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Y Rabel canta de nuevo
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Se acurrucó de espaldas la ventana.
Muchas, demasiadas veces,
lo había oído.
Contó al revés el
tiempo, hasta llegar a la primera vez: hace un buen chorro de años, cuando se
cumplió el primer deseo, 30 años.
Llegó
a esa casa, en abril, con su marido, los hijos de marido que era viudo y ninguno
suyo. Llevaba tres años de casada y mil desde que perdieron
la casa que les dejó el padre de ella como herencia y que él se pasó por la
garganta con la otra, por estúpida.
El grito, volvió a escuchar, ¡Cómo si importara!
¿Dónde estaría ahora, y qué haría de sus días? Si solo lo hubiera pensado mejor, pero no,
tuvo que dejar el trabajo cuando se casó.
Él se lo exigió. A él no le
gustaba que trabajara y tuviera dinero, siempre se arrepintió...
16 años después, ese marido que le reparó Dios, le construyó la vida con
mosaicos de guaro, y amenazas ...te
voy a matar imbecil,... te voy a matar...cállate... si no te rompo el hocico a
patadas no entiende....
Lo
perdió todo y tuvo que irse de arrimada a la casa de una suegra que le
reprochaba que por su culpa, por su
grandísimo culpa, el hijo que ella le dio se lo había convertido en un
malandro, que no daba pie en bola con ninguna de las dos, pegado siempre al
filo de la botella. ...Si usted fuera como la que se le murió...él nunca fue así con ella...
Su culpa, porque ella era la
esposa, la educada y la que estudió y la que se casó porque todos querían,
porque ya estaba vieja, la que todo lo observaba porque no podía hacer
más.
Dicen las leyendas que eso fue
lo que inició todo.
Entre rezos y trifulcas la
vieja se fue muriendo y un día ya no
amaneció en la casa: la fueron a
encontrar en el potrero, 3 días después, con la cara y las manos aferradas a la
tierra. Dicen que se iba escondiendo
de alguien, la vieron corriendo desde temprano, pero no vieron más, estaba
aterrorizada pero todos creyeron que estaba loca, la edad y todas esas cosas
que les pasan a algunos viejos... Pero
no murió de susto, cuchillo o bala, se secó como una planta con matapalo.
Ni la herencia peleó, ¿para qué?
Para dejar muy claro su voluntad, le dejó a la otra la mitad de la casa,
la mitad bonita, la que ella, cuando trabajaba le arregló, la sala con sus muebles, el comedor, los
cuartos grandes a la otra y a él. A ella
solo le tocó el cuarto de la cocina, el fogón, dos cuartuchos del fondo y el
patio en que sembró el higuerón.
La leyenda eso decía, pero no
se fue, se quedó en los cuartos del fondo y a partir de ese momento, solo pensó
en morir, ¿Para que vivir en medio de ese cerro de martirios, el trabajo, los
maltratos ahora de dos? Pero no, no se
fue, la rabia y la impotencia, de ese no poder hacer nada se le cuajaron en la
venas.
Nadie y nada. Eso era y así se lo contó al higuerón, que
empezó a crecer y a mudar de piel. La
primera en morir fue la vieja, y desde entonces, el primer árbol se puso bonito
y bello como una hembra en celo, desde el patio, cuando era apenas una rama,
notó la sabia del higuerón y mientras crecía; la miraba ir por las noches por
el pueblo envuelta en hojas, buscando un nido.
Aun así, no movió la espalda. ¡Váyanse al diablo! De ahí no podrán salir, ustedes se lo
buscaron.
La casa se llenó de sal.
{El Higuerón dio fruto.}
Una sal extraña que entraba por
las ventanas y se avecindaba entre los conocidos y los hijos de la otra que
seguían llegando y desapareciendo.
Las
calles. Se los fueron tragando en mítines infantiles,
bajo las ruedas de algún carretón en donde se metían a jugar o se quedaban
atrapados en el novenario recurrente de alguna esquina. Ya pronto no quedó ninguno y la sal se
extendió y poco a poco, hasta los recién
nacidos de la casa del vecino y la casa que seguía y la otra se fueron
contagiando. Potrero a
potrero, casa por ventana, calle a calle, pueblo a pueblo, la gente se
fue, a medianoche como una corriente de
fantasmas murmurando oraciones contra el filo de los crucifijos.
La gente, el pueblo entero se fue embalado de silencio y angustia,
antes... antes de que los alcanzara. Se
quedaron solos, heredaron el pueblo, todas las casas y los objetos solo para
tres, junto al fantasma que andaba por los cascarones vacíos de las casas,
buscando más almas que guardar.
De nuevo, el grito.
Hay un eco lejano, una respuesta viene de regreso.
Cuando se quedaron solos, ella y él se fueron del pueblo.
La propia como suelen hacerlo todas las mujeres con marido se quedó
esperando un no sé qué sentada junta a la olla de los frijoles vacíos. Pero tuvieron que volver porque la Sal los perseguía
a ellos y de repente él... se volvió
gente y la trataba como antes, de novios y le hablaba y le contaba de las cosas
y de la ciudad y sus mareas de edificios
y ella lo escuchaba con sus ojos de grieta sin evitar el silencio; ya se había
acostumbrado a hablar solo con el
higuerón y sus palabras, palabras y el higuerón y los retoños, ¿Qué se
habrían hecho?
Al final se quedaron las dos y el higuerón. Tres de nuevo.
Él se fue a la ciudad.
Dos días la carta apareció sentada sobe la mesa.
Las papas se embarraron de aquel papel azul con letra de hombre... “ me voy, te quedás con la casa, los
recuerdos, el fantasma de la sal y la
muerte..., yo ya no quiero más ni de Carmen ni de vos…”
Con que así se llamaba, Carmen.
Se fue porque encontró trabajo en la ciudad y en la tarde les
vinieron a decir; bajito y sin asombró, casi como si lo esperaran; lo mató una llanta... la otra lloró desconsolada. Ella cerró sus ojos de grieta.
Por la ventana el higuerón lo había escuchado todo y floreció orgulloso.
Carmen trató de irse, pero rompió a llover, como nunca. Lluvia sobre lluvia y después sobre
el lodo batiéndose cada vez que miraban la lejanía del río, ahogándose, gritando que ya no podía más con tanta agua. Las tejas se hicieron música por el tiempo en que se hicieron amigas y terminaron por habitar el hedor de la lluvia. Fue cuando dejó de llover...
el lodo batiéndose cada vez que miraban la lejanía del río, ahogándose, gritando que ya no podía más con tanta agua. Las tejas se hicieron música por el tiempo en que se hicieron amigas y terminaron por habitar el hedor de la lluvia. Fue cuando dejó de llover...
¿Dónde
están? Le preguntó una mañana.
Afuera...
No le creyó
y, con el barro por pantalones salieron
al patio. El higuerón estaba de espaldas, viendo al sol, recogiendo
los rayos como si pensara, alegre y sin preocupaciones en la dicha de secarse
los zapatos; pero cierto, de entre sus goznes y cruces, emergían las
articulaciones de manos asustadas; las caras de todos los que se habían ido
rezando a medianoche, queriendo escapar
de su guadaña...
Un ultimo grito estranguló la madrugada.
Ya iba lejos.
Solo entonces, Biandes y sembró un nuevo higuerón…
el otro también se fue, con Carmen,
ni se despidió
1 comentario:
Con esas ilustraciones lo único q pienso es que estas propuesta a que la próxima vez que pase cerca del lugar ese, porque existe, salga corriendo o de plano cargue sierra para volarle al árbol ese, verdad?
JD
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