Se trata de una novela histórica
ubicada inicialmente en el Caribe costarricense pero la mayor parte de la obra
se desenvuelve en San José. Es una obra realmente polisémica, que invita
a sus lectores a ir más allá del texto, a construir diversas interpretaciones
sobre la experiencia ficcional narrada. La veta poética del autor ya se
advierte en el hermoso y sugerente título Cómo
ríe la luna. Desde mi punto de vista el tiempo, en buena medida circular,
en que se mueve la obra tiene que ver con el título. La luna cambia su
apariencia recurrentemente a través de su ciclo, pero es siempre la misma, por
eso ríe de nosotros quienes desde la
tierra admiramos sus transfiguraciones.
Las historias narradas, giran alrededor de una temporalidad bien delimitada,
pero cada vez que se regresa a la misma historia, el narrador nos desvela
nuevas dimensiones de la realidad que, en buena medida, nos hacen replantear la
forma en que habíamos imaginado el desenvolvimiento de la trama. En esta forma descubrimos que la historia como
la luna, se ríe de quienes tratamos de asirla, mostrándonos sus diversos
rostros que en alguna forma desfiguran aquella imagen coherente que previamente
construimos. Esta narración es reiterativa en cuanto regresa a tiempos narrados pero lo hace para cambiar los énfasis de las narraciones previas, descubrir
facetas de la historia, sentimientos,
experiencias que habían quedado ocultos y ahora aparecen dando nuevos sentidos
a la misma historia. En esta forma la
novela invita a la reflexión permanente sobre el pasado, a dudar de las
historias verdaderas, a encontrar siempre nuevas perspectivas para narrarnos
como colectivo o como individuo. En ese regreso al mismo espacio-tiempo pero
con miradas distintas, se encuentra la
riqueza misma de la ficción literaria y
de la historia. Se puede regresar infinitamente al mismo lugar y siempre será
otro. Lo particularmente atrayente en esta obra es el juego explícito con la temporalidad que
nos mueve, nos incita a la reflexión sobre esos retornos siempre reveladores, siempre trayendo nuevos rostros que alteran los anteriormente descritos para, en alguna
medida, desfigurarlos y convertirlos en algo distinto. La obra, en suma,
contiene en su estructura narrativa misma, potencialidades reflexivas sobre la
forma en que hacemos historia y literatura y sobre los elementos fundacionales
de encuentro entre ambas narrativas.
Las primeras páginas de Cómo ríe la luna se desarrollan en El
Caribe y desde nuestra perspectiva se trata de una relectura de la literatura que
ha sido considerada nacional, es decir,
esa literatura que Doris Sommer llama fundacional, y que se abocó a narrar, en buena medida, la
Costa Rica de la primera mitad del siglo
XX . Pienso en Carlos Luis Fallas, Mamita Yunai Carmen Lyra Bananos y hombres, Joaquín Gutiérrez Puerto Limón y también en otras obras que no se desenvuelven en las
bananeras pero que son muy representativas de este período y que también
constituyen parte esencial del corpus de literatura nacional. Me refirero a Gentes y gentecillas de
Calufa y a Ese que llaman pueblo de
Fabián Dobles. La obra se acerca a estos autores, me parece particularmente en
la primera parte, centrada en El Caribe en cuanto explora temas, lugares,
espacios, tratados por ellos, pero para
resemantizarlos. En este sentido se suma
a obras como las de Anacristina Rossi y Tatiana Lobo, quienes, a partir de los
noventas han ensayado nuevas miradas sobre estos territorios considerados
tradicionalmente en la narrativa nacional como inhóspitos, poblados de grupos
culturales pobres, poco interesantes. Pero en este trabajo en particular, El Caribe
se nos revela, o por lo menos a mí se me revela (no se si sería la intención
consciente del autor) en un diálogo muy productivo con dichas narrativas fundacionales. Si bien se narra y con empatía hacia los
trabajadores, la huelga bananera del 34, la narrativa no se orienta hacia esos
seres acabados por la explotación y las enfermedades de la selva. Ese trópico muy explorado en la literatura,
la historia la antropología de finales del siglo XIX y la primera mitad del
siglo XX (recordemos Tristes trópicos de Levy Strauss) lleno de enfermedades, de lugares y animales
peligrosos, capaz de devorar seres humanos aun sin la contribución que le
brinda la poderosa y cruel compañía bananera,
es radicalmente transformado por la obra. El viaje en tren a Puerto
Limón de los hermanos Villalobos parece anunciarnos un Caribe peligroso y
cruel. Por el contrario, descubrimos en
la obra un mundo vital, que sufre la
prepotencia de la bananera pero que no se ha dejado absorber por ella.
Ese Caribe permanece a una distancia inconmensurable del Valle
Central. El mundo josefino se nos revela
en su absurdo racismo, entre otras escenas, cuando la obra nos ubica en
la discoteca donde el abogado Zárate
(Cabra) quien representa un mundo
josefino fascinado por las nuevas
tecnologías de la reproducción del sonido
admira una oferta maravillosa que parece dar cuenta de todos los ritmos
e intérpretes de la época. Pero el cosmopolitismo del lugar encuentra sus
límites, no con ritmos al otro lado del mundo, sino cuando Carlos, el chofer de
Zárate pregunta por el kaiso, el ritmo del Caribe y ni siquiera el
vendedor, quien muestra orgulloso su
erudición en temas musicales tiene idea
de qué se trata. San José cegado por los prejuicios, se pierde la riqueza del intercambio cultural. Los hermanos Villalobos, Carlos y Adilo, en
cambio, habían descubierto
un Caribe maravilloso en sus
expresiones culturales y en su naturaleza, paradisiaco, aunque tampoco exento
de eventos trágicos que vendrán en los lugares y momentos menos esperados. Efectivamente,
esta es una obra donde no hay lugares comunes, cuando creemos que ingresamos en
un espacio que ya hemos conocido en la literatura fundacional costarricense, el
sentido dado a ese lugar, nos lleva a otros lugares. En esta forma empieza a quebrarse los
estereotipos relativos a los espacios de
sociabilidad vinculados con el género.
Carlos conoce a una joven mulata, Paula, en una cantina olorosa a
marihuana. Al leer el texto educados por
la literatura nacional, esperaríamos que acto seguido el narrador nos describa
un antro de vicios, de perdición
especialmente por la presencia de Paula, una mujer, cuyo papel entre hombres
estaría destinado al de la prostituta. Pero en la obra más bien se trata de un
productivo espacio de sociabilidad, no exento de licor ni de marihuana pero
ello no hace mella en un encuentro que deja huellas profundas en Carlos. Paula representa la sensualidad, atributo que
recurrentemente se ha asignado a la mujer negra. Pero el autor de ninguna manera
se deja atrapar en este estereotipo. Ella es mucho más que un ser que exhala
sensualidad, es una mujer independiente, empresaria de éxito, y sobre todo, una
mujer autónoma y dueña de sí. En el
cortejo amoroso ella toma la iniciativa, Carlos más bien actúa tímidamente,
casi como una recatada dama.
La obra transmite empatía con los
participantes en la huelga bananera del 34 y denuncia la explotación de las
bananeras. Pero la empatía no es
sinónimo de idealización. El personaje
de Adam Morris, descrito como un excepcional líder comunista, da lugar a una
crítica expresa de las políticas en torno a la diversidad cultural de la
izquierda. Pues Morris, pese a su trayectoria, “no logró socavar los
estereotipos que también cegaban a los comunistas.” (p. 43) Pero Morris aunque
sufre en silencio la discriminación de aquellos a quienes les entrega lo mejor
de sí, como lo veremos adelante, comparte con el mundo hegemónico la exclusión a quienes tienen prácticas
homoeróticas.
Como lo mencionamos al inicio, la mayor
parte de la obra se desenvuelve en San José. Una vez que dejamos el Caribe nos
encontramos con la exitosa costurera, la “lúcida” Lucía y su hermana Rosario,
quien representa por una parte la mojigatería de la sociedad costarricense y,
por otra, esa Costa Rica que esconde su
ascendencia indígena y negra para representarse a sí misma como blanca. Esa
ansiedad de afirmarse a sí misma en la
blanquitud, responde a la necesidad de esconder esa mácula ominosa del ancestro
no deseado. Una y otra vez indaga en los archivos en busca de afirmarse pero
temerosa de encontrar el temido ancestro indígena. Me gusta mucho cómo en esta
imagen de Rosario está representada la angustia de nuestros pueblos por esconder a
otros y en particular a sí mismos esa ascendencia no deseada, esa marca ominosa
que está allí alimentando el racismo .
Mientras la mamá de Paula, Sandra, fue mal
tratada por la población josefina de clase media por ser negra, en la
actualidad los importantes estudios genealógicos de Mauricio Meléndez, muestran
que muchas de las familias tradicionales costarricenses cuentan en su árbol
genealógico con ancestros negros, producto de la esclavitud colonial. Poco
conocemos sobre los ancestros indígenas pero no es difícil suponer que, si
profundizamos un poco en esta dirección, también nos sorprendería su presencia
en la familia costarricense.
Si bien como veremos adelante,
las dos mujeres que rechazan las
construcciones hegemónicas de la feminidad, Paula y Lucía, son respondonas,
interactúan con la izquierda, con el feminismo de la época, buscando, aunque en
vano, una respuesta a sus inquietudes, el homosexual alemán Lothar, decidió no
volver a hablar después de la vergonzosa declaración de amor que hizo a Morris,
quien sufría la discriminación racista de un partido al que se entregaba en
alma y corazón pero no tenía ningún interés en comprender el drama del
homoerotismo. El silencio de Lothar representa muy bien el ostracismo a que es
condenado por su orientación sexual. Cuando dijo “te amo” sufrió el cruel
castigo del desprecio. En
las fuentes judiciales de la época y mucho más allá de la época encontramos
que, en relación con las transgresiones sexuales, hombres y mujeres articulan
en alguna medida discursos reflexivos sobre su transgresión. En cambio, los hombres perseguidos por
sodomía ante la violencia del rechazo, no pueden articular palabras para
expresarse más allá de negar cargos o decir que por efectos del alcohol no
recuerda lo sucedido. El silencio es expresión de un poder avasallador, porque
hace casi imposible la reflexión de sí, imprescindible para enfrentar la
aberración que la sociedad hace cargar sobre el excluido. (buscar palabra) Cuando Lothar renuncia a la
palabra a causa del violento rechazo, ha comprendido el sentido dado en esta
sociedad a sus íntimos deseos y en alguna forma lo ha interiorizado. Entonces
la reflexión se transmuta en silencio.
Esta obra es iconoclasta en cuanto
destruye imágenes e imaginarios sacralizados, crítica de la historia oficial
creadora de figuras nacionales muy distantes del ciudadano medio. Es
irreverente frente al poder, pero no escogió el autor a los Tinoco o a León
Cortés para lanzar sus dardos a los altos mandos del país, sino al viejito
simpático, reverenciado creo yo por tirios y troyanos, Ricardo Jiménez
Oreamuno. Me gusta mucho su representación en la obra porque devela la
construcción de una figura a través de
los medios de comunicación, construcción que, en buena medida pretenden ocultar
tras la figura del bonachón y democrático líder, sus responsabilidades en los
procesos represivos de la época.
La obra a través del intercambio
epistolar entre Lothar y Hans establece un contrapunto entre el nazismo en
Alemania y en nuestro país. Es decir, que aquí hubo espacio para su desarrollo y no fueron de poca monta
. El trabajo sugiere, como lo han hecho
los trabajos históricos de Dennis Arias, que Costa Rica ha estado más cercano
al nazismo de lo que ha aceptado la historia oficial. Se respira una atmósfera anti-semita en la
clase alta. La camarilla que controla el poder económico los
secuaces que giran alrededor de Marín, tiene como mira la reproducción de su
capital y la destrucción de movimientos políticos que atenten contra su poder,
a cualquier costo y por encima de todo valor ético. Quienes no pertenecen a su mundo son mirados
como inferiores. En su oficina Matute hace que quien lo visita al sentarse se
encuentre bajo su vista. En esta forma el autor representa las distancias de
clase y eso que Matute no lleva a cualquiera a su oficina, sino al licenciado
Zárate. Es con él, un integrante del prestigioso gremio de los abogados con
quien se mide para mostrar su poder.
Sugiere
la obra que el nazismo en Costa Rica tiene sus resonancias en el empoderamiento
del militarismo. Empoderamiento que
tiene un responsable, Ricardo Jiménez ya sea con sus acciones o bien con sus
omisiones. En este libro no existe una
Costa Rica esencialmente democrática, la represión opera con lógicas y sentidos
comparables al resto de Centroamérica y
América Latina, aunque también se guardan las distancias del caso. Sin embargo, la represión no aparece como
hecho casual sino que se practica sistemáticamente.
Una de las escenas que van a ser más comentadas por el público lector es
aquella en la que la manifestación comunista conduce a miembros importantes del
partido, entre ellos Isabel Carvajal junto con la lúcida Lucía, a buscar
protección en la casa de Joaquín García Monge donde se desarrolla una rica
discusión política que entre otros temas refiere a la posición del Partido
Comunista, en particular de Carmen Lyra, en torno a la ciudadanía
femenina.
La obra va tejiendo cuidadosamente
una fiel representación del San José de la década del 30. Ello se logra gracias
a que su autor se abocó a investigar en
diversas fuentes primarias como periódicos
cómo era ese San José pero también a la existencia de una producción histórica importante que le
permite desarrollar no solo los espacios
ocupados sino también el sabor, el sentido dado por los habitantes a estos lugares. Pienso por ejemplo en los trabajos de
Florencia Quesada sobre Barrio Amón y de Patricia Vega acerca de la
sociabilidad en los espacios públicos. Me
parece que la utilización de la producción histórica para construir espacios
y atmósferas culturales de la época
abonan al éxito de la obra haciéndola creíble.
El San José de los treintas todavía está lleno de lugares que nos son
familiares. La casa de Cabra “una joyita mudéjar hecha por Gerardo Rovira años
antes de construir el Club Unión y el famoso castillete morisco de Anastasio
Herrero en el Barrio Amón.” (212-3) El autor nos da una serie de datos con
fundamento histórico que abonan al “efecto de verdad” que los personajes históricos dan al texto.
Quiero referirme a la construcción de los personajes femeninos
principales: Paula y Lucía. En realidad los personajes femeninos son los más
complejos, cincelados con especial cuidado en la obra. Tienen una especial
fuerza en sus valoraciones de la sociedad y, en particular, de los otros que
las rodean. Convencionalmente en las
obras de ficción es el hombre el que representa a la mujer. En este caso, desde
las mujeres, en particular de
Lucía, se decantan las figuras
masculinas. Pero Adilio, su
enamorado, no está hecho a su medida, es
diferente, sin embargo, entre ambos se desarrolla un exquisito respeto a esa
diferencia. Él aunque no comparte todas sus inquietudes políticas y quizá
tampoco posee su capacidad analítica.
Pero no por casualidad, Adilio tuvo un padre que no se dejó encasillar en fundamentalismos
religiosos o políticos, que buscó en voces disidentes otras formas de ver el
mundo. Adilio, entonces, acepta sin
problemas el pensamiento subversivo, independiente de su amada. Me encanta ese amor que no demanda la
anulación del otro o bien la anulación en el otro. Es un amor en el
reconocimiento a la diferencia. Por otra
parte esas mujeres libres, autónomas, se corresponden con hombres que no se
ajustan al modelo patriarcal. Por ejemplo,
el papá de Lucía tiene concepciones negativas sobre las demandas
libertarias de su hija, pero no logra imponerse y tal vez ni siquiera lo
intenta.
Lucía es un personaje que a mí me
parece particularmente fascinante por sus incisivas críticas a la sociedad que
le tocó vivir. No deja títere con cabeza. Lucía recomienda a su hermana que como fruto
de su relación con el cura ha quedado embarazada, el aborto, pero en contraste con la literatura
realista, este consejo no viene de una mujer aberrante que va camino a la
autodestrucción, sino de una exitosa costurera, que posee un sentido común
construido en su crítica constante a la sociedad hipócrita y cargada de
asimetrías sociales e identitarias. Paula
es autónoma, vital, mujer de gran iniciativa en los negocios, en sus relaciones
amorosas, de buenos sentimientos, pero no tiene la conciencia política de
Lucía, no tiene tampoco problemas en hacer negocios con nazis.
Lucía se enfrenta a Carmen Lyra quien
insiste en que la problemática social atañe por igual a hombres y mujeres y el
feminismo más bien tiende a la división. Para ella las feministas no dejan de
compartir el vicio inexorable de las
mujeres de clase alta: la superficialidad.
Lucía comprende que las
reivindicaciones que atañen a la
mujer, si se subsumen a las de clase, simplemente se desvanecen e intenta
infructuosamente hacer valer su punto de vista.
Por otra parte, en una ingeniosa
escena en la que Cabra entrevista a Ángela Acuña nos enteremos de que Lucía la
visitó junto con Paula en busca de espacios críticos de las asimetrías de género en sus distintas
dimensiones pero en realidad, más bien
encontró como respuesta la afirmación de las diferencias entre hombres y
mujeres como diferencias esenciales, naturales.
Lucía entonces lee autores anarquistas pues en ellos encuentra una mayor
apertura para desarrollar discursividades que van más allá de los maniqueísmos
imperantes en nuestras sociedades.
No puedo dejar de decir, que me
fascinó la presencia de mi libro Identidades
en disputa en esta obra. No se trata únicamente de que el autor tomara
datos históricos de éste y los adaptara a su novela, sino lo que más me
impresionó es que el sentido crítico de la obra histórica tiene una presencia
protagónica en la novela. Es decir, el espíritu del texto histórico, su
implícita y explícita mirada analítica,
ocupa un lugar clave en la novela. Ello lo puedo apreciar especialmente en el
personaje de Lucía pero también en forma más sutil en la construcción de los
espacios de sociabilidad femeninos que escapan a las preocupaciones atribuidas
convencionalmente a las mujeres y también en su participación en espacios
públicos de diversión como un elemento que tiene posibilidades significativas
de empoderamiento para las mujeres.
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