domingo, 1 de mayo de 2022

In memoriam...


 Ayer, caminando bajo la lluvia con un paraguas negro y un libro bajo el brazo, la chamarra café bronceado, pero sobre todo la tosecilla, me hicieron recordarlo.

Algo me quería decir.

28 de abril: tal como hoy que, llueve respetuosamente sobre los 25 años de su ausencia, nos dejó. Francisco Zúñiga Díaz, nació en 1931, en Rabo mono de Esparza, le llamaba él, Puntarenas. Allá cursó la primera enseñanza, la segundaria en el Liceo Costa Rica. Como estudiante trabajó, en esto y lo otro, para además de ayudar a la madre en la crianza de los hermanos, Adela, María Esther, y Celín, para ayudarse en su preparación académica, y terminó siendo Contador, y después trabajador del Instituto Nacional de Seguros, solo para sobrevivir: todos sabían que su pasión era la literatura: leía cinco libros diferentes diario, y no necesariamente en español; el ruso, aunque no lo hablaba eran sus favoritos.

En ese lugar tuvo un taller literario por más de 20 años.

Fue conocido como sonetista, pero fue apasionado del cuento. Yo no. (Sí apasionada, pero lo demás no). Murió en 1999, y yo... a pesar de todas las cosas que han pasado en mí vida desde que asumí sus talleres, no tengo ni quiero morir sin antes leer todos los libros con olor a encierro que me pasen al frente. Quiero escribir un libro que toque las almas de quienes lo lean, y no morirse sin haber hecho lo que tiene uno qué hacer, no está bien.

Era delgado y no muy alto, con la piel brillante quemada de sol. En los últimos meses desgranaba mazorcas de libros mientras se iba acabando la tarde: por el respirar del viento entre las hojas, él sabía que se extinguía, estaba cansado del piar de los pollitos soñolientos de los libros abandonados que ya no leía, le anunciaban la noche cercana…

Algo quería decirme, estoy segura. Es finales de abril y siempre me pasan muchas cosas en mayo…

Su trayectoria laboral incluyó el haber sido pionero de los talleres literarios, enviado especial de las juventudes comunistas, así como editor de muchos autores nacionales e internacionales, incluido Juan Rulfo y a Martínez Rivas a quiénes conoció personalmente.


Como cada día de ese entonces, alzó su mano con los dedos anular y meñique, eternamente cerrados, en cruz, sobre sus ausentes al norte y al sur, sabían que lo habían abandonado, y aun así, dio la vuelta a sus cosas, tuvo alguna conversacioncilla con Pasternak, eran buenos contertulios, y sintió que no tenía más qué hacer: se vistió con el olor a limpio de sus recuerdos, y cerró sus ojos para siempre.

Murió un 28 abril, casi de madrugada, sin decirme ese algo que de vez en cuando se anuncia, bajo la lluvia de los últimos días de abril y de los primeros de mayo…

Algo quería decirme, la última vez me habló de la ausencia de tres amigos que se fueron sin despedidas, ahora, nada dijo. Entendí que me hablaba de las ausencias, del tiempo, de la memoria...

Caminando bajo la lluvia, desapareció en una esquina.

Me preparó para lo que venga....

Dlia McDonald Woolery

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