martes, 17 de enero de 2012

A Carmen Naranjo


    Cuando se tiene 15 años y los códigos de la vida aun se están descubriendo, es difícil entender el poder que posee quien  esta fuera de las cuatro paredes de la cotidianidad.  Hasta que de pronto aparece y comprendes que aquella persona impactara los años  maduros de tu vida.
Así era doña Carmen,  o al menos así me significó. Llevo en la memoria  a una  mujer inolvidable que se esmeraba en “tallerear” mis infantes trozos literarios,  junto a sus perras coker y su profunda meditación taciturna.

  Me servia  café frió  con la inmensa amabilidad de quien nunca sabría ser  una  ama de casa, como ella me dijo una vez, pero yo era feliz de beberlo, pese a mis escasos años, tenia la conciencia de que no siempre es posible sentarse, hablar y compartir con un monumento nacional viviente.
 Sí, fueron pocas las tardes a su lado, pero suficientes para percibir los cimientos de aquella singular persona: Fuerza, Esmero, Sencillez, Humildad y Sensibilidad, que como pétalos a una flor recubrían  su esencia: HUMANIDAD.
¿Cuántas personas  de un taller igual al de Carmen Naranjo se sientan a escuchar a quien desea expresarse, cuando no tienen la obligación de hacerlo por  sentirse observados? ¿Cuántos “ilustres” deciden darle la mano a quien empieza a transitar por la empinada ruta de las letras?
 En un mundo en el cual se hace acostumbre coleccionar  las medallas y en dónde el tropiezo constante con el éxito no permite recuperarse de los logros, me toco conocer a Carmen Naranjo y solo vi a un ser humano profundo y calido que se tomaba el tiempo para leer y meditar en mis primeros trozos de poseía, que como dijo García Márquez: “Tenían el germen de su propia destrucción.”

 No será posible olvidarla, ella me dijo algo que por insignificante y trivial que parezca, me reveló quien soy, deseo dedicar las últimas líneas de este escrito a recrear un poco aquella escena. Después de examinar parte de mi trabajo alzó los ojos y pronuncio: “usted es alguien muy sensible”. Repito sé que es sumamente trivial y parece poco significativo, pero aquello me permitió entender porque el mundo me resulta  tan distinto de cómo lo ven y viven  otros, porque me detengo a rozar los árboles y detallar en el color de las hojas sobre el suelo.
 Aquella  noche en el Teatro Nacional frente a su foto, reviví las horas de  mi adolescencia junto a la sonrisa amable de quien tenia la grandeza suficiente para  hablarme del Quijote, de Horacio Quiroga y otros forjadores de arte, pero jamás revelar que era un premio Magón, la que me llevaba a su mesa y tomaba de su tiempo para enriquecer el mío…

Para La Coleccionista de Espejos:
                                                    Kiria Perry B


Kiria Perry B.

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