domingo, 3 de septiembre de 2023

Ángeles perdidos...


Edmundo Retana Jiménez

No estoy en mis mejores épocas para escribir; menos para hacer crítica.

Existen quienes han notado mi ausencia, y me lo recriminan. Pero poco a poco regreso, pensando en qué si supieran cuánto tiempo, esfuerzo, miedo, ansiedad y lágrimas cuesta volver a reconstruirse, después de la lectura de un libro como este, entenderían por qué hay que tener cuidado al elegir cada palabra que sale de nuestra pluma, y más cuando callar después de leer…

El libro se lee solo. Fácil. Como debe hacerlo el poeta que sabe su oficio recorre los sentimientos, los recuerdos, las miradas con una sencilla tan simple que, hay que tenerle miedo, el mismo que se tiene ante un buen texto, que merece una crítica, que vaya de acuerdo con la idea de que los ángeles nos rodean y saben quién entra a nuestras vidas y quién no, porque a la poesía, la buena poesía no le importa rompernos en pedazos, y dejarnos vacío como un chupete de limón: es cuando importa la crítica, y quedarnos callados es el pecado venial que mitiga la sentencia del olvido de cuando no se hace, o no la merecen, porque llevan por dentro un diente de león que flota en las esquinas del tiempo…

Por eso no le voy a hacer mucho porque todo está dicho y en su lugar, sin desorden ni soledades solo la agradable sensación de una conversación entre amigos largamente ausentes, y que se echan de menos con cada pespunte del recuerdo, por lo que casi que podría hacer una prosa poética a partir de los títulos de los poemas que, son como un viento fresco de esos que levantan miradas, hojarascas, o faldas díscolamente cortas, mostrando lo que no se debe con la risita sonrojada de tardes ligeras, en que sutil, cae la lluvia, y el viento guarda silencio...

No me resisto.

En todo poemario, lo único que no miente es el índice del tiempo diluido ofrenda de una nueva normalidad. Retorno. Vocación y que sé no volverá(s).

Obviamente, entre poema y poema, existe una línea de pensamiento que no se aparta del recado de las 4.p.m., que ve(r) pasar el animal silente que soy, contando una a una, las letras del sigilo pues, si me hubiera quedado tal vez hubiese podido decir el adiós al padre que siempre quise.

Presente, el reclamo a la ausencia, al reconocimiento de que los hijos, en algún sentido, penden de los mínimos instantes en que se estuvo ahí, aunque no lo recuerden ni ellos ni uno, para ellos hasta que suelta uno los lazos que los une, y se yergue cada uno en su sitio, con la palabra justa. Pero llegar aquí, a la floración del tiempo al otoño, de quién, se escucha a sí mismo hablar con la pandemia de sus propios recuerdos ¿es llegar a donde los ángeles te esperan? Solo el poeta lo sabe, y cifra el silencio, con el suave movimiento de la casa, las razones de la lluvia, de Carlos, el retrato olvidado en un rincón de la sala donde el recuerdo es más profundo que el adiós, y sin embargo, espera diciéndote que eres más que el encuentro con que Felipe Granados, que empujaba las botellas al fondo de la noche de sus cigarrillos Rex, no recordaba ese detalle, que sin el pequeño lujo de los encendedores, ejercía  el responso de fin de año, surtiendo el arte poético I y II de las reminiscencias propias incendiando el rompecabezas de la ciudad sitiada por el paisaje de la guerra, de esos últimos minutos de sueño, en que la paternidad de las últimas preguntas, que acosan verdades militantes que, como animales heridos cambian su visión, al simple destello de la vida de una forma casi increíble o, como en la leyenda sobre Manuel de la Cruz, uno de los imaginistas más importantes de aquellos en que se veneraban los santos religiosos hechos a mano, al terminar con una imagen del niño Jesús para X altar de una iglesia sin recuerdo, los ojos de la imagen de pronto le miraron desde cualquier lugar en que se posicionara González: asustado, se acercó y le miró más de cerca, y la boca de madera dijo ¿Dónde me has visto, que me has hecho tan perfecto?... palabra de poeta, despertando a los calores del día. Así me sentí, por lo que el cierre es obvio. Recomendado.

Para La Coleccionista de Espejos: Dlia McDonald Woolery

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