Nació en San Juan de los Lagos, Jalisco, 1902, y su vida fue siempre
destino de incomprensión y soledad: casi recién nacida quedó bajo la tutela de
los abuelos, de los que nunca se supo si paternos o maternos, hasta que a los
tres o cuatro años, la recuperó el padre y la tuvo tres meses antes de morir. A
los cinco viajó con sus padres a Aguascalientes y, más tarde vivió con su madre
en Torreón y Saltillo, donde las misas de seis de la mañana formaron su vida
hasta que la casaron con un militar a los catorce años.
Un año después y hasta el 33, se
alió amorosamente, a Rufino Tamayo, 1929-1933, también su profesor de quien
aprendió la técnica de la acuarela, una de sus mayores influencias, aunque debe
verse que influenciaron mutuamente; porque como él, mostró absoluto interés en el arte europeo de
vanguardia para combinarlo con elementos de la cultura mexicana. Era mutuo su amor
al arte, propuestas frescas que cambiarían el rumbo del arte chauvinista
mexicano y se complementaban en una forma casi representativa, hasta que Olga Flores, la
hija aristocrática de un militar porfiriano, pianista de mérito, con dinero y
mucho amor por Tamayo era demasiado fuerte y apasionado como para compartirlo y
ordenó que todo el mundo se olvidara de ella, y el mundo incluido Tamayo, lo hizo
porque los celos de la Flores contra la Izquierdo eran tales que lo obligaron a
no mencionarla ni en público ni con los amigos...
Resignada a decir
que no le importaba mucho el abandono, y porque prácticamente desde 1929, ya
había creado su propia visión a partir de los distintos viajes que realizó con
Tamayo. Descubrió nuevas perspectivas al presenciar el arte extranjero y lo
llevó a México. El resultado fueron obras altamente influenciadas por el
surrealismo, vanguardia que la llevó a representar sus ideas con una
espontaneidad natural, capaz de captar la cultura mexicana a partir de
ideas casi poéticas, por lo que se podía decir que ya tenía un estilo único que le ganó
su primera exposición en la Galería de Arte Moderno en la Ciudad de México, y
el ser la primera mexicana en exhibir su obra en Estados Unidos. Pero no sólo
eso, también presentó su obra en Japón, Francia, India y Chile.
Entre los temas,
que bien podrían parecer vanos, se encontraban bailarinas, circos, caballos,
vacas, perros, mujeres, niños y las tradiciones mexicanas, pero al
representarlas con su estilo, parecían estar en otro plano con un sentido
melancólico, absolutamente solas entre nubes...
Como la mayoría de las mujeres
representativas de su época, fue víctima del machismo, y a
su modo luchó por
combatirlo. En 1937, siendo miembro de la sección femenil de Artes Plásticas de
Bellas Artes de la Secretaría de Educación Pública, organizó una subasta de
arte con un cartel muy alusivo: Proletario, destruye a tus enemigos de clase, detrás
de lo cual declaró que la mujer debía dejar de ser concebida como un objeto y
convertirse en un factor participativo dentro de la lucha de clases, esto
debido a su fuerte influencia del comunismo como muchos artistas de esos
tiempos.
En 1939 estableció
una crítica a las mujeres feministas y a las intelectualoides, que estaban ajenas de la “mujer auténtica”, pues
de acuerdo con ella, no se debía centrar la superioridad de unos sobre otros.
Esto podría percibirse como una crítica directa a Frida Kahlo, y a otras
artistas similares que según la postura de Izquierdo, en vez de ayudar al engrandecimiento de la mujer, entorpecían su
emancipación: El primer obstáculo que tiene que vencer la mujer pintora es la
vieja creencia de que la mujer sirve sólo para el hogar […] cuando logra convencer a la sociedad que ella también puede
crear, se encuentra con una gran muralla de incomprensión formada por la
envidia o complejo de superioridad de sus colegas; después vienen los eternos
improvisados críticos de arte, que al juzgar la obra de una pintora casi
siempre exclaman: “¡Para ser pintura femenina […] no está mal!”. Como si el
color, la línea, los volúmenes, el paisaje o la geografía tuvieran sexo. También
logró percibir que la mujer pintora estaba destinada a una doble
discriminación. Primero por los pintores que la veían como una competencia
estorbosa y por las mujeres conservadoras que la señalaban y juzgaban por estar
en el mundo masculino bohemio.
En 1945: contratada para pintar un mural de 200 metros cuadrados en el en el edificio sede del gobierno de la Ciudad de
México cuya temática sería “La historia y desarrollo de la Ciudad de México; la obra fue suspendida unas
horas antes, principalmente por las opiniones vertidas por su antiguo profesor,
Diego Rivera, del que nunca fue amante, y David Alfaro Siqueiros, bajo el
argumento de que una mujer no estaba preparada para ejecutar una obra de tal
magnitud. Y por decir, Es un delito ser
mujer y tener talento…fue víctima de las intrigas y ataques de la prensa, situación
que la llevó al desgaste físico, moral y emocional, sobre todo cuando se gozaba
de éxito comercial, lo que en aquellos años representaba un triunfo insólito.
Inadvertidamente, poco después
de su matrimonio con Raúl Uribe, un pésimo pintor sudamericano, y peor ser
humano, comenzó a padecer de pequeños derrames
que culminaron en un ataque de hemiplejía: paralizada completa
del lado derecho de su cuerpo en 1945, despertó en la pobreza: Uribe le había
robado todo su dinero, y propiedades y la abandonó, pero aun así, siguió pintando
con un sólo brazo hasta el final de sus días, cuando ya su timbre no sonaba,
cuando sus pinturas ya no eran vendidas, cuando no quedaba más que la mujer que
deseó ser, murió en 1955.
Para La Coleccionista de Espejos:
YKM
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