Nota 1:
A
primera vista, este libro que se construye a sí mismo tan sencillamente, parece
incompleto, y tiene su razón de ser así: Edmundo Retana, es un
poeta que sabe que algo vital del ser del poeta, es saber escuchar los
silencios, pues, como en Los bailes íntimos, Editorial Oro viejo,
1991, Las Silabas de la tierra, Editorial El Quijote, 1994, Pasajero
de la lluvia, Editorial Costa Rica, 2006, y el Reino de las cosas
perdidas, Becas Taller, 2016, todos frutos de Esquinas silentes, 2022,
este libro tiene una conformación aparentemente frágil.
Nota 2:
Existen
dos tipos de poeta: el que sabe por instinto que lo es, este el caso, y los que
estudian para intentar ser poeta, con ello digo que lo somos nunca cambia, pero
quienes somos no deja de sufrir cambios, un hecho más que manifiesto con la
poesía, pero sobre todo con el poeta, cuyo oficio es ser ese pequeño Dios, que
sabe bien que su oficio, es escribir en cada momento que pueda, su propia
manera de ser, sin lucirse, como dirían las abuelitas cuando advertían visitas
y exigían nuestro buen comportamiento, pero sabiendo perfectamente porqué se
hace.
Nota 3:
Escribir, no se hace desde un papel en blanco
que puede perder su condición por cosas menos significantes, sino desde el
lente de tierra por el que ruedan, como semillas de frijol que van saliendo de
sus vainas, una a una, con significado, las palabras con un decir distinto cada
vez que se mencionan, esa es a mutabilidad de la palabra, cambio que no es
advertido por nada más que por la cotidianidad del poeta que en su devenir descubre
que es una sombra que no cabe en las esquinas.
Nota 4:
Sin embargo,
esa cotidianidad se rompe fácilmente por la ausencia de caricias o, el estreñimiento
de los abrazos, proceso también presente en el libro, que nace porque las
esquinas, por la pandemia, se entiende, ya no tienen la misma profundidad, sino
solo una presencia que, como los fantasmas, se extraña porque tienen el poder que
nosotros les demos.
Nota 5:
Hay una
suerte de recursos en el libro que permiten que nos enfermemos con la poética de
Retana: como el virus, aparente germinador del libro, en realidad todo poeta
padece de males asociados como la ausencia, la soledad, la libertad de expresión,
y sobre todo la forma en que escribe un verso que, permite que nos identifiquemos
con el silencio y las esquinas, esta vez como la pieza final de un engranaje,
mucho más amplio, que nos hace construir el poemario con esa fragmentación idílica
de las películas en blanco y negre.
Nota 6:
Amanece
y anoche cada día. Vemos los atardeceres, los altares de la luz, la forma en
que nuestras expectativas de vida, ¿se verá igual desde las esquinas? Esa conversación
es vital en un texto como este, permite construir la imagen del poeta, y en parte
la cura a la enfermedad.
Nota 7 y final:
Sin
caer en la rubicundez del poeta que estudia para ser creador literario, sino como
el que siempre fue, sobre todo porque es absolutamente respetuoso del pensamiento
ajeno, este es un BUEN texto, sobre todo por el cierre que es profundamente
inminente: uno espera que llegue, pero no con toda la fuerza que un silencio fue
lanzar y contener por ese:
Aquí no cesa el viento,
a veces busca hablarme,
yo también quisiera contarle
algo de mí
pero callamos,
luego se escapa
por las avenidas solitarias,
busca el trigo,
la cebada,
la miel de las colmenas,
se queda en la orilla
de los ríos
y desde las ramas
más altas
de los árboles
me llama.
Da
para mucho pensar.
Cierro notas…
Para La Coleccionista de Espejos: Delia McDonald Woolery
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