Aun después de ser un catedrático de muchos años de estudio que no se detienen, de múltiples investigaciones, de las tantas conferencias internacionales impartidas, Doctorados en Química y Matemática obtenidos en los Estados Unidos de América y Alemania respectivamente; tantos logros académicos que, no puedo dejar de sentirme estimulado mucho me ilusionaba disfrutar de la minuciosa tarea de preparar una lección para mis estudiantes.
De regreso a Costa Rica, después de enseñar Química y Matemática Cuántica en Europa y Norteamérica al más alto nivel, regresé a la simpleza de explicarle a mis estudiantes el concepto de inmiscibilidad: la imposibilidad de mezclar dos fluidos con propiedades diferentes, como lo son el agua y el aceite, para un curso básico de Química introductoria, para estudiantes de primer ingreso, ¡Por supuesto!, yo sé que hay una lógica y simple explicación a nivel molecular sobre polaridad que en ocasiones debía esforzarme para hacerles llegar a los estudiantes las razones químicas, aunque como humanista universitario también consideraba importante exponer un poco las consideraciones filosóficas de la “prácticamente” imposibilidad de lograr tal mezcla de sustancias. Bueno eso es la teoría porque la práctica muchas veces… Huelga decir que pasaba sumergido profundamente en mis meditaciones, buscando ejemplos, hasta que un día crucé la cuidad de regreso a mi casa, cuando recordé la terrenal necesidad de retirar algo de dinero del cajero automático. Ubique las oficinas del Banco que me servía. Entré y en el momento en que me disponía a efectuar el retiro escuché una voz desde el cajero vecino:---¡Mae ayúdeme, está vara no me echa plata!..., me dijo con firmeza, casi como una exigencia, un joven de unos quince años, con aretes en los labios, pelos parados, camisa negra, tatuaje en el brazo y cadenas de grueso metal jalando pa’bajo un pantalón que de por si colgaba despreocupadamente de una esquina de la cadera.
---¡Uhj, esas fachas no me asustan, las he visto en Europa!, pero lo que si me indignó y siempre me ha molestado, es que me traten de MAE, yo no soy ningún tonto, que eso era el significado de la palabrita esa en mi juventud, claro que eso fue antes de que pasara de ser un reto a un insulto, que aparentemente ahora ya no es más que una muletilla usual en cualquier conversación juvenil.
Indignado, para qué decir lo contrario, me le acerqué: me encontré con un muchacho con cara de desertor del colegio y por lo tanto, si no había ahondado en los profundos terrenos de la aritmética, digitar las cifras para retirar diez mil colones, que era su interés, era exactamente lo mismo que ver una molecula proteica para un civil…mi espíritu de maestro saltó, e improvisé una explicación, aunque sin mucho éxito, tratando de resumir el valor del punto en matemática, la ubicación de los decimales y su valor relativo en la cifra deseada. Después de explicarle el procedimiento, el joven se concentró en lograr su cometido, y aunque sin entender la abstracción matemática del asunto, procediendo a realizar en forma mecánica el proceso.
Yo regrese a lo mío, retiré mi dinero, pero me continuaba molestando el haber recibido una petición de ayuda, con el trato de “mae” hacia mí: cuando salí me dispuse a volver a hablarle, pero esta vez con la intención de darle un discurso de urbanismo, con una motivación moralizante y lección de cortesía incluida, acerca de ¿Cómo pedir un favor? ¡Oh sorpresa! Me esperaba además de con una cara radiante por haber logrado su cometido, con un agradecimiento a flor de boca, que me externó en forma sonora ---!!!Pura vida rata!!!--- Pulgar arriba, claro. Dio media vuelta y se fue en lo que yo quedé mudo. Después de breves segundos entendí que me estaba expresando sus más altas muestras de estima y agradecimiento y que además mi inteligencia y habilidad en el manejo de sofisticados aparatos electrónicos dispensadores de dinero, podían ser dignos del más alto calificativo, de destreza en la jerga del joven mencionado, y que encuentra su punto culminante en las cualidades de viveza, inteligencia y habilidad que poseen... las ratas.
En fin; ya no busqué más ejemplos: camino a la casa iba madurando la idea de cómo exponer a mis estudiantes, la imposibilidad de mezclar el agua y el aceite.
Rodrigo Villalobos Jiménez.
Setiembre, 2009.
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