El significado del acto de hoy.
Entrega de la obra completa de
Walter Ferguson a la Biblioteca Nacional. 24 de junio de 2022.
Autor: Dr.
Guillermo A. Navarro Alvarado, coordinador de la Cátedra de Estudios de África
y el Caribe.
Muy buenas
tardes a todas y todos lo presentes.
A
la Sra. Laura Rodríguez, directora de la biblioteca Nacional.
A
los Srs. Manuel Monestel, Ronal Soto, Donald Allen Duncan y Teodoro Symes.
Y
al público en general.
Debates
contemporáneos sobre el archivo etnomusicológico, han remarcado que las ideas
de “captar” y “rescatar” son ideas complejas que llevan dentro de sí un cierto
grado de apropiación y de colonialismo, en el sentido de que dicho proceso
parte de la posición de “que solo el mundo moderno, tecnológico y occidental”
tendría la capacidad de salvar las culturas populares musicales, producidas en
el marco de supuestas “culturas vivas, pero en extinción”.
Aunado
a esto, las dinámicas globales de apropiación colonial han promovido la idea de
que una de las tareas “occidentales” o de los “centros” es el resguardo de los bienes
culturales del mundo, actividad naturalizada y desarrollada a lo largo de toda
la primera modernidad y de la modernidad tardía. Así, al visitar el Museo Metropolitano
de Nueva York (Met), los primeros pisos contienen objetos cotidianos de
culturas que provienen de regiones tan diversas como la Polinesia, el África
Occidental o Mesoamérica, en donde por ejemplo encontramos los silbatos
(ocarinas) de cerámica que adornan la galería 684 del museo, provenientes de
Costa Rica y datados entre 800–1525 o las esculturas de bronce nigerianas Oko
que encontramos en la galería 681, a unos cuantos pasos de las piezas
mesoamericanas – siempre y cuando podamos pagar la entrada del museo, la
estadía en la ciudad y por supuesto el pasaje de ida y vuelta –.
En
términos musicales el panorama no cambia, para acceder a cantos sagrados de la
africanidad o a instrumentos del norte, centro u Occidente africanos, debemos elaborar
el mismo esfuerzo económico experimentado en el ejemplo anterior. Debemos
visitar museos y archivos en las ciudades euro-norteamericanas o pagar costosas
membrecías de acceso a bases de datos en línea, para buscar nuestras raíces
musicales, encontrar lo que se decía “estaba en extinción” y que se extinguió
en gran parte por esos propios esfuerzos por “salvar” la cultura.
Como
Carol A. Muller planteaba en un texto de 2002 titulado Archiving Africanness
in Sacred Song:
Para
el británico David Fanshawe, la grabación sonora facilitó la objetivación o
"enlatado" de una auténtica africanidad. En el espíritu del
coleccionismo colonial del siglo XIX, las tecnologías de grabación del siglo XX
convirtieron mágicamente la experiencia vivida de los Otros africanos en algo
que podía ser capturado, contenido, llevado a casa, reciclado artísticamente,
exhibido y celebrado por su naturaleza inmutable, su falta de presencia como
realidad viva (425).
Sumado
a estos complejos fenómenos, a pesar de las posiciones nacionalistas y
chauvinistas, hoy sabemos que los propios Estado-Nación latinoamericanos no
constituyeron espacios de “salvación”, “resguardo” o “manutención” de las
culturas populares que emergieron, se desarrollaron y resistieron en su
historia, más bien operaron como aparatos de control, apropiación y agentes de
la extinción de las culturas populares y musicales que emergieron en sus
diversas sociedades, en ellos la conversación fetichizante de las culturas en
piezas folkloricas y de museo implicaban una controlada distancia y
selectividad facilitada por la estetización, capaz de funcionar y legitimar élites
políticas.
Quizá debamos hacer alusión a lo planteado por el antropólogo brasileño José Jorge do Carvalho, cuando describió la forma en que el Estado-Nación brasileño, cuya población es mayoritariamente afrodescendiente, se apropió y patentizó en el marco del modernismo brasileño, la culturas musicales y simbólicas afrobrasileñas de manera selectiva y expropiadora, o más bien, comiéndose la cultura en favor de la “extinción cultural” e invisibilización de sus propios hacedores afrodescendientes, siendo ahora reconocida en el mundo por las elites intelectuales blanco-mestizas del Brasil.
Esto
también nos lleva a cuestionar las formas del reconocimiento en América Latina,
los fondos “etno”-musicológicos que han desarrollado categorías segregantes
para las culturas populares, han implicado procesos extremamente complejos en
favor de su aceptación como: imposición de formatos, delimitación de espacios
para sus ejercicios y por tanto una progresiva extinción de su ejercicio
popular, en el marco de la exotización, espectacularización y fetichización
nacional, siempre remarcando dichas culturas como la de los supuesto “otros” o
de sus exterioridades “recién llegadas”.
Por
estos procesos, quizá abstractos pero reales, es que el día y el acto de hoy
son significativos, centrales, importantes, no solo a nivel de este espacio que
nos convoca hoy, sino por su peso global y cultural. Este acto significa una
práctica alternativa y contra-colonial a los fenómenos antes expuestos, no solo
por su particular acción, sino por la historia que lo rodea.
En
su libro de 2005, Ritmo, Canción e Identidad. Una historia sociocultural del
calypso limonense, Manuel Monestel abre con una serie de imágenes
particulares,– poco comunes en los estudios etnomusicológicos o de la
sociología de la música – estas imágenes se componen por la presentación de una
serie de artífices y protagonistas que conoce entre las décadas de 1970 y 1980,
se refiere a los calypsonians, puertas gigantescas – transmite Manuel –
a una vida social y cultural compleja y diversa del Caribe – ojo que Manuel sostiene
a lo largo del libro y de sus múltiples producciones culturales llamar a este
espacio Caribe y no Atlántico como se llamaba a la región en los círculos
políticos de la capital –, dentro de ellos, como primero aparece la figura
Mista Gavitt:
Por
medio de Paula Palmer conocí al calypsonian que con el paso del tiempo
llegaría a ser reconocido como uno de los más importantes compositores
afrocostarricenses; ese es Mr. Walter Ferguson, conocido como Mista Gavitt
o como Segundo. Al escuchar sus calipsos supe que me encontraba frente a
un gran compositor, que su música tenía una particular vinculación con una
identidad afrolimonense y que mostraba una impresionante pertenencia en la vida
social y cultural de la costa de Talamanca.
Luego Mr. Walter Ferguson pasó a ser un gran amigo y
una especie de mentor e inspirador de mi trabajo musical en los años
subsiguientes” (p.49)
Decía anteriormente, que esta caracterización es poco
común en los estudios etnomusicológicos o de la sociología de la música, esto
porque dichos campos se caracterizan por enfocarse en la expresión musical,
mostrando las estructuras musicales, sus instrumentos o sus implicaciones
sociales, invisibilizando en la mayoría de sus exposiciones a sus hacedores, o
pensándolos como productores.
En cambio, la
presentación hecha por Manuel muestra el rostro, las voces y las experiencias
de sus hacedores en un mundo cultural históricamente excluido de la cultura
nacional costarricense. El trabajo, paciente, compartido y respetuoso que nos
permite estar hoy aquí, se compone de muchas manos, de grandes procesos orgánicos,
de letras escritas bajo nombres y formas de circulación que aun hoy no hemos
comprendido en su totalidad, pero en el cual los casetes de Ferguson, la
recopilación de Manuel y la digitalización de
Niles Wenderwer y Nick Ferguson nos facilitan el acceso a este
patrimonio, ante esto vale la pena recordar que la cultura es y siempre ha sido
social y cooperativa.
El acto al que hoy asistimos es contrahegemónico en
esa línea, primero porque facilita el acceso a material de grabación de una de
las herencias culturales y musicales más importantes del siglo XX en Costa
Rica, infringiendo la tendencia del “acceso por consumo” o “acceso por
mercantilización”, no solo característico de la industria musical, sino también
de la industria académica y museológica.
El material que hoy se entrega para su democratización
y acceso, no es un material que se entrega a las instituciones “salvadoras de
los centros globales”, sino a un espacio democratizador, el cual a pesar de las
incertidumbres y de los débiles financiamientos, ejerce su principio de
democratización del conocimiento y resguardo de las culturas diversas de este
territorio que llamamos Costa Rica, además de participar en el necesario
proceso de hacer de todos nuestros catálogos multiétnicos y pluriculturales.
La figura de Walter Ferguson es una figura de suma
importancia en este proceso, es la muestra histórica de que el canto puede
romper los imaginarios excluyentes y las dinámicas de invisibilización, que el
sonido puede contener la historia de pueblos completos, sus paradojas,
contradicciones e invenciones, que la pluriculturalidad pude interrumpir los
imaginarios estereotipados de la “nación”, haciendo cantar en criollo limonense
a sus conjuntos sociales.
Ferguson es una historia viva, diversa y maravillosa, que contiene largas historias más allá de los cuentos sintéticos que aún se enseñan en nuestras escuelas, representa quizá la puerta gigantesca a nuestros propios descubrimientos identitarios y a procesos que van más allá de lo apuntado al inicio de esta intervención.
Vale entonces la pena plantear la siguiente cuestión,
la cultura popular y las culturas musicales existen y crecen en sus prácticas
vivas, no son solo de la comunidad, son la comunidad en sí, estas grabaciones
muestran en todo su esplendor esto, y por eso nos invitan al ejercicio
permanente del calypso, de su condición cotidiana que emerge de la vida
y que hace que a la vida emerja, su ejercicio no es el del mero consumo
identitario, sino el que nos hace vivir la comunidad que en ella existe. El
resguardo de este patrimonio hoy expresado nos debe invitar a hacer de él un
sonido vivo que inunde nuestras prácticas culturales, que nos concientice sobre
las culturas que heredamos y que debemos seguir creando.
Aunque debo confesar que todas estas palabras se
quedan cortas para describir el hecho que hoy vivimos aquí. En esta biblioteca fundada en 1888 y en donde
seguramente era muy poco probable encontrar obras artísticas afrodescendientes
en aquel periodo – lo cual es hoy una realidad –, debo remarcar que el hecho de
estar hoy y de tener esta noticia, forma parte de esos pequeños, pero largo y
complejos procesos, que conforman y hacen vivir las culturas, siempre plurales.
Gracias.
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