Harold
Herrera
Me invitó a salir el sol de
la tarde.
Resistí la propuesta por un
largo, largo rato:
el trabajo me tenía
encerrado,
pero puse en un brazo de la
balanza, el feliz pasado natural que bajo el sol tuve;
y en el otro, mi presente transformador
del tiempo en dinero:
computadora, y una oficina que,
aunque mía, también encierra.
Fue una balanza en cuyo pivote
consideré otro peso del futuro
©diciéndome: puede que no haya
un mañana...
De no haber futuro, me perdería
una de mis riquezas:
la de recibir el tibio halago del
astro mayor,
—ya casi oculto—
tibia cama en las frías noches
decembrinas.
Así que, me permití sentarme en
la acera,
poner los pies desnudos sobre el
peligro que significa la calzada,
la taza de café caliente en mano,
mi cara hacia el soberano que
controla el planeta,
y exactamente igual como lo hice
en mis años
sin importarme lo que los
transeúntes pensaran:
el Real Soberano quizá, también
se recrea en algo tan sencillo
como una tarde de contacto...
Imágenes tomadas de internet
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