Buenas noches, Eunice 2

A la hora en que buscaba datos para este artículo, recordé que fue una de las primeras reseñadas por la coleccionista de espejos, y la entrevista, más bien conversación, con Juan Liscano sobre ella. Apenas puedo creer que hayan pasado tantos años desde eso, y todavía más desde su muerte, 55años, que son el doble de su nacimiento que hoy conmemoramos…

Su nombre completo era Yolanda Eunice Odio Infante, y nació en aquella San José, del principio del siglo pasado, una ciudad con principios morales curtidos en costumbres sociales muy religiosos, y de castas sociales inseparables. Hija natural, se decía de la/os que nacían sin padre presente, de Graciela Infante Álvarez, una mujer trabajadora, apellidos que llevó hasta los quince años cuando su madre murió (1934), de lo que suponemos alguna enfermedad no diagnosticada de la época. Entonces fue reclamada vía notario por Aniceto Odio Escalante, el padre ausente, meses después de que muriera la madre. Sin embargo, por ser un hombre con otras responsabilidades sociales, no tanto matrimonial sino una vida bohemia, nunca convivió con él: se la encajó primeramente con Rogelio Odio, hasta que por problemas de comportamiento contra la burguesía dentro de la que vivía y renegaba de ello, entre 1934 y 1937, se fue a vivir con Clementina Odio Naranjo, una prima solterona casi veinte años mayor que ella que vivía con la madre, por avenida 10, cerca de la marquetería Llerandi hasta que debido a un problema relacionado con que la primaria la realizó la primaria en la escuela Delia Urbina de Guevara, la de niña/os pobres y marginales podían ser explotados de muchas maneras, se fue a vivir a casa de Eladio Odio, según creo, el mayor de los Odio Escalante, en Paseo de los Estudiantes.

De ella recuerdo que tenía el cabello oscuro, los ojos azules, insinuantes, retadores, capaces de confundir el cielo de una fotografía en blanco y negro que eran lo único que tenia de la familia esa, decía ella. ... Juan Liscano

Poeta, cuentista, ensayista, crítica literaria y de arte; una de las primeras periodistas graduadas por la UCR, Eunice Odio Infante; fue una de las primeras mujeres en surcar el mar de la poesía que recién germinaba en Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala, Cuba, Estados Unidos y México, dónde murió en 1977 de un aparente ataque cardiaco, por alguna razón que no me queda del todo claro, emigró sin mirar atrás de un país con las barreras pueblerinas machistas muchos años de su muerte.  Pese a ello, inició su voz literaria con el seudónimo de Catalina Mariel, leyendo algunos poemas en la radio, hasta que, de 1945 a 1947, publica en el Repertorio Americano de su amigo y maestro Joaquín García Monge, y en el periódico La Tribuna con su nombre real, colaborando además en el periódico Mujer y Hogar

Al ganar en 1947 el Concurso Centroamericano de Poesía 15 de septiembre, con el poemario Los Elementos Terrestres, viaja a Guatemala al año siguiente para recoger su premio, y acicalada por el aldeanismo, léase entre comillas, la incomprensión, la intolerancia que empezaba a sentarse en su hombro izquierdo decide quedarse a vivir en tierra chapanecas. Ahí dio charlas y seminarios sobre dialéctica poética, trabajó en el Ministerio de Educación, hizo fichas curriculares sobre arte y cultura en revistas y periódicos, hasta que en 1948 adquiriere la nacionalidad guatemalteca. En 1953, poco después del derrocamiento de Jacobo Árbenz, con quien se dice; y esto es chisme de lavandería; tuvo más que una buena amistad, al regreso de Argentina por la publicación de Zona en territorio del alba, texto que fue seleccionado por Centroamérica para ser publicado en la colección Brigadas Líricas, encuentra que ya no tenía casa y…

Con ese carácter de putas madres, y esa forma de ser que por acá llamamos despachadora, mandó a los guatemaltecos a la chingada, se fue un rato para el Salvador, y después llegó a México, dónde se quedó… Juan Liscano

En México reside hasta su muerte, con excepción de dos años y medio que vive en Estados Unidos (1959-1962), trabajando en periodismo cultural, crítica de arte; además, realiza traducciones en inglés, escribe y publica cuentos, ensayos, reseñas y narraciones en periódicos especializados de arte y literatura.  Obtiene la nacionalidad mexicana en 1962, y se casa cuatro años después, en 1966, se casa en segundas nupcias con el pintor Rodolfo Zanabria (México, 1927-2004), quien al siguiente de su casamiento parte a estudiar a París, pero ella no va con él porque en teoría el monto y diseño de la beca no la incluían: en realidad, él llevó a su amante de años y mientras ella se mataba para ayudarlo a sobrevivir con lo poco que le lograba vedada como estaba por la izquierda mexicana, por la publicación de una serie de artículos donde se manifiesta en contra del comunismo y sobre Fidel Castro abro comillas, por lo poquitillo de la beca que no alcanzaba para los dos…

Cuando eso ya trabajaba para mí, en Zona Franca, por eso me di cuenta de su hundimiento por la tomada de cacho, le dio la depre total, y comenzó el chupe de verdad… Juan Liscano

Nunca le dio el divorcio a Zumbado, y él tampoco se lo pidió, seguro por temor a enfrentársele: ella no era de malas palabras pero sí sabía cómo defenderse, JL. De esa relación solo quedaron las epístolas publicadas en 2017 por la Editorial de la Universidad de Costa Rica con el título de Del amor hacia el desamor. Cartas de Eunice Odio a Rodolfo…, enviadas por Odio a Zanabria de 1964 hasta principios de la década de los años setenta 

Le pedí muchas veces que se viniera conmigo, pero Venezuela no le gustaba, aunque en realidad era que había otro en el horizonte que, no me dejó espacio para más que publicar Las fieras se dan golpes de pecho, Antología de su obra completa. Falta lo que le escribió a él…Juan Liscano

La encontraron muerta en su apartamento de la Ciudad de México, el 23 de marzo de 1974, después de 10 en que nadie supo de ella.  Esto es parte de lo conversado con Liscano:  Cinco días antes de que la reportaran desaparecida, salió de su oficina después de un día lleno de chismes y aventuras sociales, y pese a que tenía un ligero dolor de pecho y, le recomendaron que fuera al médico, caminó a lo largo de Reforma y Bucarrelli para tomar la Combi que la dejara cerca de casa, pasó a un dispensario e, hizo las compras de siempre…

Ahora voy por la calzada ya inexistente desde el último terremoto que según creo muchas veces recorrió: Ángel de la guarda, dulce compañía no me abandones ni de noche ni de día. Ella no era religiosa lo sé, es solo una imagen que me vino mientras las pocas aves desentonadas por los pasos de los que van a sus trabajos, me hacen ver que son un poco más de las ocho de la mañana, casi las nueve, pero como todos los días es casi húmedo el saludo de los árboles arañando lo último de la noche anterior...

Vivía en un segundo piso de uno de esos apartamentos típicos de zona residencial, al final de un patio central con dispensarios habitacionales de dos, o tres habitaciones, una cocina-comedor y un baño marmoleado, con tina, que los amigos le ayudábamos a pagar, junto con una de servicio que se turnaban por lo difícil del carácter sobre todo cuando se pasaba de chupe…

Camino al Desierto de los Leones, dónde estuvo enterrada por un tiempo, persiste esa imagen de las manos rezando en la penumbra de la noche, y es eterna la memoria de aquel miércoles, que es cuando suponemos que murió. Curioso. Es la misma disposición del cementerio dónde estuvo solo que aquí está al final del mismo corredor de Diego Rivera. El claro-oscuro de la placa temporal que debe estar con ella en el lugar en que quedó después, simbra suavemente por la correspondencia floral que cada mes comparte con los amigos propios y ajenos…

A ella le gustaba vestir de negro. Así la enterramos. Me dicen que ese día llevaba abierto el abrigo de paño negro cubriendo lo necesario de un vestido también oscuro, las piernas bonitas y firmes, llevaban unos zapatos semi-altos, acostumbrados a llevar el ritmo de un paso provocador apenas daban abasto para llegar al final. Tomó la última combi que, urgida por el llamado del descanso, se detuvo en la esquina cerca de las siete de la noche, y de ella descendió como tantas otras veces, una mujer impresionantemente bella por esos ojos que perdieron a muchos en sus profundidades…

Poco antes de llegar, toma aire, abraza con una mano un bolso con libros, botellas, o algo parecido, y en la otra el delgado cuello de las llaves queriendo escapar de la empuñadura del dolor en su costado. Al entrar, controla con un suspiro el súbito latir de su corazón. Sin fuerzas, usando el resto del cuerpo, cerró sin ganas la puerta, pero antes de avanzar, enciende la luz del corredor para que piensen las visitas inoportunas que no está en casa...


El tibio calor de una sala llena de libros en desorden, la recibió poco antes de notar que el teléfono timbra por la insistencia de algún amigo. No llega a tiempo de contestar. De todas maneras, no tiene ganas de hablar: sin pensarlo mucho, ahorca el auricular sobre una esquina del sillón. Tratando de ignorar el dolor pone algunas cosas sobre la mesa del comedor, se sirve un poco de comida, que dejó hecho la tarada esa. No tiene hambre, lo deja a un lado sorbiendo uno a uno, el ambarino olor de los recuerdos: Yolanda, viene a ella destrenzando el nudo de la cortina como si le avisara que estaba ahí, esperando… Debe ser un sueño. Nada más puede ser. Otro caballito de tequila mientras enciende un cigarro. Dos o tres dobleces má tarde, siente un nuevo piquete de dolor. Se le duerme la mano. Empuja a un lado el vaso tequilero y se levanta. Va a su dormitorio, tal vez si descansa el dolor se irá como otras veces. En medio está el baño, y después la suya. La puerta de Yolanda, la Oreamuno y ella vivieron juntas un tiempo, está abierta como si acabara de salir corriendo como siempre. De seguro la tarada esa lo dejó así después de limpiar. La cierra de un portazo sin mirar dentro. El dolor ha bajado. Abre la llave de la tina y deja que comience a llenar, entra a su habitación. A duras penas se quita la ropa, y luego se sienta desnuda en el filo de la tina antes de entrar. Poco después, el desnudo calor del vapor acariciando su cuerpo hace que lentamente se sumerja en la memoria del sueño…

Dijeron que el ataque de corazón fue fulminante. Murió con los ojos abiertos, entornados como si hubiese querido decir algo a alguien cercano mientras miraba las paredes. Juan Liscano

Diez días después, (23 de marzo, 1974), La Combi volvió a detenerse en la misma esquina. Solo que esta vez, apurada por la insistencia de Liscano, de los amigos que desconocen que ha ocurrido con ella, una sirvienta rolliza y aindiada corre como puede por la alameda. Hace días que la señora no la llama para que llegue a limpiar, o cocinar. De camino se topa con la empleada de la otra casa paseando al niño: Oye... no sabes porqué tu patrona no cierra la llave del grifo. Hace días que gotea, ya manchó el cielo de la casa de mis patrones, ¿Le dices? Y de paso te fijas si hay un gato muerto o algo por ahí, me avisas. El de ella no es porque ese anda por las puertas ajenas como si quisiera decir algo, pero no se deja tocar... Pues no, no sé, me apuro a llegar y te digo…Pues sí, a lo mejor está enferma, se habrá caído y no puede levantarse…O estará sentada en una esquina escribiendo como otras veces, pero es más probable que se haya ido a visitar a los amigos en la provincia, piensa ella, siempre hace lo mismo, se pierde por días, sobre todo cuando está escribiendo...

Retoma la marcha, ahora más acelerada por el policía que empieza a seguirla, le urge llegar. Poco antes de entrar al pasillo frente a la escalera, la alcanza el policía: Sí, ya la otra le dijo. A la señora le molesta que le pregunten sobre ella los vecinos. Además, ni que fuera pa’tanto… Él no dice nada. Llegan a la puerta olorosa a esa humedad de muerto fresco. Una presa contenida de agua tibia que, goteando, ya comienza a alfombrar la escalera. Sin poner mucha atención a lo demás, empujando de un lado a otro los jitomates y la cebolla, por si hay que cocinarle algo, busca las llaves ocultas en el fondo de la canasta del mandado. Abre. Lo primero que los recibe es el tintineo del móvil guindado sobre la puerta, después, la urgente necesidad del vaho sofocante del polvo de días, el olor a soledad, a tristeza, o ese tufillo de las cosas que se descomponen, dejan al último el abrazo del agua caliente de la tina cantando en voz alta…

¡Qué barbaridad, seguro la señora salió corriendo y se olvidó de cerrar el grifo de la bañera...! espere aquí


Entra. Él va tras ella. Pateando el água a un lado, ve que las llaves de la señora están donde siempre: en la mesita de la entrada, junto a su bolso, abrigo y chalina, echas un nudo en la esquina detrás de la puerta. Espéreme un momentito, ya le llamo a la señora… 

Avanza. Él usa su radio de servicio. Apenas alcanza a colgar el teléfono. Va a la habitación; la ropa amuralla los alrededores de la cama como otras veces, está completamente mojada. Las cortinas sin destender, pero al contrário de otros días a esa hora, la luz sigue cojeando sobre la comida casi podrida sobre la mesa. Un vaso tequilero volcado frente al esqueleto de un limón que languidece de susto frente a las hormigas nadando en el plato del gato, que ahora mira desde afuera como los Brotes sacramentales de la hierba, oh, dádivas subiendo de la entraña, ¡suma de transitados alimentos! Y a la altura del pecho y la labranza semilla de silencio y luz desierta. (Epígrafe 1, Eunice Odio...)

Va al baño a cerrar el tubo de la bañera: de lado, inclinada sobre los brazos reposando sobre los costados de la bañera, con la mirada entornada, soñando con los ojos abiertos mientras el água formando un pozo, juega a las escondidas con la tubería. De pronto, algunas ondas perturbadoras del agua, repican con la última llamada del día: era Juan Liscano...

Para La Coleccionista de Espejos: 

                                                                  DMcD


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