir en una isla, compró dos billetes de avión para Vancouver (Canadá) sin decírselo a Assia. Cuando ella se enteró de que debían abandonar Londres intentó suicidarse tragándose cincuenta aspirinas: Assia era una mujer con aspiraciones artísticas y dejar atrás Europa significada la muerte intelectual para ella. Divorciada a los 23 años, una mujer sofisticada y llena de aspiraciones propias de alguien de una clase social superior, tal y como su padre había querido que fuese, educada y preparada para la excelencia pero también era, a su vez, romántica, salvaje y exótica, que a los 25 años llegó su segundo matrimonio con Richard Lipsey. Algún tiempo después, cuando ya vivían en Londres y mientras seguía casada con Richard “Dick”, como si de una Bovary del siglo XX se tratase, Assia desdeñó el cariño de su segundo marido y se enamoró perdidamente de David Wevill cuando éste, un poeta todavía en ciernes, le habló con pasión de la poesía de Wordsworth. Aquello ocurrió en la travesía que traía a Assia y Dick de una estancia veraniega en Canadá con sus familias.
Un día antes de llegar a puerto, Assia se declaró a David. Con él a su lado, Assia tenía por fin lo que había soñado: un poeta con el que leer, escribir, dibujar y cultivar sus pasiones. Fue así como ella comenzó a florecer como artista. Todo lo hacían juntos. Escribían poemas, compartían libros —Dostoievski, Tolstói, y su amado Lorca— y cada uno subrayaba sus pasajes favoritos. Se leían mutuamente en voz alta y Assia, que tenía gran facilidad para los idiomas, inició a David en la lectura de los poetas rusos: Pushkin, Ajmátova, Pasternak y Rilke.
Se separó de Richard en 1959, y a la mañana siguiente ella cogió un barco para marcharse a Birmania con David que vivía allí por trabajo. Una vez en Birmania, Assia dedicaba la mayor parte de su tiempo a leer, dibujar y hacer fiestas en el jardín lo más suntuosas posible. En esas fiestas, los hombres siempre se situaban en torno a Assia como abejas zumbando alrededor de un panal. El 16 de mayo de 1960, al día siguiente de su treinta y tres cumpleaños, Assia se casó con David en la ciudad de Ragoon. Poco después partieron para Londres donde Assia supo que estaba embarazada de nuevo. Esa vez la noticia le hizo ilusión e informó a toda la familia. Pero en septiembre de ese mismo año, Assia tuvo un aborto espontáneo y perdió al bebé.
La pareja decidió quedarse a vivir en Londres. David trabajó de mozo en el departamento de muebles de Harrods mientras escribía poemas y mejoraba su japonés, a Assia le resultó fácil abrirse camino en el mundo de la publicidad en la agencia Coldman, Prentice y Varley, que tenía un largo historial de encargos para el Ministerio de Guerra. Eran una gloriosa pareja poética que por un tiempo rivalizó con la de Ted Hughes y Sylvia Plath. Cuando una de las dos entraba en una habitación, las cabezas se volvían y una especie de estela luminosa los seguía. Juntos eran como los personajes de Scott Fitzgerald, el estilo de los sesenta, su inocencia quedaba enmascarada por la sofisticación y su devoción mutua se daba por sentado…
Según Yehuda Koren y Eilat Negev, los biógrafos de la Wewill, la tragedia de Plath comenzó en el verano de 1961, Assia y David deciden buscar piso en Hampstead para mudarse. Justo en esa época, Ted y Sylvia querían subarrendar su piso en Pimrose Hill. Rápidamente se hicieron amigos y los invitaron cenar, en la gran habitación trasera donde mantuvieron una animada charla sobre sus viajes y estancias en el extranjero. Aquella noche, durante la cena, Assia dijo haber soñado con un enorme lucio, un tipo de pez, que para Ted tenía un significado especial porque él soñó que capturaba uno de proporciones fantásticas la víspera de su boda con Sylvia. En ese momento, Sylvia sintió celos porque sabía todo lo que aquel sueño significaba para su marido. Ted Hughes acababa de publicar Lupercal, un libro donde escribe precisamente de animales. El domingo, mientras Ted y Assia preparaban una ensalada, David y Sylvia charlaban animadamente en el jardín. Sylvia entró un momento a la cocina y los vio besarse. O eso fue lo que Assia quiso que creyera su marido. Después de entrar en la cocina, la actitud de Sylvia cambió completamente y David se dio cuenta. Al dejar la casa de Devon, David le preguntó a su mujer qué le pasaba a Plath y ella le dijo: Ted me ha besado en la cocina y Sylvia lo ha visto...
Cinco semanas después de aquello, Ted viajó a Londres y tuvo la ocasión de ver por primera vez a Assia a solas. El martes 26 de junio de 1962 Ted le dejó una nota en la recepción de la agencia de publicidad donde trabajaba Assia que decía algo así: «He venido a verte, pese a todos los matrimonios». Ahí empezó el amor ilícito. El 9 de julio, después de una tarde de compras con su madre, Sylvia llegó a casa justo cuando el teléfono estaba sonando y lo cogió. No sabemos qué dijo la voz al otro lado, pero Sylvia y Ted se encerraron en su habitación con un portazo mientras Aurelia, su madre, cuidaba de sus nietos. Ted abandonó el hogar esa misma tarde y Sylvia hizo una hoguera en el jardín donde quemó manuscritos y cartas de su marido.  Cuando David se enteró del romance, tiró a la basura el manuscrito de un nuevo libro de poemas que aún no había publicado, se tragó veinte o treinta somníferos Seconal y empuñando un cuchillo birmano, se quedó dormido en el sofá. Assia extrajo su culpa diciendo Ted la había violado aquella misma tarde, y continuo con el romance, en el que hicieron hasta un viaje a España —donde Sylvia y Ted habían pasado su luna de miel— ese mismo verano. El viaje fue justo lo que necesitaban: un oasis donde disfrutar del amor que en Londres debían ocultar a todos sus amigos. Pero cuando volvieron a la ciudad, Assia siguió con David y no tenían intención de casarse ni de establecer su relación. Ted volvió a Devon con Sylvia donde le confesó a su todavía mujer que tenía una vida amorosa secreta en Londres y que era aburrida y asfixiante, pero no la quería. El 11 de octubre, Sylvia llevó a Ted a la estación y comenzaron los trámites de divorcio.
En los meses que siguieron hasta el suicidio de Plath, el 11 de febrero de 1963, ella fue a la casa de Ted a pedirle varias veces que pasaran el verano juntos con los niños, y en una de las visitas, encontró un ejemplar de las Tragedias de Shakespeare que ella había quemado. Lo abrió y vio la dedicatoria de Assia. Aquello fue un golpe mortal para ella, como una bala que alcanza a un animal que corre, supo que Assia ya estaba embarazada de Ted.
Cuando Sylvia se quitó la vida, nadie pudo localizar a Ted para darle la noticia. Solo Assia supo encontrarlo para decirle al oído: Ha ocurrido algo terrible. Sylvia se ha matado… Hughes volvió a casa de Sylvia para cuidar Frieda y Nicholas, y de la mano Assia  sonriendo maléficamente le dijo a Aurelia, la madre de Plath, Ahora estoy inmersa en la monumentalidad de los Hughes, la de ella, y la de él, ¿Qué te parece?


Instalada en la cama aún caliente de Sylvia, riendo a mandíbula batiente, leyó el manuscrito Ariel que la poeta había dejado terminado, sabiendo perfectamente bien que era la musa malvada de la historia. Los hijos y la madre de Plath nada pudieron hacer cuando arrojó a la chimenea la segunda novela de Plath de la que nunca más se volvió a saber más que trataba sobre un matrimonio que intenta sobrevivir a una infidelidad del marido, porque ella misma les dijo que como no confiaba en que Ted lo destruyera, ella lo hizo. 

Lo mismo hizo con el último cuaderno de los diarios de Sylvia según dijo, porque no quería que sus hijos lo leyeran algún día...
Aunque Ted culpó a los antidepresivos que el médico le recetó a Sylvia y al supuesto yo asesino que ella tenía en su interior, sus amigos sabían que algo habían tenido que ver Ted y Assia y querían que ella, la otra mujer, sintiera remordimientos por su papel en toda la historia. Ted la sacó del apartamento de la Plath, pero al verse confrontada fue Assia quien acusó a Sylvia de haberse matado para destruir su felicidad y se quejó de que fue mala suerte que el idilio se viera mancillado por ese desafortunado incidente. A empujones, Ted la sacó de ahí y ella volvió a casa de David que estaba temporalmente en Canadá cuidando de su madre enferma. Después de eso, Ted decidió no vivir con ella en el piso de Sylvia y viajaba con frecuencia a España para impartir cursos. Celia, su hermana pequeña, recuerda que Assia temía envejecer y perder la belleza, quería ser siempre joven como su amado Lorca, cuenta que una vez le escribió en una carta que «me mataré a los cuarenta y dos años. Todos se tomaban a la ligera las amenazas de Assia, lo justificaban por su frivolidad. Transcurrieron los meses y Ted seguía sin hacerle a Assia y a su hija un hueco en su vida. En una de sus cartas le dijo: Cuánto deseo que vivamos juntos los cinco, que seamos una vez más una familia, en lugar de llevar cada uno nuestra casa de locos. Estas largas ausencias resultan muy peligrosas; me demuestran que podría vivir sin ti, pero que en cuanto vuelvo a ponerme en contacto contigo la absoluta independencia parece inútil. ¿Está dentro de la naturaleza de las mujeres o sólo de la mía?...
Por sorprendente que parezca, aquellos días Ted comenzaba una nueva relación con Brenda Hedden, la asistenta social de la familia, pero terminaría casándose en 1970 con Carol Orchard, una enfermera con la que se casó en 1970. El carácter depresivo del autor iba minando a Assia hasta que el domingo 23 de marzo de 1969, a mediodía, lo telefoneó. Habían pasado los últimos cinco días buscando una casa de alquiler en Yorkshire. Los biógrafos de Wevill recogen su testimonio: «Nos mantenía a una agradable distancia: Assia, en Londres, Carol Orchard en North Tawton, y yo en Welcome. Éramos las gallinas en el corral compitiendo por los favores del gallo Assia era la gallina jefa, yo la número dos y luego estaba Carol, y quizá otras. Es inevitable que la vida que he llevado termine así. Que tenga que verme suplantada (¡sub-plantada!) por otras. Ted simplemente se olvidó de ellas, y Assia terminó teniendo problemas para mantenerse a sí misma y a Shura. 

Le daba la impresión de que el tiempo le iba en contra, que se estaba haciendo mayor y ésa era su última oportunidad. Para una mujer tan despampanante como ella resultaba humillante tener que recurrir a una agencia, lo que permite medir el grado de su desesperación…
Antes de suicidarse, Assia dejó escrita una carta para Ted, que desapareció misteriosamente, y otra para su padre, «Mi querido Vatinka»:
Sylvia está creciendo en él, enorme y espléndida. Yo me encojo cada día, mordisqueada por ambos. Me comen.
Créeme, mi queridísimo Vatinka, mi amigo, mi compañero en el exilio y la catástrofe, que lo que he hecho era necesario: no habrías querido otros treinta años de infierno para mí, ¿verdad?
La vida era muy emocionante al principio, pero esta muerte en vida era un precio demasiado alto para pagar por ello.
Gracias por toda tu amabilidad a lo largo de toda mi vida. Te he querido mucho, mi queridísimo padre, y no quiero que llores por mí. Créeme, he hecho lo que debía.
Por favor, no llores por mí, mi querido Vatinka, vivir era infinitamente peor…, infinitamente. He vivido una vida plena y bastante larga. Es necesario saber cuándo no hay más vida que vivir.
Quizá haya otro mundo, si lo hay nos encontraremos en él. Mutti, tú y yo. Fuisteis unos padres excelentes y los dos hicisteis todo lo que pudisteis por mí. Por favor, no creas que estoy loca o que he hecho esto en un momento de locura. Es una simple cuestión de contabilidad. Y no puedo dejar atrás a la pequeña Shura. Es demasiado mayor para que la adopten.
Adiós, Lonya. Padre. Mi pasado protector. Te echo mucho de menos. Adiós, queridísimo.
 Como en el cierre de una novela, el 23 de marzo de 1969, colgó por enésima vez el teléfono a Ted Hughes, su pareja, después de tener una discusión en la que ella insistió en romper definitivamente. Llevaban seis años hablando de vivir juntos. Discutieron, una vez más. Le amenazó con hacer las maletas y marcharse con su hija Shura. No me vuelvas a
llamar, le dijo él y sin esperar respuesta, colgó.  Al colgar, Assia dio el día libre a la niñera. Arrastró un colchón hasta la cocina, puso sábanas limpias. Se preparó un whisky. Luego otro, con algunos somníferos, así seis o siete veces. Fue a buscar a Shura a su dormitorio. La cogió en brazos y la trasladó a la improvisada cama. Apagó la luz y antes de tumbarse junto a la niña abrió la llave del gas del horno marca Horas después, cuando hallaron los cadáveres, tenía la mano desfallecida en el pecho de su hija.  Era un día frío en Londres, hacía apenas cuatro de temperatura, y el sol no asomaba por ninguna parte. Cuando colgó, Assia actuó con diligencia. Se aseguró de que la ventana de la cocina estuviera bien cerrada, fue al dormitorio a buscar unas sábanas y almohadas que colocó en el suelo de la cocina junto al horno de gas, se preparó siete copas de whisky que acompañó con varios somníferos cada una y cogió en brazos a su hija para tumbarla sobre la improvisada cama, junto a ella. Cerró con firmeza la puerta de la cocina, abrió la llave de gas y la puerta del horno y se tumbó junto a la niña. Así acabó todo, exactamente a los cuarenta y dos años que siempre dijo serian su fin...

Para La Colección de espejos: 
Dlia McDonald Woolery

Información y fotos tomados de internet 

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