jueves, 23 de junio de 2022

Con palabra de mujer: Ana Victoria Garro Vargas...

  

Colochos


Miss Dayce peinaba la cabellera a una niña crespa, estiraba el pelo con el peine y los colochos se enroscaban como resortes y la mujer con aquella calma, en silencio, estiraba los brazos gordos hasta donde le daban y volvía a peinar ese pelo que no se daba por vencido; la mujer sabía que así era esa cabellera, que jamás entendería la intención del peine ni la intención de sus manos y
  brazos  que no cesaban en su empeño. Las dos mordían con sus blancos dientes el labio inferior, la niña se levantó y gritó:—¡Ya déjeme ser como soy!


Por la ventana la niña negra miraba allá a los pescadores tirar sus redes, esperar con paciencia el momento para recogerlas y jalar los peces enredados, confundidos moviendo sus branquias,  tratando de respirar en la red:—-¡Jala man, jala la red con fuerza!...

Depositaban los pescados en un cajón de madera forrado de latones, con hielo en el fondo, ahí congelarían aquella carga, ahí terminaría el movimiento de los peces, la desesperación, mientras los pescadores mostraban sus blancos dientes y hacían fuerza para evitar que alguno brincara al suelo de la lancha, con la misma paciencia y desesperación con que la mujer peinaba a la niña.

En otro sitio lejano unas niñas bailaban tomadas de las manos, vestían de beige con zapatos de charol color vino, medias claras y en la cabeza diademas con flores, daban vueltas y vueltas como locas hasta caer mareadas, y yo viendo todos esos mundos tan distintos como por un caleidoscopio. Las niñas también estaban peinadas con esmero pero sus cabellos habían sido almidonados, no había colochos por ningún lado, a ellas nadie les trataba el pelo con cepillo, les untaban gel y listo, se acababan los colochos y las ideas; ahí todas las crespas parecían lacias.

 Y yo encantada, observando esos mundos tan distintos sin que nadie notara mi presencia, hasta que un baúl me llamó y me pidió que lo abriera: me acuclillé y lo destapé, me encandiló el brillo de muchas joyas de fantasía con luces vidriosas de colores, parecían preciosas, me las colgué una encima de la otra.

Entonces apareció un hombre flaco como una espina con nariz aguileña que, sin darme cuenta, sabía lo que yo hacía.

 –No podés llevarte ese tesoro… –¿Por qué?, yo lo encontré aquí. El hombre puso el índice en su pecho y dijo: – Ese tesoro pertenece a este sueño y, si te lo llevás, desbalancearías el peso de este mundo y todos seríamos afectados, ¿entendés?. Usá las pulseras y collares tanto cuanto dure tu sueño; como ves, aquí el tiempo no importa, lo que importa es vivir. Y yo, enjoyada como una reina, tomé un cepillo, solté mi cabellera e imité a la mujer de brazos gordos peinando a la niña crespa, pero mi pelo ya estaba alisado y había perdido sus colochos. Recordé cuando me ponían los zapatos de charol y lazos en la cabeza, me quité de encima los collares de fantasía, y desaparecí del sueño… 

 

 

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