Yadira Calvo Fajardo
No
mucho tiempo después de fundada la ACE, celebramos un congreso, o encuentro,
que se llevó a cabo en el Museo Calderón Guardia. Allí se escuchó una de esas
preguntas que una creía innecesario contestar, porque la respuesta es de cajón.
La pregunta era para qué una Asociación de autoras cuando ya había una
Asociación de autores. Necesitamos una Asociación de Autoras porque estamos
subrepresentadas en todas las áreas en que participamos. Para notarlo, basta
observar las historias literarias, las antologías, las secciones de crítica de
revistas y periódicos, los libros de texto, las listas, las lecturas
recomendadas por el Ministerio de Educación.
En
estos días he buscado tres listas de nombres de las 100 mejores obras
literarias de la historia, confeccionadas en los últimos 10 años: una,
publicada por el blog
Las lecturas de Mr. Davidmore; otra, por ABC Cultural y una tercera, procedente
del Club del Libro de Noruega.
La de ABC Cultural se llama “Los 100 mejores libros de la literatura universal de todos los tiempos”, y fue hecha por “cincuenta escritores, críticos y personalidades del mundo de la cultura”. Entre los 100 mejores libros solo hay 14 escritos por mujeres. Dos de ellos de Jane Austen, 3 de ellos de Virginia Woolf, de modo que, si nos orientamos por la lita, solo 11 libros de mujeres, frente a 89 de hombres pertenecen a la literatura universal de todos los tiempos”. De hecho, también de las 50 grandes personalidades que hicieron la selección, solo 11 son mujeres. Pero en esto de los jurados se suele olvidar que “Una zorra no debe pertenecer al jurado que condena a un ganso”
La
lista de “imprescindibles” del blog Las lecturas de Mr. Davidmore nos ofrece llevarnos “de
viaje a los lugares más espectaculares”. Esta lista se llevó a cabo a partir de otras listas de 8 medios especializados y periódicos. Intentando
ver qué libros nos ofrecen esos viajes maravillosos, me encuentro con que solo
20 son escritos por mujeres. Y si me fijo en las autoras, noto que 5 de esos
libros pertenecen a J.K. Rowling y 2 a Jane Austin, de modo que si quiero
hacerme una idea de las autoras imprescindibles de toda la literatura
universal, solo encuentro 15, y de esas 15. Un detallito interesante: 14 de
ellas son de habla inglesa. Y la mayor parte de los viajes maravillosos que nos
ofrecen son las aventuras de Harry Potter. Tratando de ser optimista, pienso
que al menos nos queda una. Solo que cuando nos enteramos de su nombre,
sentimos que nos agujerean el globo: esa única no es Sor Juana o Idea Vilariño,
o Rosario Castellanos. Es Isabel Allende.
La lista del Club del Libro de Noruega
fue elaborada por 100 escritores de 54 países diferentes, recopiladas y
organizadas en el año 2002 y “trata de reflejar la literatura mundial, con los
libros de todos los países, culturas y períodos de tiempo”. Esta lista incluye
11 libros de mujeres, dos de ellos escritos por Virginia Woolf. De modo que en
cuanto a autoras, solo incluye 10, ni una sola de habla hispánica. De modo que
las escritoras hispanohablantes no están en los países, ni en las culturas ni
en ningún período de tiempo. Tal vez estén en alguno de los universos
paralelos.
Yo creo que la única lista en que se
puede encontrar paridad entre hombres y mujeres es la que se publica cada 2 de
noviembre con los fallecimientos anuales. . Y aun ahí, con dudas.
De
un modo inquietante, nuestros nombres tienen a perderse en las historias, las
antologías, los cursos de literatura. Y más inquietante aún ver cómo se pierden
igual y en las mismas proporciones, a la hora de los premios y los
reconocimientos. Puesto que los números aclaran mucho las cosas, echemos un
vistazo al tema de los premios en el campo literario. El Nobel premia
“investigaciones, descubrimientos o contribuciones notables a la humanidad, en
el año anterior o en el transcurso de sus actividades. Solo lo han recibido un
12,5% de escritoras. El Miguel de Cervantes reconoce obras que hayan contribuido a enriquecer de forma notable el
patrimonio literario en lengua española. Solo lo han recibido un 12,5 % de
escritoras. El Princesa de Asturias, que se propone exaltar y promover
“cuantos valores científicos, culturales y humanísticos son patrimonio
universal”, solo ha exaltado y promovido a un 11% de escritoras. El Reina Sofía
de Poesía Hispanoamericana con el que se reconoce “una
aportación relevante al patrimonio cultural compartido por la comunidad
iberoamericana, solo ha reconocido a un 28% de autoras.
En 1945, Carmen
Laforet, con 23 años, fue la primera persona en ganar el entonces recién
fundado Premio Nadal. El patriarcado literario se asustó. Le siguieron, como es
lo usual, 5 hombres y contra lo usual, otra mujer, y luego un hombre, y luego
dos mujeres y tres hombres y una mujer y un hombre y una mujer. Y hasta ahí de
mujeres hasta 1981. Pero ya al patriarcado le estaban pareciendo muchas. Eran
6, entre 17 hombres; es decir, un 35%. Esto superaba en mucho el porcentaje
establecido para las escritoras. La burla es una buena arma para desacreditar a
las mujeres, y no se desaprovechó. Una revista cómica de la época, La
Codorniz, bautizó al Premio Nadal, Premio Dedal. Años más tarde, en 1997,
Francisco Umbral se hizo eco de esta burla, en su Diccionario de literatura.
Ahí explica que lo de Dedal, de La Codorniz, se debió a que a que a
partir de haberlo ganado Carmen Laforet,
“todas las mujeres de entonces ..., las maestras de pueblo, todas las
licenciadas sin empleo, todas las estudiantes de la generación de la Laforet, “rompieron
a escribir novelas”. Como dice Ernst
Jünger, “el homicida mata con el cuchillo, a difamación mata con la uña, y sin
riesgo, como el escorpión”. En los años siguientes, el porcentaje volvió a lo
establecido para todos los premios. El Nadal, hasta ahora, mantiene para ellas
la cuota del 20%. Está en 20.7.
Si
revisamos los Premios Nacionales, nos encontramos con que las autoras han
ganado el 23% de los premio de ensayo, el 26,9 de cuento, el 29% en novela, el
29% en poesía. La convención tácita es que nunca lleguen al 30. Y esto es grave
no solo para las autoras. Como dice Roxana Pinto, “cuando la literatura escrita
por mujeres no entra en escena, algo falta en nuestra historia social”.
Pero
no solo es la literatura lo que no está entrando en escena. Son las
contribuciones de mujeres en todos los campos. Esto se puede notar en los
Premios Magón, que reconoce la labor de
toda una vida en el campo de la cultura. Si usted revisa las cifras, se va a
encontrar con que solo un 20,6% de mujeres han contribuido a nuestra cultura.
Aquí vale la pena señalar el caso del Magón 2019. Isabel Campabadal era la mujer
número 12 entre 47 hombres que lo habían obtenido hasta esa fecha. Se elevaron
muchas voces y lamentaciones de que se eligiera con el máximo galardón a una
chef. Un destacado filósofo costarricense dijo que eso era como confundir al
Quijote con el directorio telefónico o comparar un poema de Jorge Debravo con
una receta de cocina.
Independientemente del valor cultural que tenga la
obra de doña Isabel, sí resulta casi cuando menos rechinante que entre los
razonamientos del jurado para concederle el premio se dijera que ella había
“contribuido a dignificar la cocina tradicional doméstica
femenina”. Y lo que rechina es que entre
tanta posible contribución de las costarricenses al enriquecimiento de la
cultura, se haya elegido a una de las hasta entonces únicas 12 premiadas, apelando
a la asociación estereotipada de las mujeres con las ollas. Y es que,
como dijo Einstein, “”es
más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.
Tan
difícil, que en 1961, cuando Alice Munro llevaba treinta años de escribir y
publicar sus cuentos que le merecieron el Nobel, The
Vancouver Sun le dedicó un reportaje,
titulado Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos. Tal vez
pudo haberse titulado: “Escritora encuentro tiempo para lavar platos”. En el
otoño de 1964, apareció en el periódico inglés Daly Mail el siguiente titular: “Ama
de casa gana el Nobel”. Lo primero que
se nos ocurre es que una buena señora inventó un nuevo modo de barrer el
patiecito o algo así. Pero no. Se trataba de Dorothy Crowfoot y el Nobel que
ganó fue en Química, y la causa por la que lo ganó, fue por las investigaciones
sobre la insulina, la penicilina y la vitamina B12, lo que suponía,
apuntó otro científico, “el logro más importante conseguido mediante análisis
con rayos X en el campo de los productos químicos naturales”. Nadie, que yo
sepa, anunció el premio de Jonh
Steinbeck ni el de José Saramago como “Obrero gana el Nobel”.
Esta imagen de la mujer con escoba y delantal de vuelitos, se ha
vuelto tan poderosa, que no permite ver a una escritora como escritora o a una
científica como científica, y esa es la lucha que las mujeres estamos dando. No
porque escribir recetas de cocina sea malo, no porque barrer el piso sea malo,
sino porque los prejuicios y los estereotipos impiden ver
la realidad y cuando no se ve la realidad, se cometen injusticias.
Por
ejemplo, hasta el 2020 solo había 4 beneméritas: Ángela Acuña Braun, Carmen
Lyra, Emilia Solórzano y Emma Gamboa. De pronto, en 2021, alguien se dio cuenta
de que incluir a solo 4 mujeres en la lista de Beneméritos de la Patria sumaba
apenas un 5,3% y eso estaba muy por debajo de lo debajo que ya estaba la cuota tácita
para mujeres. En consecuencia, entre 2021 y 2022, nombraron a 18 más, con lo
cual el número ascendió a 22 y por supuesto, el reconocimiento perdió entidad,
porque no es lo mismo un honor individual que un honor grupal. Pero además en
esos dos años sumaron a 9 señores para compensar el exceso, no fuera a ser que
la tortilla se diera vuelta. Ahora tenemos 24 señoras beneméritas junto a 79 beneméritos,
lo que representa un 30%, límite máximo a que pueden aspirar las mujeres en
nuestra cultura.
Por
supuesto, la exclusión y la invisibilidad no son-o al menos esperamos que no lo
sean- actitudes deliberadas, expresa y maliciosamente planeadas. Es más bien
una convención social muy antigua. Cuando en 1900 Moebius afirmó que “la
deficiencia mental de las mujeres” no solo existía sino que era muy necesaria,
no hacía sino retomar y resumir en nombre de la ciencia, un discurso que ya venía como un alud, rodando y fortaleciéndose
durante siglos. Por supuesto que la deficiencia mental
de las mujeres era muy necesaria como argumento para justificar todas las
exclusiones a que se las sometía.
Si bien hoy a Moebius lo podemos coger con pinzas y ponerlo en un
frasco de formol, la ideología que él representa sigue influenciando
actitudes, creencias, percepciones y opiniones, y sigue manteniendo las bazas
del predominio masculino. Afiliadas, muchas de nosotras, a la Asociación de
Escritores Costarricenses, pudimos darnos cuenta de que como autoras
necesitábamos otra cosa porque nuestra historia es diferente y nuestro presente
también.
Esto explica por qué en el año 2000 hallamos necesario fundar una Asociación
de Escritoras y por qué, veinte años más tarde Marta Rojas Porras y María
Pérez-Iglesias hallaron necesario hacer este Registro de una conquista.
“Intencionalmente -dicen Marta y María- hemos presentado una mirada amorosa y
de esperanza, porque queremos que la ACE se levante, se fortalezca y continúe
construyendo su casa y aportando al quehacer literario nacional, regional y
mundial”. Ellas creen que la equidad y el respeto como artistas de la palabra
es “una utopía alcanzable”.
Esto
nos lleva, ya para terminar, a Eduardo Galeano, quien cuenta que al director de
cine argentino Fernando Aguirre, le preguntaron para qué sirve la utopía. Y
Aguirre contestó: “La utopía está en el horizonte. Yo sé muy bien que nunca la
alcanzaré. Que si yo camino diez pasos ella se alejará diez pasos. Cuanto más
la busque menos la encontraré, porque ella se va alejando a medida que yo me
acerco. Y entonces, ¿para qué sirve la utopía? Pues la utopía sirve para eso,
para caminar”.
Podríamos
decir que las actuales integrantes de la ACE han venido caminando, están
caminando y seguirán caminando gracias a su sueño de que la utopía es alcanzable.
Y si esto no les sirviera para alcanzar la utopía, al menos les puede servir para
recordar, con Rosa Luxemburgo, que “quienes no se mueven no notan sus cadenas”.
El Farolito, noviembre, 2023
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