Miércoles 9 de mayo de 2012. Centro Cultural de México
Abril Gordienko López
Buenas noches, señoras y señores.
Me siento
muy honrada de presentarles a un grupo de queridos amigos, que es también un
grupo de valientes: los miembros del Taller Literario La Garúa. Digo que
valiente porque, a pesar de las dificultades, las dudas y la oscuridad que a
menudo ataca a los escritores, ellos, consientes de que la mejor, y a veces la
única recompensa tras la dura labor de escribir, no es otra que la escritura
misma, se han empeñado en ejercer su vocación.
Dice Vargas Llosa que “de esa propensión a apartarse
del mundo real, de la vida verdadera en alas de la imaginación, al ejercicio de
la literatura, hay un abismo que la gran mayoría de seres humanos no llegan a
franquear. Los que lo hacen y llegan a
ser creadores de mundos mediante la palabra escrita, los escritores son como
una minoría...”(1)
Pues bien, Gloria Henao, Elba Cleves, Floria
Herrero, Edelmári Pérez, Liana Fornier de Serres, armando Peña, Solum Donas y
Aramis D’Alessio, son parte de esa minoría con el coraje para acometer el
proceso transformador del intelecto y del espíritu que se ha venido gestando en
el interior de cada uno desde la infancia, porque la vocación literaria nace de
la mano de las fantasías infantiles y se afianza en el momento en que se
aprende a leer. La procesión hacia la
escritura literaria pasa, inevitable y recurrente, por la estación de la lectura. Según Sartre, se leen novelas porque “hay
algo que falta en la vida de la persona que lee, y esto es lo que busca en el
libro.”(2)
Claro está,
no todos los lectores se convierten en escritores. Solo algunos; solo los que sienten una inclinación
poderosa, magnética, a vivir una doble vida:, una, la que transcurre en el
universo físico gobernado por los sentidos, y otra, la que se desarrolla dentro
de la mente. De este modo, mientras sus
sentidos experimentan todos los estímulos propios del mundo real, la mente del
escritor o escritora está perennemente, sin descanso, construyendo historias:
al despertarse, en medio de la conversación, frente a una obra de arte, en un
momento de meditación, al escuchar una sinfonía, ante un acontecimiento ajeno,
al leer un poema, o durante.
Hay algo de don y algo de voluntad, algo
infuso y algo racional, algo de inspiración y algo determinación, en esos pocos
hombres y mujeres que se atreven a transformar
el abundante material que puebla sus mentes en palabras que fecundan el
páramo de un papel o de una pantalla en blanco.
Este es el paso más arduo: el de materializar esas construcciones
imaginarias.
¿Por qué escriben?;
les pregunté a cada uno. Las respuestas, si bien diversas, comparten una
naturaleza común: una intima sensación de que escribir es una de las mejores
cosas que les ha pasado. Ya sea para
descubrir lo que se oculta bajo la superficie de su cerebro consciente, para
materializar los pensamientos de su verdadero yo, para expresar sus pasiones,
sus ideas o su inquietud con la realidad, para apropiarse del mundo que les
gusta, el que no tanto, para volar, para recuperar la memoria propia y la
ajena, darle voz a las victimas del silencio, crear vivencias distintas de las
suyas, hermanarse con el resto de la Humanidad a través de la palabra
escrita. Creo que lo anterior se puede sintetizar
en una frase expresada por Armando Peña: se escribe para imprimir la huella
digital de su mundo interno.
Dijo alguien que “Escribir no es solo inspiración,
sino también transpiración” (3).
La buena escritura es producto de muchas horas de trabajo, de construir
y demoler, de avanzar y devolverse, “de podar u rescribir” (4). Cada vez que se relee una frase escrita
surgen versiones distintas, formulas inesperadas, voces que conducen rutas oníricas. Otras veces, la mente se pone en blanco y no
encuentra el conjuro que libera las palabras
necesarias para continuar. Kafka describió
muy bien las dificultades del oficio: “…Nunca puede uno estar lo suficientemente
solo cuando escribe, (…) nunca puede uno rodearse de bastante silencio, (…)
incluso la noche resulta poco nocturna.” (5)
Elba,
Floria, Edelmári, Gloria, Armando, Solum y Aramis se encontraron en los talleres
de creación literaria del escritor Ricardo Martin Figueroa, el Maestro con mayúscula,
que los guío en una fascinante excursión al reino de las hipálages y las
prosopopeyas, de las fórmulas mágicas para transformar llanuras en selvas exóticas
de composiciones literarias impecables y geniales. El discípulo de Sábato y de Roa Bastos,
conocedor profundo de Borges y, de Joyce, enriqueció en una medida sin medida
el talento natural de estos escritores. Cuando
Ricardo partió en 2009 para encontrarse con sus musas en una dimensión impalpable,
dejó muchos huérfanos; algunos nos desbandamos para seguir buscando como
encauzar nuestra vocación. En cambio, nuestros amigos de La Garúa, así como el agua
siempre encuentra por donde abrir brecha y pasar, encontraron una ruta para
continuar escribiendo y creciendo juntos.
Con extraordinaria disciplina se dedicaron a trabajar apoyados tanto en
el invaluable legado del Maestro, como los unos con los otros, con acuciosidad,
gran sentido crítico y un desinteresado compañerismo. En el camino se les unió Liana, la única del
grupo que presentan hoy relatos para niños.
Sin duda el abanico de nacionalidades de los
autores y sus diversas ocupaciones y destrezas, enriquecieron la experiencia
creativa grupal y su resultado. Entre ellos
hay costarricenses, uruguayos, colombianos y una española, madres y padres,
abuelos y abuelas, una artista plásticas, dos músicas, un abogado, una
ingeniera, un medico-dibujante-escultor, un ama de casa, un matemático, por
citar algunos de los atributos de estas polifacéticas personas. Varios de ellos también cuentan a su haber
creaciones literarias anteriores y algunas publicaciones individuales y
colectivas. Lo que ha hecho este grupo,
que es muy novedoso, y requiere de especial capacidad para trabajar en equipo,
asi como altas dosis de camaderia y solidaridad, ha sido preparar y publicar
sus obras al unisono. Lo que nos ofrecen
hoy estos talentosos escritores no es una antología de cuentos, sino 8 libros
de relatos ingeniosos, realistas y surrealistas, comicos, plenos de ironia,
tristes, brutales, agudos, musicales, trágicos, liricos, eróticos,
sorprendentes, algunos con personajes tiernos, otros explosivos, otros truculentos. Y todos de una expresividad tan bien lograda,
que al leerlos se nos repleta la mente de imágenes. Mil aromas se nos cuelan
por la nariz, la piel se nos pone de gallina, los ojos se nos inundan, la risa
rebota entre las paginas, la mente despega y nos pica el gusanillo de querer
continuar con la lectura. Por suerte se
nos ofrece hoy la posibilidad de emprender un viaje literario a través de cerca
de 500 relatos plasmados en 8 pequeñas grandes obras:
·
El bardo errante, de Armando Peña
·
Va de cuentos, de Elba Cleves
·
Divertimentos y caprichos, de Solum
Donas
·
Los pajaros de la muerte de, Edel Mari
Pérez
·
Estación Azrael, Gloria Henao
·
Arturo el pequeño fantasma, de
Liana Fornier de Serres
·
Cuentos sin cuentos, de Floria
Herrero
·
Santa Clara de los Confusos, de
Aramis D’Alessio.
Ahora tengo
el gusto inmenso de dar la palabra a sus autores. Con ustedes Armando Peña Sarria…
(1)
Vargas Llosa, Mario, Cartas
a un joven escritor, Editorial Alfaguara, 1era edición, 2011, p. 14
(2)
Sartre citado Piglia, Ricardo, El
ultimo lector. Ed. Anagrama, Argentina, 2005, p.143
(3)
Peña, Luis Bernardo, ¿Qué
significa escribir?, ensayo: http://WWW.mineducacion.gov.vo/1621/article-122242.html
(Peña es profesor e investigador, en el Proyecto Leer y Escribir en la
Universidad, en la Facultad de Psicología de la Pontifica Universidad
Javeriana, Colombia).
(4)
Ibídem.
(5)
Kafka citado Piglia, Ricardo, Op.
Cit. P.43
Para La Coleccionista de Espejos:
Presentación de la autora entregada a Franklyn
Perry...
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