Rodrigo Villalobos J.
Hasta que salí de Puriscal crecí aporreando frijoles y cuidando ganado. Luego, en San José, trabajé como brequero del ferrocarril, barbero, aprendiz de curtidor de cueros, acomodador de cine, hojalatero reparador de canoas, ¿qué no hice para ganarme el cinco y poder llevar comida a tanto güila que tuvimos?
Cuando por descuido alguien saltó una braza del fogón y se prendió la leña y salimos todos corriendo, con lo que teníamos puesto, aprendí que lo que duro se gana, puede irse taaaan rápido: nada es para siempre, como decía mi Tata, “dura más un elote en el hocico diun chancho”...
Pero hay excepciones. Entre mis tesoros estaba aquel viejo y pequeño espejito, que me dio mi máma cuando me fui del pueblo: me acompañó por tantos años aunque se fue escarapelando, los bordes despintados recortaron mis canas y me hicieron la barba mientras envejecíamos: mi amuleto de recuerdos que siempre me los traía a la memoria el calor de mi familia y el cariño que recibí de mis mayores siempre… me acompañó tanto tiempo hasta aquel día en el hospital…
Polvo somos y en polvo nos volveremos; está escrito en alguna parte. Hace tiempo quedé viudo y sin compañía, las fuerzas de campesino con que crecí me fueron abandonando y mis ochenta y siete años pesan bastante. De tantos hijos, nietos y bisnietos que hubo, ahora estoy prácticamente solo. La mente ahora me falla, los recuerdos no son tan nítidos, se me van las ideas; pero siento la indiferencia de los que me rodean…-Mire, firme aquí- me dijeron. Nunca supe para qué, creo que autorizando a alguien a retirar la platilla de mi pensión, el traspaso de mi casa y otros enredos; los documentos legales son siempre parecidos y ya olvidé para qué eran; el final fue que teniendo casa propia, me tocó rodar de lugar en lugar; yo no los culpo, de verdad renqueo al caminar, me cuesta bañarme por mi cuenta, y la comida especial, no hay quien me la prepare, ahora convivo con reproches y reclamos, -que como estorba el agüelo-, -qué asco verlo sin dientes- nadie se acostumbra a la desidia ni a los maltratos constantes. Eso sí, no olvido hacerme la barba todas las mañanas y aunque esto molesta a la gente, pues duro mucho en el baño, puedo decir que me alegra, pues veo mis recuerdos en el espejito, que colgado de un clavo me permite reencontrarme con mi pasado.
Para una Navidad, siguiendo el consejo de mi nuera, fui a dar con mis huesos al Hospital: curaciones y exámenes de rigor muy cerca Nochebuena para que todos pudieran disfrutar de sus planes, paseos y fiestas… Después de quince días internado, la trabajadora social me requete preguntó por el número de teléfono de la casa, para confirmarlo, porque ya “la salida”, estaba lista y la gente no respondía. Ilusionado, esperándolos, me quité la ropa de hospital, alisté una bolsa de plástico con mis cosas, los anteojos de leer, la maquinilla de la barba, junto a mi infaltable y querido espejito que, como un rayo de luz en la oscuridad, agradecía el aprecio de los compañeros del salón que me recibieron con risas y chistes e igual se despedían: al fin volví a sentir un poco el calor de la gente. Cuando llegó el momento convenido, fui a esperar a que me recogieran; con paciencia me senté en la banca de la salida y esperé, esperé y más que esperé: nadie llegó a recogerme y me tuve que regresar al salón, pero ya mi cama había sido asignada a otro: como en una película en cámara lenta, en ese momento se me deslizó de entre los dedos la bolsa y al caer al suelo, escuché un ruido horrible, de vidrios rotos.
Estoy a la espera de que no se quién aparezca por aquí…
A ver si me voy a algún lugar no se adónde… y aunque aprendí a no aferrarme a lo material, si me duele mi espejito, que por tantos años me acompañó y que ahora se lo llevan en pedacitos; junto al polvo, entre las hebras de una escoba vieja y torcida.
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Diagnostico:
Eventual; es una palabra que no corresponde a ningún escritor. Aquí queda claramente demostrado el valor del trabajo literario y que vale mucho la visión y adaptabilidad que le damos al mundo que nos rodea…
Dlia Mc Donald
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