jueves, 26 de septiembre de 2024

La transmutación al falo debida

Si como distingue Octavio Paz lo pornográfico es mostrarlo todo y lo erótico es apenas insinuación, les dejo el pornográfico prólogo que escribí para Falosceno y me dedicaré solo a tocar por aquí, tocar por allá…

POR EL TÍTULO: Al entrar en este nuevo poemario de Roberto André Acuña, ¿en cuál tiempo estamos? El título, desde su juego fonológico, nos remite a la ecología política y nos ubica en una era geológica global, sustentada en relaciones sociales desiguales, jerárquicas, opresivas y destructivas, que afectan especialmente a las mujeres y a la naturaleza. El fa lo ce no es nuestro tiempo actual, en que el dominio y la violencia heteropatriarcales-capitalistas exterminan por igual a los sujetos femeninos y a los ecosistemas.

Pero el título de Acuña es Fa los ce no. ¿Qué inscribe esta ese de más? ¿Subraya que entramos a una era geológica alternativa, de solo hombres, donde no hay ninguna mujer, mas sí lo femenino, sí la (com)unión con la naturaleza? ¿Pone simbólica y materialmente el énfasis en el deseo primordial por el pene? ¿Nos presenta a esos seres faloportantes que se viven, se gozan, se sufren y transforman en el poemario? ¿Nos introduce a un discurso arqueológico de los cuerpos sexuados como hombres, de lo masculino y del homoerotismo?

 POR EL “SOL SALAZ”:

[Roberto lee] Falosfera,

Sol fálico,

insolación planetaria:

un calor hierve las aguas,

inseminadas de partículas y centellas.

 

Luz penetrante,

necrófila de una atmósfera estéril,

desbordada en lava y piedra.

 

[…]

 

Coloso,

me incineras,

me violas,

me quemas.

 

Al principio era el “Sol salaz”. El neologismo “Falosfera” traza desde el primer verso del primer poema el habitus falocénico, donde las estructuras políticas, violentas y consumistas han destruido la sociedad, el medio ambiente y, por tanto, han promovido el calentamiento global, las sequías, la desertización, la extinción de las mujeres, el fin del mundo y de la voz lírica.

Sin embargo, después del falocaos, la “Falogénesis”. El neologismo con que se titula el segundo poema connota el origen no solo del mundo, sino también de los actantes líricos.  Las fuerzas telúricas y celestiales se funden hierogámicamente y reorganizan el orbe. Se reactiva, entonces, el “Agua Vital,/ Océano Seminal,// Reguero incierto”, que permitirá el origen quimiosintético del hablante lírico:

 

[Roberto lee] Un pez

con forma de hombre

se arrastra:

hiede a huevo y calostro.


Secreta

sudor,

placenta,

semen.

 

Su forma

repta y es perversa:

 

intenta volar, no tiene alas;

intenta nadar, no tiene branquias;

 

trepa un árbol, desnudo,

siente hojas y tallos

duros

rectos

firmes

como Él mismo.

 

¿Escucharon? La potente y creadora monstruosidad del hablante lírico no solo da cuenta de su hibridez y, por tanto, de las múltiples posibilidades de ser y estar en el mundo; sino también de la fluidez de su cuerpo e identidad, que le dota su naturaleza ictiológica para moverse especialmente a través de lo masculino y lo femenino, de lo definido e indefinido, de lo racional e irracional, porque este hablante está determinado por el deseo sexual, el autodescubrimiento y goce de su cuerpo. Vive su pene; lo apetece y ensueña en todas partes…

 POR TODAS PARTES: Se ve solo. Con su grito rompe la monotonía cósmica. Y de pronto, entre los árboles, encuentra al “otro cuerpo”: “su falo, cárnico, desata/ explosiones/ obsesiones/ pulsiones”. El ritmo doloroso-placentero de ese otro al penetrar al hablante lírico suscita y corrobora no solo su deseo primordial por el pene, sino también su unidad mutua y con el cosmos y, más aún, el lenguaje orgánico, pasional, que proferirá el cuerpo del hablante a lo largo del poemario. Él no puede dejar de sentir que ha recibido aquel

[Roberto lee] signo,

vertical y sólido,

incesante en mi cuerpo,

vulnerable a la carne,

al verbo.

 

Cómo olvidar tu erección

si fui su continente doliente, placentero.

    Su deseo de ser receptá-culo, de guardar como marca violenta el semen del otro dentro de sí aunque lo devore, se torna necesidad: él requiere el sexo para garantizarse su supervivencia, no reproductiva, sino emotiva; su estar en el mundo, su ser en esa “Fábula prehistórica”. Es este, pues, el comienzo de la era faloscénica.

POR LA “FALOPATÍA”, sin embargo: por la dolencia pénica, es decir, la afección total, estos actantes líricos pierden su lugar topofílico, su época primigenia. La falta de contacto y desnudez, los escasos estímulos, la no respuesta al llamado enferman el cuerpo y el alma del hablante lírico, no solo sus genitales:

[Roberto lee] Sufro

de una neurosis

incurable:

la marca de tu lengua

recorriendo

mucosas y pieles

apenas cubiertas de gozo.

 

Un gozo prehistórico,

convertido en susurro y vergüenza.

POR LA “FALOXICACIÓN”, porque el tiempo todo lo degenera y demejora, el cuerpo del tú lírico se vuelve pútrido, insoportable, hiriente:

 [Roberto lee] Hiede tu glande,

boca fálica,

con violencia:

beso abrasivo

de una salpicadura incierta,

ahora histórica, indeleble.

Ahora el tacto envenena. El sexo es nocivo. El sadismo del otro instaura en el cuerpo y el alma del hablante lírico su rol subordinado. Este llega a sentirse culpable, incluso, de que su amado finja su satisfacción, aunque todo se resuelva aparentemente bien en sexo: “Lloras seminalmente,/ lágrima de una molécula abstracta, doliente;/ lágrimas de una obsesión invocada.” Aun así, el tiempo también motiva una esperanza y, valido de esta, el hablante lírico ruega por recobrar su compenetración sexual, amorosa, vital. 

POR LA “ORACIÓN SEMINAL”: Este poema, que ya Roberto nos performó, es el ejemplo sintético y clave por el que me atrevo a definir la de Falosceno como pornopoesía. El poeta guatemalteco Manuel Gabriel Tzoc Bucup, moviéndose dentro de la dimensión del homoerotismo, el erotismo extremo o la poesía marika, define su propia producción como pornopoesía, ya que esta evidencia otros lenguajes poéticos escritos por personas LGBTIQ+, cuyas expresiones ‒muchas veces más conceptuales que metafóricas‒ buscan decir, de forma directa, visualizable, hipersexualizada y sin censura, lo explícito y honesto del erotismo, la transgresión, el exhibicionismo, lo obsceno, el placer violento, el culto a la muerte. En la pornopoesía, lo pornográfico se (con)funde con lo erótico y viceversa, pues ambas expresiones pueden ser fetichistas, usan un lenguaje estético, conjuntan acoplamientos sexuales y la integración de las personas, el disfrute de los cuerpos, de lo (im)puro y de lo (in)decente. En la pornopoesía, lo pornográfico tiene un estatuto no vulgar, sino artístico tanto como lo erótico. Así las cosas, se comprende que la pornopoesía sigue un rumbo estético, al tiempo que se aúna a propósitos políticos como dinamitar los convencionalismos sociales heteropatriarcales, visibilizar la disidencia y diversidad sexual, criticar a los colectivos LGBTIQ+ y su endodiscriminación, y desestructurar el canon de la poesía. ¿Van comprendiendo mi propuesta de llamar pornopoesía la de este poemario de Acuña?

A fin de cuentas lo que la estética de Falosceno critica, en el nivel endodiscriminatorio de los mismos gays o de hombres que tienen relaciones sexoafectivas con otros hombres, es justamente las implicaciones históricas de lo fálico: el hecho de que asuman consciente o no-conscientemente relaciones jerárquicas, explotadoras y violentas entre activos y pasivos, las mismas que operan en el faloceno y promueven feminicidios y ecocidios.

 POR LA “FALODESTRUCCIÓN”: Porque el hablante lírico se ha dado cuenta del falogocentrismo, la identidad dominante, la palabra y los abusos del sexo y el género masculinos que le permitió a su amado le metiera al penetrarlo; se permitió interiorizarlos… El hablante lírico decide eliminar lo falotóxico; por eso, decapita al amado: lo neutraliza, le corta cabeza y glande, sus dos cabezas. Se ha convertido, como bien nos performó Sofía Sandoval, en Salomé.

POR EL CULO fue libre: el hablante confía en su ano, porque si este fue el primer escenario corporal que unió a los amantes en su prehistoria, ahora es capaz, como dijeran Javier Sáez y Sejo Carrascosa, de desarticular el discurso falogocentrista, sus efectos, su historia. En otras palabras, el hablante tiene esperanza en su culo: ejecuta una política anal básica: dejar que todo entre, recibirlo todo, para que de él únicamente salga enunciación poética, placer edificante, vida y convivencia sanas: “Es el ano/ una victoria que quiero:/ la redención de lo oculto, tu miedo.”

Pero para conseguir esta política anal, no son válidas las leyes utilitarias, preexistentes del falo. Por eso, el hablante lírico anuncia la “Anomia”: los nuevos territorios sexuales, regido por otras normas, otro tipo de relaciones; de ahí que busque otras cualidades, formas y energías, y no es casual que lo haga en la naturaleza. El hablante, distante ahora de la lógica patriarcal-capitalista, se concibe y autoconstruye en alianza, hibridado e interconectado con varias especies del reino animal, pero especialmente del reino plantae. Vean la portada: su ano apetece, como las mismas plantas, la irrigación y la luz; posee su olor (¿han olido los ciclámenes y las grandifloras?), su perennidad, sus flores pentámeras dispuestas a recibir estímulos. Incluso deja que le crezcan hacia dentro, satisfactoriamente, el bulbo y los cormos:

[Roberto lee] Ano Mío:

 

Adoración intestina,

Orificio Universal,

 

Anudado estoy

de esfínteres y tensiones,

fragantes de ciclámenes.

 

Flor carnívora,

 

rostro inverso

de mi cuerpo:

 

Mamífero,

Molusco,

Marsupial hirsuto.

 

Beso contrario del cuerpo,

 

‒Plurianal.

 

Intestinalmente,

me adoras

 

la grandiflora expuesta,

tu gladiolo profundo.

POR LA TRANSMUTACIÓN: me voy a callar, porque les toca a ustedes vivir la transmutación del hablante lírico. Solo quiero que se pregunten: ¿qué nos poetiza a fin de cuentas Falosceno? ¿Qué nos dice a cada uno de nosotros, nosotras, nosotres? Acaso que no hay diferencia entre las historias de vida, amor y erotismo de las personas LGBTIQ+ y las de personas heterosexuales, porque todas son humanas e indefectiblemente y, de alguna manera u otra, en algún momento, hemos reproducido y padecido la historia del falo; pero por lo mismo también hemos tenido la posibilidad de empoderamiento. Esta es la transmutación al falo debida. Y justamente gracias a ella, Falosceno es uno de los pocos textos costarricenses donde los sujetos homosexuales o las relaciones intermasculinas no terminan en soledad, dolor, huida o tragedia. En este sentido, Falosceno contribuye invitándonos a la voluntad de ensoñarnos poéticamente y de crecer vitalmente.

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Docente de español y literatura en secundaria y universidades. Máster en literatura latinoamericana por la Universidad de Costa Rica, actualmente realiza sus estudios doctorales en la Universidad de Valladolid. Colabora con diferentes revistas latinoamericanas y europeas. Es miembro, promotor y coeditor (desde 2002 hasta la actualidad) de la perspectiva trascendentalista del Círculo de Poetas Costarricenses (San José) y el Grupo de Aranjuez (Madrid). Ha publicado los poemarios: 
Deshabitado augurio (2004), Hormigas en el pecho (2007), Navaja de luciérnagas (2010), Varonaria (2012), Mendigo entre la tarde (2013), La invicta soledad (2014) y Quince claridades para mi padre (2015).

Ronald Campos López (San José, Costa Rica, 1984- ) 

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