Tomar entre las manos “Todas las voces que canta el
mar” es desprenderse de la ciudad, del tiempo, de cualquier atadura, y vestirse de lino recién tejido para entrar
en contacto con el olor de la arena y la sal, con los matices del mar, su
espuma, sus secretos coralinos, y esa otra contraparte del mar que se esconde
también en el cielo, en sus nubes de olas, sus celajes rojizos mandarina y sus
lágrimas de un gris inmenso como el gris de la lluvia.
Desde que conozco a Delia, hará poco más de 6 años, en
una Feria del Libro que se afincó en La Sabana, y donde Delia, con otras
compañeras, promovía entusiastamente la lectura y la venta de libros, siempre
la he ubicado como una mujer-poesía; una mujer-proyecto; una mujer-crecimiento;
una mujer promotora de su entorno y de sí misma; una mujer que convierte en
posibilidades las distancias y los
límites. Lectora incansable, siempre con
un libro por compañero. Investigadora por naturaleza, y siempre buscando
verdades tras las mamparas.
“Todas las
voces que canta el mar”
“¿Podría volar
con la mirada rota?...”
Hay una vivencia, una reflexión, que no podemos dejar
de compartir después de habernos adentrado en ese mar y en esas voces: siendo
el leitmotiv del poemario la espera, el desencuentro, la expectativa acerca de
la presencia del amado, el laberinto, la ausencia… Y así, aunque ella asevera…
“…la cuenta de
estos días me rompe las uñas…”
…la palabra de Delia está impregnada de un
contentamiento lapidario que nos lleva de la mano por todo un recorrido con
nostalgia de lejanías, con visiones vívidas, más allá de nuestro Caribe,
visiones y remembranzas que hilan las ausencias de hoy con las ausencias
ancestrales y míticas de otras latitudes.
“El susurro de
las naves que parten
Es la mirada de
los amantes estacionados bajo los
Fragmentos de
sus caricias…”
Poema 9 del
Canto 2, pag 67.- (leer)
Y manifestación
de opuestos, en el Canto 14, pag.77
Canto 13, pág.
75.- (leer)
Y este círculo en el que nos adentramos, esta tramoya
real, o más bien, este signo de infinito, nos deja intuir que, posiblemente, la
amada se desliza buscando y entrecruzándose con la posibilidad del amado, en
una danza sin fin, de encuentros y desencuentros, donde Ulises y Penélope
cambian sus vestidos, su telar y sus barcos, para que la espera sea un develar
placentero de los misterios del otro.
“Debí haber
sido marino en otra vida,
Me gusta
demasiado el mar…
Se más,
Ulises, sé mas
Las lágrimas
son un océano en los ojos”
No hay comentarios:
Publicar un comentario