viernes, 15 de enero de 2016

Taller de Creacion Don Chico..




6
 Y Rabel canta de nuevo

        Biandes, escuchó de nuevo el grito...                       

Se acurrucó de espaldas la ventana.             

Muchas, demasiadas veces, lo había oído.

            Contó al revés el tiempo, hasta llegar a la primera vez: hace un buen chorro de años, cuando se cumplió el primer deseo, 30 años.

Llegó a esa casa, en abril, con su marido, los hijos de marido que era viudo y ninguno suyo.  Llevaba  tres años de casada y mil desde que perdieron la casa que les dejó el padre de ella como herencia y que él se pasó por la garganta con la otra, por estúpida.

El grito, volvió a escuchar, ¡Cómo si importara!

¿Dónde estaría ahora, y qué haría de sus días?    Si solo lo hubiera pensado mejor, pero no, tuvo que dejar el trabajo cuando se casó.    Él se lo exigió.  A él no le gustaba que trabajara y tuviera dinero, siempre se arrepintió...

16 años después, ese marido que le reparó Dios, le construyó la vida con mosaicos de guaro, y  amenazas ...te voy a matar imbecil,... te voy a matar...cállate... si no te rompo el hocico a patadas no entiende.... 

Lo perdió todo y tuvo que irse de arrimada a la casa de una suegra que le reprochaba que  por su culpa, por su grandísimo culpa, el hijo que ella le dio se lo había convertido en un malandro, que no daba pie en bola con ninguna de las dos, pegado siempre al filo de la botella. ...Si usted fuera como la que se le murió...él nunca fue así con ella...  Su culpa, porque ella era la esposa, la educada y la que estudió y la que se casó porque todos querían, porque ya estaba vieja, la que todo lo observaba porque no podía hacer más.   

    Dicen las leyendas que eso fue lo que inició todo.

    Entre rezos y trifulcas la vieja se  fue muriendo y un día ya no amaneció en la casa:  la fueron a encontrar en el potrero, 3 días después, con la cara y las manos aferradas a la tierra.     Dicen que se iba escondiendo de alguien, la vieron corriendo desde temprano, pero no vieron más, estaba aterrorizada pero todos creyeron que estaba loca, la edad y todas esas cosas que les pasan a algunos viejos...    Pero no murió de susto, cuchillo o bala, se secó como una planta con  matapalo.    Ni la herencia peleó, ¿para qué?  Para dejar muy claro su voluntad, le dejó a la otra la mitad de la casa, la mitad bonita, la que ella, cuando trabajaba le arregló,  la sala con sus muebles, el comedor, los cuartos grandes a la otra y a él.  A ella solo le tocó el cuarto de la cocina, el fogón, dos cuartuchos del fondo y el patio en que sembró el higuerón.

    La leyenda eso decía, pero no se fue, se quedó en los cuartos del fondo y a partir de ese momento, solo pensó en morir, ¿Para que vivir en medio de ese cerro de martirios, el trabajo, los maltratos ahora de dos?  Pero no, no se fue, la rabia y la impotencia, de ese no poder hacer nada se le cuajaron en la venas.

Nadie  y nada.    Eso era y así se lo contó al higuerón, que empezó a crecer y a mudar de piel.    La primera en morir fue la vieja, y desde entonces, el primer árbol se puso bonito y bello como una hembra en celo, desde el patio, cuando era apenas una rama, notó la sabia del higuerón y mientras crecía; la miraba ir por las noches por el pueblo envuelta en hojas, buscando un nido.

          
  Un grito nuevo, profundo, sacudió las cortinas de la ventana. 

Aun así, no movió la espalda.   ¡Váyanse al diablo!    De ahí no podrán salir, ustedes se lo buscaron.

La casa se llenó de sal. 

 {El Higuerón dio fruto.}

 Una sal extraña que entraba por las ventanas y se avecindaba entre los conocidos y los hijos de la otra que seguían llegando y desapareciendo.

Las calles.    Se  los fueron tragando en mítines infantiles, bajo las ruedas de algún carretón en donde se metían a jugar o se quedaban atrapados en el novenario recurrente de alguna esquina.   Ya pronto no quedó ninguno y la sal se extendió y poco a poco,  hasta los recién nacidos de la casa del vecino y la casa que seguía y la otra se fueron contagiando.                Potrero a potrero, casa por ventana, calle a calle, pueblo a pueblo, la gente se fue,  a medianoche como una corriente de fantasmas murmurando oraciones contra el filo de los crucifijos.  

La gente, el pueblo entero se fue embalado de silencio y angustia, antes... antes de que los alcanzara.  Se quedaron solos, heredaron el pueblo, todas las casas y los objetos solo para tres, junto al fantasma que andaba por los cascarones vacíos de las casas, buscando más almas que guardar.

De nuevo, el grito. 

Hay un eco lejano, una respuesta viene de regreso.

Cuando se quedaron solos, ella y él se fueron del pueblo.

La propia como suelen hacerlo todas las mujeres con marido se quedó esperando un no sé qué sentada junta a la olla de los frijoles vacíos.  Pero tuvieron que volver porque la Sal los perseguía a ellos y de repente él...  se volvió gente y la trataba como antes, de novios y le hablaba y le contaba de las cosas y de la ciudad  y sus mareas de edificios y ella lo escuchaba con sus ojos de grieta sin evitar el silencio; ya se había acostumbrado a hablar solo con el  higuerón y sus palabras, palabras y el higuerón y los retoños, ¿Qué se habrían hecho?

Al final se quedaron las dos y el higuerón.    Tres de nuevo.

Él se fue a la ciudad. 

Dos días la carta apareció sentada sobe la mesa.  

Las papas se embarraron de aquel papel azul con letra de hombre...  “ me voy, te quedás con la casa, los recuerdos,  el fantasma de la sal y la muerte..., yo ya no quiero más ni de Carmen ni de vos…”

Con que así se llamaba, Carmen.

Se fue porque encontró trabajo en la ciudad y en la tarde les vinieron a decir; bajito y sin asombró, casi como si lo esperaran;  lo mató una llanta...   la otra lloró desconsolada.    Ella cerró sus ojos de grieta.   

Por la ventana el higuerón lo había escuchado todo y floreció orgulloso.

Carmen trató de irse, pero rompió a llover, como nunca.   Lluvia sobre lluvia y después sobre
el lodo batiéndose cada vez que miraban la lejanía del río, ahogándose, gritando que ya no podía más con tanta  agua.  Las  tejas se hicieron música por el  tiempo en que se hicieron amigas y terminaron por habitar el hedor de la lluvia.  Fue cuando dejó de llover...        

¿Dónde están?            Le preguntó una mañana.

Afuera...

       No le creyó y,  con el barro por pantalones salieron al patio.    El higuerón  estaba de espaldas, viendo al sol, recogiendo los rayos como si pensara, alegre y sin preocupaciones en la dicha de secarse los zapatos; pero cierto, de entre sus goznes y cruces, emergían las articulaciones de manos asustadas; las caras de todos los que se habían ido rezando a  medianoche, queriendo escapar de su guadaña...

Un ultimo grito estranguló la madrugada.               

Ya iba lejos.

Solo entonces, Biandes y sembró un nuevo higuerón…
                               el otro también se fue, con  Carmen,  ni se despidió


Para La Coleccionista de Espejos:
                                                                           DMcD

1 comentario:

la coleccionista dijo...

Con esas ilustraciones lo único q pienso es que estas propuesta a que la próxima vez que pase cerca del lugar ese, porque existe, salga corriendo o de plano cargue sierra para volarle al árbol ese, verdad?
JD

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