lunes, 8 de agosto de 2016

Como ríe la luna...de Vernor Muñoz

 Por Patricia Alvarenga Venutolo
 Se trata de una novela histórica ubicada inicialmente en el Caribe costarricense pero la mayor parte de la obra se desenvuelve en  San José.  Es una obra realmente polisémica, que invita a sus lectores a ir más allá del texto, a construir diversas interpretaciones sobre la experiencia ficcional narrada. La veta poética del autor ya se advierte en el hermoso y sugerente título Cómo ríe la luna. Desde mi punto de vista el tiempo, en buena medida circular, en que se mueve la obra tiene que ver con el título.  La luna cambia su apariencia recurrentemente a través de su ciclo, pero es siempre la misma, por eso ríe de nosotros  quienes desde la tierra admiramos sus  transfiguraciones. Las historias narradas, giran alrededor de una temporalidad bien delimitada, pero cada vez que se regresa a la misma historia, el narrador nos desvela nuevas dimensiones de la realidad que, en buena medida, nos hacen replantear la forma en que habíamos imaginado el desenvolvimiento de la trama.  En esta forma descubrimos que la historia como la luna, se ríe de quienes tratamos de asirla, mostrándonos sus diversos rostros que en alguna forma desfiguran aquella imagen coherente que previamente construimos. Esta narración es reiterativa en cuanto regresa a  tiempos narrados  pero lo hace  para cambiar los  énfasis de las narraciones previas, descubrir facetas de la historia,  sentimientos, experiencias que habían quedado ocultos y ahora aparecen dando nuevos sentidos a la misma historia.  En esta forma la novela invita a la reflexión permanente sobre el pasado, a dudar de las historias verdaderas, a encontrar siempre nuevas perspectivas para narrarnos como colectivo o como individuo. En ese regreso al mismo espacio-tiempo pero con miradas distintas, se encuentra  la riqueza misma de la ficción literaria  y de la historia. Se puede regresar infinitamente al mismo lugar y siempre será otro. Lo particularmente atrayente en esta obra  es el juego explícito con la temporalidad que nos mueve, nos incita  a la reflexión  sobre esos retornos siempre reveladores,  siempre trayendo nuevos rostros que alteran  los anteriormente descritos para, en alguna medida, desfigurarlos y convertirlos en algo distinto. La obra, en suma, contiene en su estructura narrativa misma, potencialidades reflexivas sobre la forma en que hacemos historia y literatura y sobre los elementos fundacionales de encuentro entre ambas narrativas. 
Las primeras páginas de Cómo ríe la luna se desarrollan en El Caribe y desde nuestra perspectiva se trata de una relectura de la literatura que ha sido considerada  nacional, es decir, esa literatura que Doris Sommer llama fundacional,  y que se abocó a narrar, en buena medida, la Costa Rica de  la primera mitad del siglo XX . Pienso en Carlos Luis Fallas, Mamita Yunai Carmen Lyra Bananos y hombres,  Joaquín Gutiérrez Puerto Limón y también en otras obras que no se desenvuelven en las bananeras pero que son muy representativas de este período y que también constituyen parte esencial del corpus de literatura nacional. Me refirero a Gentes y gentecillas   de Calufa y a Ese que llaman pueblo de Fabián Dobles. La obra se acerca a estos autores, me parece particularmente en la primera parte, centrada en El Caribe en cuanto explora temas, lugares, espacios,  tratados por ellos, pero para resemantizarlos.  En este sentido se suma a obras como las de Anacristina Rossi y Tatiana Lobo, quienes, a partir de los noventas han ensayado nuevas miradas sobre estos territorios considerados tradicionalmente en la narrativa nacional como inhóspitos, poblados de grupos culturales pobres, poco interesantes.  Pero en este trabajo en particular, El Caribe se nos revela, o por lo menos a mí se me revela (no se si sería la intención consciente del autor) en un diálogo muy productivo con dichas narrativas  fundacionales.  Si bien se narra y con empatía hacia los trabajadores, la huelga bananera del 34, la narrativa no se orienta hacia esos seres acabados por la explotación y las enfermedades de la selva.  Ese trópico muy explorado en la literatura, la historia la antropología de finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX (recordemos Tristes trópicos de Levy Strauss)  lleno de enfermedades, de lugares y animales peligrosos, capaz de devorar seres humanos aun sin la contribución que le brinda la poderosa y cruel compañía bananera,  es radicalmente transformado por la obra. El viaje en tren a Puerto Limón de los hermanos Villalobos parece anunciarnos un Caribe peligroso y cruel.  Por el contrario, descubrimos en la obra  un mundo vital, que sufre la prepotencia de la bananera pero que no se ha dejado absorber por ella.
 Ese Caribe permanece  a una distancia inconmensurable del Valle Central. El mundo josefino se nos revela  en su absurdo racismo, entre otras escenas, cuando la obra nos ubica en la discoteca donde el abogado  Zárate (Cabra) quien  representa un mundo josefino  fascinado por las nuevas tecnologías de la reproducción del sonido  admira una oferta maravillosa que parece dar cuenta de todos los ritmos e intérpretes de la época. Pero el cosmopolitismo del lugar encuentra sus límites, no con ritmos al otro lado del mundo, sino cuando Carlos, el chofer de Zárate pregunta por el kaiso, el ritmo del Caribe y ni siquiera el vendedor,  quien muestra orgulloso su erudición  en temas musicales tiene idea de qué se trata.  San José  cegado por los prejuicios, se pierde  la riqueza del intercambio cultural.  Los hermanos Villalobos, Carlos y Adilo, en cambio,  habían  descubierto   un Caribe maravilloso en sus expresiones culturales y en su naturaleza, paradisiaco, aunque tampoco exento de eventos trágicos que vendrán en los lugares y momentos menos esperados. Efectivamente, esta es una obra donde no hay lugares comunes, cuando creemos que ingresamos en un espacio que ya hemos conocido en la literatura fundacional costarricense, el sentido dado a ese lugar, nos lleva a otros lugares.  En esta forma empieza a quebrarse los estereotipos relativos a los  espacios de sociabilidad vinculados con el  género. Carlos conoce  a una  joven mulata, Paula, en una cantina olorosa a marihuana. Al  leer el texto educados por la literatura nacional, esperaríamos que acto seguido el narrador nos describa un  antro de vicios, de perdición especialmente por la presencia de Paula, una mujer, cuyo papel entre hombres estaría destinado al de la prostituta.  Pero en la obra más bien se trata de un productivo espacio de sociabilidad, no exento de licor ni de marihuana pero ello no hace mella en un encuentro que deja huellas profundas en Carlos.  Paula representa la sensualidad, atributo que recurrentemente se ha asignado a la mujer negra. Pero el autor de ninguna manera se deja atrapar en este estereotipo. Ella es mucho más que un ser que exhala sensualidad, es una mujer independiente, empresaria de éxito, y sobre todo, una mujer autónoma y dueña de sí.  En el cortejo amoroso ella toma la iniciativa, Carlos más bien actúa tímidamente, casi como una recatada dama.
La obra transmite empatía con los participantes en la huelga bananera del 34 y denuncia la explotación de las bananeras.  Pero la empatía no es sinónimo de idealización.  El personaje de Adam Morris, descrito como un excepcional líder comunista, da lugar a una crítica expresa de las políticas en torno a la diversidad cultural de la izquierda. Pues Morris, pese a su trayectoria, “no logró socavar los estereotipos que también cegaban a los comunistas.” (p. 43) Pero Morris aunque sufre en silencio la discriminación de aquellos a quienes les entrega lo mejor de sí, como lo veremos adelante, comparte con el mundo hegemónico  la exclusión a quienes tienen prácticas homoeróticas.
Como lo mencionamos al inicio, la mayor parte de la obra se desenvuelve en San José. Una vez que dejamos el Caribe nos encontramos con la exitosa costurera, la “lúcida” Lucía y su hermana Rosario, quien representa por una parte la mojigatería de la sociedad costarricense y, por otra, esa Costa Rica que  esconde su ascendencia indígena y negra para   representarse a sí misma como blanca. Esa ansiedad  de afirmarse a sí misma en la blanquitud, responde a la necesidad de esconder esa mácula ominosa del ancestro no deseado. Una y otra vez indaga en los archivos en busca de afirmarse pero temerosa de encontrar el temido ancestro indígena. Me gusta mucho cómo en esta imagen de Rosario está representada la  angustia de nuestros pueblos por esconder a otros y en particular a sí mismos esa ascendencia no deseada, esa marca ominosa que está allí alimentando el racismo .
  Mientras la mamá de Paula, Sandra, fue mal tratada por la población josefina de clase media por ser negra, en la actualidad los importantes estudios genealógicos de Mauricio Meléndez, muestran que muchas de las familias tradicionales costarricenses cuentan en su árbol genealógico con ancestros negros, producto de la esclavitud colonial. Poco conocemos sobre los ancestros indígenas pero no es difícil suponer que, si profundizamos un poco en esta dirección, también nos sorprendería su presencia en la familia costarricense. 
Si bien como veremos adelante, las  dos mujeres que rechazan las construcciones hegemónicas de la feminidad, Paula y Lucía, son respondonas, interactúan con la izquierda, con el feminismo de la época, buscando, aunque en vano, una respuesta a sus inquietudes, el homosexual alemán Lothar, decidió no volver a hablar después de la vergonzosa declaración de amor que hizo a Morris, quien sufría la discriminación racista de un partido al que se entregaba en alma y corazón pero no tenía ningún interés en comprender el drama del homoerotismo. El silencio de Lothar representa muy bien el ostracismo a que es condenado por su orientación sexual. Cuando dijo “te amo” sufrió el cruel castigo del desprecio.      En las fuentes judiciales de la época y mucho más allá de la época encontramos que, en relación con las transgresiones sexuales, hombres y mujeres articulan en alguna medida discursos reflexivos sobre su transgresión.   En cambio, los hombres perseguidos por sodomía ante la violencia del rechazo, no pueden articular palabras para expresarse más allá de negar cargos o decir que por efectos del alcohol no recuerda lo sucedido. El silencio es expresión de un poder avasallador, porque hace casi imposible la reflexión de sí, imprescindible para enfrentar la aberración que la sociedad hace cargar sobre el excluido.  (buscar palabra) Cuando Lothar renuncia a la palabra a causa del violento rechazo, ha comprendido el sentido dado en esta sociedad a sus íntimos deseos y en alguna forma lo ha interiorizado. Entonces la reflexión se transmuta en silencio.
Esta obra es iconoclasta en cuanto destruye imágenes e imaginarios sacralizados, crítica de la historia oficial creadora de figuras nacionales muy distantes del ciudadano medio. Es irreverente frente al poder, pero no escogió el autor a los Tinoco o a León Cortés para lanzar sus dardos a los altos mandos del país, sino al viejito simpático, reverenciado creo yo por tirios y troyanos, Ricardo Jiménez Oreamuno. Me gusta mucho su representación en la obra porque devela la construcción de una figura  a través de los medios de comunicación, construcción que, en buena medida pretenden ocultar tras la figura del bonachón y democrático líder, sus responsabilidades en los procesos represivos de la época.
La obra a través del intercambio epistolar entre Lothar y Hans establece un contrapunto entre el nazismo en Alemania y en nuestro país. Es decir, que aquí hubo espacio para  su desarrollo y no fueron de poca monta .  El trabajo sugiere, como lo han hecho los trabajos históricos de Dennis Arias, que Costa Rica ha estado más cercano al nazismo de lo que ha aceptado la historia oficial.  Se respira una atmósfera anti-semita en la clase alta.    La camarilla que controla el poder económico los secuaces que giran alrededor de Marín, tiene como mira la reproducción de su capital y la destrucción de movimientos políticos que atenten contra su poder, a cualquier costo y por encima de todo valor ético.  Quienes no pertenecen a su mundo son mirados como inferiores. En su oficina Matute hace que quien lo visita al sentarse se encuentre bajo su vista. En esta forma el autor representa las distancias de clase y eso que Matute no lleva a cualquiera a su oficina, sino al licenciado Zárate. Es con él, un integrante del prestigioso gremio de los abogados con quien se mide para mostrar su poder.
  Sugiere la obra que el nazismo en Costa Rica tiene sus resonancias en el empoderamiento del militarismo.  Empoderamiento que tiene un responsable, Ricardo Jiménez ya sea con sus acciones o bien con sus omisiones.  En este libro no existe una Costa Rica esencialmente democrática, la represión opera con lógicas y sentidos comparables  al resto de Centroamérica y América Latina, aunque también se guardan las distancias del caso.  Sin embargo, la represión no aparece como hecho casual sino que se practica sistemáticamente.
Una de las escenas que van a ser más comentadas por el público lector es aquella en la que la manifestación comunista conduce a miembros importantes del partido, entre ellos Isabel Carvajal junto con la lúcida Lucía, a buscar protección en la casa de Joaquín García Monge donde se desarrolla una rica discusión política que entre otros temas refiere a la posición del Partido Comunista, en particular de Carmen Lyra, en torno a la ciudadanía femenina. 
La obra va tejiendo cuidadosamente una fiel representación del San José de la década del 30. Ello se logra gracias a que su autor se abocó a  investigar en diversas fuentes primarias como periódicos  cómo era ese San José pero también a la existencia de una  producción histórica importante que le permite  desarrollar no solo los espacios ocupados sino también el sabor, el sentido dado por los habitantes a estos lugares.  Pienso por ejemplo en los trabajos de Florencia Quesada sobre Barrio Amón y de Patricia Vega acerca de la sociabilidad en los espacios públicos.  Me parece que la utilización de la producción histórica para construir espacios y  atmósferas culturales de la época abonan al éxito de la obra haciéndola creíble.  El San José de los treintas todavía está lleno de lugares que nos son familiares. La casa de Cabra “una joyita mudéjar hecha por Gerardo Rovira años antes de construir el Club Unión y el famoso castillete morisco de Anastasio Herrero en el Barrio Amón.” (212-3) El autor nos da una serie de datos con fundamento histórico que abonan al “efecto de verdad”  que los personajes históricos dan  al texto.  
Quiero referirme  a la construcción de los personajes femeninos principales: Paula y Lucía. En realidad los personajes femeninos son los más complejos, cincelados con especial cuidado en la obra. Tienen una especial fuerza en sus valoraciones de la sociedad y, en particular, de los otros que las rodean.  Convencionalmente en las obras de ficción es el hombre el que representa a la mujer. En este caso, desde las  mujeres, en particular de Lucía,  se decantan las figuras masculinas.  Pero Adilio, su enamorado,  no está hecho a su medida, es diferente, sin embargo, entre ambos se desarrolla un exquisito respeto a esa diferencia. Él aunque no comparte todas sus inquietudes políticas y quizá tampoco posee su  capacidad analítica. Pero no por casualidad, Adilio tuvo un padre que no se dejó encasillar en fundamentalismos religiosos o políticos, que buscó en  voces disidentes otras formas de ver el mundo.  Adilio, entonces, acepta sin problemas el pensamiento subversivo, independiente de su amada.  Me encanta ese amor que no demanda la anulación del otro o bien la anulación en el otro. Es un amor en el reconocimiento a la diferencia.  Por otra parte esas mujeres libres, autónomas, se corresponden con hombres que no se ajustan al modelo patriarcal. Por ejemplo,  el papá de Lucía tiene concepciones negativas sobre las demandas libertarias de su hija, pero no logra imponerse y tal vez ni siquiera lo intenta.   
Lucía es un personaje que a mí me parece particularmente fascinante por sus incisivas críticas a la sociedad que le tocó vivir. No deja títere con cabeza.  Lucía recomienda a su hermana que como fruto de su relación con el cura ha quedado embarazada,  el aborto, pero en contraste con la literatura realista, este consejo no viene de una mujer aberrante que va camino a la autodestrucción, sino de una exitosa costurera, que posee un sentido común construido en su crítica constante a la sociedad hipócrita y cargada de asimetrías sociales e identitarias.     Paula es autónoma, vital, mujer de gran iniciativa en los negocios, en sus relaciones amorosas, de buenos sentimientos, pero no tiene la conciencia política de Lucía, no tiene tampoco problemas en hacer negocios con nazis.
Lucía se enfrenta a Carmen Lyra quien insiste en que la problemática social atañe por igual a hombres y mujeres y el feminismo más bien tiende a la división. Para ella las feministas no dejan de compartir  el vicio inexorable de las mujeres de clase alta: la superficialidad.  Lucía comprende que las  reivindicaciones que atañen a  la mujer, si se subsumen a las de clase, simplemente se desvanecen e intenta infructuosamente hacer valer su punto de vista.
Por otra parte, en una ingeniosa escena en la que Cabra entrevista a Ángela Acuña nos enteremos de que Lucía la visitó junto con Paula en busca de espacios críticos  de las asimetrías de género en sus distintas dimensiones pero en realidad,  más bien encontró como respuesta la afirmación de las diferencias entre hombres y mujeres como diferencias esenciales, naturales.  Lucía entonces lee autores anarquistas pues en ellos encuentra una mayor apertura para desarrollar discursividades que van más allá de los maniqueísmos imperantes en nuestras sociedades.   

No puedo dejar de decir, que me fascinó la presencia de mi libro Identidades en disputa en esta obra. No se trata únicamente de que el autor tomara datos históricos de éste y los adaptara a su novela, sino lo que más me impresionó es que el sentido crítico de la obra histórica tiene una presencia protagónica en la novela. Es decir, el espíritu del texto histórico, su implícita y explícita  mirada analítica, ocupa un lugar clave en la novela. Ello lo puedo apreciar especialmente en el personaje de Lucía pero también en forma más sutil en la construcción de los espacios de sociabilidad femeninos que escapan a las preocupaciones atribuidas convencionalmente a las mujeres y también en su participación en espacios públicos de diversión como un elemento que tiene posibilidades significativas de  empoderamiento para las mujeres.  

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