viernes, 19 de febrero de 2021

Sobre...

2. Arquitectura...

(Continuación)...

 La reacción contra lo clásico y el nuevo gusto por lo exótico condujo a buscar en los estilos más alejados de la tradición grecorromana, el modelo para la nueva arquitectura moderna: se incorporaron motivos de la arquitectura oriental, islámica y medieval, en una combinación muy variada denominada eclecticismo. Inspirándose en el estilo gótico, el crítico inglés  John Ruskin,  principal ideólogo del modernismo, defendía la necesidad de integrar todas las artes –escultura, pintura-,  y todos los recursos –cerámica, hierro forjado, vidrieras-,  en el todo del espacio arquitectónico.  Dentro de este estilo destacan los proyectos del arquitecto catalán Antoni Gaudí, como la Sagrada Familia o la Casa Milá, en Barcelona.

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 Las necesidades constructivas generadas por la industrialización llevaron a los experimentos con nuevos materiales de construcción, como el hierro colado y el vidrio. El Palacio de Cristal, erigido en Londres en 1851 y proyectado por el arquitecto Joseph Paxto, es considerado como el máximo exponente de la nueva arquitectura de hierro, aunque en su momento muchos arquitectos que se negaron a reconocerlo como  una obra arquitectónica. La torre construida con motivo de la  Exposición Universal de París, en 1889, por el ingeniero Gustave Eiffel y que lleva su nombre, es la obra más conocida de la ingeniería del hierro, o bien, de la arquitectura en hierro. Eiffel llevó adelante su proyecto asistido por los ingenieros Nougier y Koechlin y contó con los servicios del arquitecto Stephen Sauvestre;  esa  fue  una buena forma de respaldar las palabras de Steinman, al hacer constar la conveniente asociación del ingeniero con el arquitecto aún en obras en que la ingeniería parecería proclive a prescindir de la intervención de la arquitectura. Las críticas para el proyecto de Eiffel no escasearon porque, infortunadamente, esta faceta del comportamiento humano rara vez permanece ausente cuando la oportunidad existe y las circunstancias lo favorecen. Leamos parte de una carta abierta de protesta por la construcción de la “Tour Eiffel” reveladora de una fuerte resistencia del público, de la prensa y de artistas de la época, publicada en el Diario Le Temps en febrero de 1887:

“Nosotros, escritores, pintores, escultores, arquitectos, apasionados aficionados por la belleza de París hasta ahora intacta, venimos a protestar con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra indignación, en nombre del gusto francés anónimo, en nombre del arte y de la historia francesa amenazadas, contra la erección en pleno corazón de nuestra capital, de la inútil y monstruosa torre Eiffel, a la que la picaresca pública, a menudo poseedora de sentido común y espíritu de justicia, ya ha bautizado con el nombre de Torre de Babel. Sin caer en la exaltación del chauvinismo, tenemos el derecho de proclamar alzando la voz que París es la ciudad sin rival en el mundo. Por encima de sus calles, de sus amplios bulevares, a lo largo de sus admirables avenidas, en mitad de sus magníficos paseos, surgen los más nobles monumentos que el género humano haya creado. El alma de Francia, creadora de obras maestras, resplandeció entre esta floración augusta de las piedras de Italia, Alemania, Flandes, tan orgullosas, y con razón, de su legado artístico, pero no poseen nada que sea comparable a las nuestras y desde todos los rincones del universo, París ha atraído la curiosidad y la admiración. ¿Vamos a permitir profanar todo eso? ¿La ciudad de París va a relacionar los más antiguos edificios barrocos con las mercantiles imaginaciones de un constructor de máquinas, para afearse irreparablemente y deshonrarse? Pues la torre Eiffel, que incluso la capitalista América no querría, es sin dudar ¡la deshonra de Paris! Todo el mundo lo sabe, todo el mundo lo dice, todos se afligen profundamente, y nosotros no somos más que un débil eco de la opinión universal y legítimamente alarmada. Cuando los extranjeros vengan a visitar nuestra Exposición, exclamarán asombrados: “¡Cómo! ¿Es este el horror que los franceses han encontrado para darnos una idea de su gusto tan halagado?” Tendrán razón burlándose de nosotros, porque el París de los sublimes góticos, el París de Jean Goujon, de Germain Pilon, de Puget, de Rude, de Barye, etc., se habrá convertido en el París del Sr. Eiffel. Para hacerse una idea de lo que adelantamos, basta además imaginarse una torre vertiginosamente ridícula dominando París, así como una negra y gran chimenea de una fábrica, aplastante con su enorme masa. Notre Dame, La Sainte-Chapelle, la torre Saint Jacques, el Louvre, la cúpula de los Inválidos, el Arco del Triunfo, todos nuestros monumentos humillados, toda nuestra arquitectura venida a menos, desapareciendo entre ese sueño asombroso”...


La carta continúa con más censura. Por su parte, Eiffel publicó, en Le Monde, su respuesta que, así mismo, se reproduce a continuación incompleta:

  • “¿Cuáles son los motivos que aducen los artistas para protestar contra la erección de la torre? ¡Qué es inútil y monstruosa! Hablaremos de la inutilidad enseguida. Nos ocuparemos de momento del mérito estético sobre el que los artistas son en particular más competentes. Me gustaría saber sobre qué fundamentan su juicio. Pues, dénse cuenta, señores, que esta torre nadie la ha visto y nadie podrá decir lo que será antes de que esté construida. Solamente se la conoce hasta ahora por un simple dibujo geométrico; pero sea quien sea el que haya publicado cien ejemplares, ¿acaso se aprecia con competencia el efecto general artístico de un monumento basándose en un simple dibujo, cuando ese monumento sea de las dimensiones ya concretas y definitivas? Y cuando la torre haya sido construida y sea mirada como algo bello e interesante, ¿los artistas no lamentarán el haber tomado partido tan rápido y tan a la ligera haciendo esta campaña? Que esperen a haberla visto para hacerse una idea precisa y poder juzgarla. Les diría todo lo que pienso y todas mis esperanzas. Creo, a mi vez, que la torre tendrá su belleza propia. ¿Porque nosotros somos ingenieros, creen ustedes que la belleza no nos preocupa en nuestras construcciones y que incluso al mismo tiempo que hacemos algo sólido y perdurable no nos esforzamos por hacerlo elegante? ¿Es que las auténticas condiciones de la fuerza no son siempre compatibles con las condiciones secretas de la armonía? El primer principio de la estética arquitectónica es que las líneas esenciales de un monumento estén determinadas por la perfecta adecuación a su destino. Ahora bien, ¿cuál es la condición que yo he tenido en cuenta en lo relativo a la torre? La resistencia al viento. ¡Pues bien! Pretendo que las curvas  de los cuatro pilares de la torre del monumento tales como el cálculo las ha determinado, sean los que partiendo de un enorme e inusitada distancia entre ellos, vayan alzándose hasta la cima. Darán una gran impresión de fuerza y belleza; pues traducirán a las miradas la audacia de la concepción en su conjunto, del mismo modo que los numerosos vacíos presentes en los propios elementos de la construcción acusaran fuertemente la constante preocupación de no entregarse inútilmente a las violencias de las tormentas en las superficies peligrosas para la estabilidad del edificio. La torre será el edificio más alto que jamás hayan elevado los hombres. ¿No será pues grandioso también a su manera? Y por qué lo que es admirable en Egipto se convertiría odioso y ridículo en París? Por mucho que lo intento, confieso que no lo entiendo.” …

(Lo destacado con negrita no es propio del documento original)

No obstante la crítica, la torre se levantó en tres tramos hasta alcanzar la altura de 312,27m iniciales (hoy 324m). Los cuatro pilares que la conforman cubren dimensiones magníficas: la separación entre pilares en la base es de 74,24m, su ancho en la base es de 25,33m  y la distancia exterior de ellos en la base alcanza los 124,9m. En su recorrido hacia la cúspide, describen una curva que los hace aproximarse en forma asintótica respondiendo a la descripción y resistencia que Eiffel describió en su carta. El tiempo acabaría dándole la razón a Eiffel.

Hacia el último tercio del s. XIX surgió en los Estados Unidos de Norte América una arquitectura utilitaria y racionalista que rompió con los estilos académicos clásicos. Con el devastador incendio de Chicago del año 1871, unido a la fuerte demanda de nuevas construcciones y el alza del precio de la tierra (predios o lotes) se optó por la construcción vertical a fin de producir muchas viviendas ocupándose una planta reducida en área de terreno así mismo disminuida. El empleo de estructuras metálicas permitió elevar edificios inusualmente altos y la nueva técnica trajo consigo una nueva estética que prescindió de los ornamentos clásicos .El representante más importante de la denominada Escuela de Chicago fue Louis H. Sullivan. Se afirma que la manera en que los hombres construyen no había sufrido nunca en la historia conocida de la arquitectura cambios tan radicales como los ocurridos durante el siglo XIX.

Mas la belleza no tiene patrones definidos comunes, varían en función de muchas variables como para facilitar la uniformidad de criterios al calificarla.  No obstante, se puede decir que  el arte  se puede admirar con relativa facilidad aun cuando lo observado no presente  mayor afinidad con nuestros más predilectos  gustos. Desde otro punto de vista, la belleza lograda en arquitectura con exceso de ornamentos y notables dificultades constructivas como fue la preferencia de algunos, no ha sido tampoco considerada indispensable para muchos arquitectos que seleccionan la belleza lograda con mayor sobriedad. Así surgió temporalmente una nueva estética arquitectónica a partir del rechazo hacia los excesos ornamentales del modernismo; el arquitecto austríaco Adolf Loos habría proclamado a principios del siglo XX:   “el ornamento es un delito”. La escuela de Bauhaus y, en especial, los arquitectos y profesores Walter Gropius y Ludwig Mies  Van der Rohe, impulsaron esta nueva estética conocida como funcionalismo. El funcionalismo está estrechamente ligado al progreso técnico y al uso del hormigón y el acero. Su máximo exponente fue el arquitecto suizo, nacionalizado francés, Charles Edouard Jeanneret Le Corbusier, quien redujo las formas arquitectónicas a los esquemas esenciales: cuadrado, cubo, círculo y cilindro. Así, los principios fundamentales de la arquitectura del siglo XX fueron sentados por Le Corbusier, Mies Van der Rohe y Frank Lloyd Wrights.

Durante la Segunda Guerra Mundial los miembros más destacados del grupo de la Bauhaus emigraron a Estados Unidos.  Allí el nuevo estilo arquitectónico se desarrolló plenamente, combinando el utilitarismo estadounidense con el racionalismo purista europeo. Se proyectaron multitud de rascacielos de metal y vidrio, de líneas cúbicas simples e impersonales más próximos a los alcances de la ingeniería que de la arquitectura. Mies Van der Rohe fue el máximo exponente de lo que se conoció como estilo internacional.


Sucede que la arquitectura es una expresión del ser humano:  tan complejo e impredecible a veces. Veamos una señal. El primero en reaccionar contra la rigidez de este estilo que recién emergió fue  el mismo Frank Lloyd Wright, seguido en Europa por Le Corbusier en una segunda etapa de su actividad creativa.  Abandonaron entonces las formas geométricas a favor de un lenguaje más imaginativo, inspirado en las formas orgánicas de la naturaleza o en formas simbólicas. Una de las construcciones más representativas de esta nueva tendencia fue la Capilla de Notre Dame du Haut en Ronchamp,  producida por  Le Corbusier.

Al promoverse un rechazo más radical hacia el todavía floreciente estilo internacional, se manifestó a partir de la década de 1970  el eclecticismo posmoderno, con los arquitectos Robert Venturi y Denise Scott Brown como representantes. Sus seguidores exaltaron la estética de Disneylandia como uno de los más sobresalientes espacios públicos de Estados Unidos de Norte América, destacándose el uso del color, del neón, de columnas y frontones y de guirnaldas combinadas con paneles de vidrio y estructuras de rascacielos. Su afán fue impulsar una arquitectura alusiva y vivaz y crear edificios que pudieran ser entendidos no solo por la élite sino también por el ciudadano común.  En el último tercio del siglo XX destacaron los estadounidenses R. Meier y F. Gehry, los británicos N. Foster y R Rogers, el italiano A. Rossi y los españoles R. Moneo y S. Calatrava.

Bajo la presión del tremendo crecimiento demográfico mundial se han producido nuevos acontecimientos en casi todos los campos del conocimiento humano, pero en ninguno de ellos ha sido tan espectacular como en la arquitectura. Debido a que cada día había más y más gente necesitada de habitación y empleo en los grandes centros urbanos, los constructores tuvieron que poner énfasis en construir verticalmente. La tecnología proporcionó las dos armas esenciales: los edificios con estructura de acero que podían elevarse a gran altura sin requerir muros enormemente gruesos al nivel del suelo y el elevador o ascensor mecánico.

Puesto que cada vez era mayor el número de artículos que requerían  la producción en serie, los constructores tuvieron que aprender a techar grandes espacios con tramos ininterrumpidos y de nuevo la tecnología proporcionó la respuesta en términos de grandes naves de acero y cristal y más tarde en ´términos de enormes bóvedas de concreto armado.  Toda vez que transportes y vías de comunicación se convirtieron en herramientas esenciales sin las cuales una sociedad de masas no podía esperar funcionar apropiadamente, los constructores tuvieron que aprender a construir grandes puentes y viaductos, canales, muelles y grandes cobertizos para ferrocarriles. Pero… ¿son estas obras de las cuales hablamos propias o exclusivas de la arquitectura?  No es necesario abundar en explicaciones. Afortunadamente los mismos arquitectos han sabido distinguir y demarcar su campo y saben que muchas de esas obras no les atañen o bien pueden necesitar de su participación solo parcialmente, sin poder negarse el lugar  correspondiente a la ingeniería.

Numerosas obras que hoy determinan el progreso y desarrollo de las ciudades no ocupan de la arquitectura, interpretada ésta  como construcción con especial belleza, pues muchas pueden carecer de la estética al permanecer ocultas al ojo humano;  o bien, porque por simpleza o economía se les decide realizar limitándolas a cumplir con su funcionalidad básica  prescindiendo de la magia de una refinada arquitectura.  No obstante, el dominio del espacio y las formas, que  es propio de los arquitectos,  les permite, como hemos apuntado antes, intervenir con éxito aún en obras en las que la frugalidad   y sencillez de estilo y forma predominan sobre la exquisita belleza. De tal modo que la interacción del ingeniero con el arquitecto será siempre una excelente alianza, inclusive para lograr, cuando resulte obligado, además o antes que la más descollante belleza, funcionalidad y economía de las obras. La época demanda con frecuencia de ingenieros y arquitectos con inventiva para producir las grandes obras de hoy con el mejor aprovechamiento de recursos y, seguramente, moderando las mejores intenciones por proporcionales toda la belleza de que la arquitectura pudiera  revestirlas.

Los retos del siglo XXI son grandes y se tiene atrás el peso inmenso de una arquitectura milenaria con obras espectaculares que perviven por su excelencia y majestuosidad en diferentes órdenes. La confianza está cifrada en que los arquitectos de hoy sabrán dar seguimiento a cuanto ha sido realizado y enfrentar  los nuevos desafíos. Ya han iniciado el nuevo siglo con obras descollantes y reveladoras de que a la arquitectura le queda demasiado, de modo inagotable, por presentar y obsequiarnos.  A pesar del individualismo notorio y de que no se define un estilo, se perciben rasgos comunes en la arquitectura actual, influida en alguna medida, desde luego, por los movimientos anteriores que algunos llegamos a creer que alcanzaban la cima y  llenaban  todo el espacio y completaban todos los  modelos  posibles.


En nuestra época se cuenta con recursos de alta tecnología, avances notables gracias a la utilización de la informática en el diseño constructivo y la génesis de materiales nuevos que aportan y continuarán aportando investigadores e industriales. La fusión arquitecto-ingeniero-urbanista contribuye a obtener las soluciones más apropiadas aún frente a los problemas constructivos de mayor complejidad mediante una acción conjunta, lo cual conduce a dinamizar los proyectos y, cuando hay recursos suficientes, a alcanzar la mayor espectacularidad de las obras.  La preocupación por la sostenibilidad del medio ambiente se revela como un trasfondo ineludible del cual se tiene clara consciencia y respeto y se actúa en conformidad con las mejores directrices para corresponder a las demandas del mundo en favor de una naturaleza protegida. El afán de los arquitectos por exhibir su mayor creatividad e inspiración en la belleza deberá combinarse con el compromiso de otros profesionales por garantizar la estabilidad de las obras frente a los fenómenos naturales más destructivos y de dotarlas de perfecta funcionalidad con la mejor actualización en el campo electromecánico, con sistemas de comunicación, alarmas y señales según un diseño inteligente que incluirá eventualmente la robótica con sus más adecuados  alcances aplicables. A estos compromisos se agregará la importante contribución  al favorecimiento de la atracción turística y diversificación de la economía sin omitir el de considerar, con la mejor aproximación a su comportamiento y efecto sobre las estructuras,  los fenómenos tan destructores como imprevistos  provocados por  la madre naturaleza.


Con motivo de las primeras obras de interés que señalan el arranque de la arquitectura del siglo XXI, para algunos eruditos  pareciera que este bello arte pretende marcar distancia, e imponer su propio sello. El Estadio Nacional de Pekín es una de las maravillas contemporáneas conocido como El Nido, algo fantástico que merece citarse entre lo grandioso del nuevo siglo. Las dos torres del Absolute World de Toronto no son una maravilla menor así como  The Blue Planet en Copenhague que es un acuario sencillamente extraordinario. El rascacielos Burj Khalifa de Dubai, es tubular y alcanza 829 metros de altura por lo que algunos que no encontraron mejores palabras en el diccionario para calificarlo con respeto y admiración prefirieron  llamarlo una “bestialidad”. En Valencia, España, una obra de bóvedas y acristalados provoca la admiración general de quienes la han visto y la consideran algo grande del arte arquitectónico que se desarrolla en nuestros días. Los Jardines de la Bahía en Singapur también sorprenden y contribuyen a la consolidación del arte en la construcción. El edificio Harpa, en Reykjavik, Islandia, concluido en el 2011 es multifuncional, preferentemente para conferencias y conciertos; se levanta como otra creación portentosa y admirable aunque más ponderado y muy sobrio en su forma. El Gran Teatro Nacional de China también es una obra llamativa y sugestiva en la que parece haber intervenido el famoso Steve Jobs y le habría impuesto algo de sus propios delirios. El Museo de Arte Islámico de Doha es una de las  pocas obras en que se hace eco del pasado glorioso de la arquitectura, empleándose materiales modernos para obtener con ellos formas que les dieron esplendor similares a las conseguidas por los artistas musulmanes del Medioevo. El pináculo de 306 metros de altura situado en Londres y llamado The Shard es otra de las torres que llaman la atención en nuestro siglo e igualmente merecen ubicarse entre las grandes obras de principios del siglo XXI .

Algunas conquistas en el arte de la construcción en ocasiones son la respuesta a exigencias inmediatas de carácter político en momentos de  crisis, todo lo cual requiere acciones muy bien coordinadas, desarrolladas con urgencia y precisión. No pocas veces los arquitectos e ingenieros han debido enfrentar esas situaciones y desenvolverse dentro  marcos de rigurosidad y alta presión.  Nos vamos a ubicar en nuestro tiempo, tan solo unos meses atrás, en Wuhan, China, en donde brotó el coronavirus y con él una etapa angustiosa para la humanidad;  etapa de dolor, de hambre en muchos casos, de enfermedad y de muerte para tantos. Sería declarada una pandemia   cuando la aflicción se había comenzado a extender  con celeridad y la consternación nos envolvió a todos más pronto de lo previsto. El gobierno de China debió ordenar la construcción inmediata de un inmenso hospital de campaña con capacidad para 1000 camas y la obra debía ejecutarse en el término de 10 días. El desafío sería monumental para arquitectos e ingenieros pero, para sorpresa de muchos,  arquitectos e ingenieros respondieron a las exigencias del momento con una obra de moderada belleza, pero bella al fin y, sobre todo, útil,  resistente, funcional,  construida dentro del plazo previsto con precisión casi de relojería.  No se puede apuntar  que la meta sería suficiente para cumplir con las verdaderas demandas  en salud para la población que se estaba enfermando rápidamente por contagio; solo se sabe que la tarea impuesta a los constructores fue cumplida a satisfacción.  Tampoco se trata de un prodigio de la tecnología avanzada conocida, pero sí fue una demostración de conocimiento, tenacidad, organización, coordinación y, sobre todo, de eficiencia. No han faltado, como sucede  en ocasiones,  quienes han querido opacar lo meritorio de la obra como sucedió en su momento a Eiffel.  Los ha habido quienes han querido minimizar el éxito a los constructores chinos, diciendo de ellos que solo han reproducido técnicas norteamericanas de construcción y que tan solo son expertos en imitar y acortar tiempos. Cierto es que la construcción realizada  preferentemente consiste en un montaje de módulos metálicos que tienen integradas de previo puertas, ventanas e instalaciones electromecánicas, por lo que la técnica está basada en la industrialización y la fabricación, debiéndose superponer elementos relativamente livianos  fijados con tornillos en reemplazo de  la superposición  de  pesados bloques de concreto o colado de muros de hormigón reforzado.  Pero esto no debería restar ningún mérito a la labor desplegada por los profesionales y obreros chinos, sino que más bien debería apuntarse la conveniencia de que la arquitectura deba combinarse con la ingeniería civil porque juntas también se auxilian cuando hay obras que deben desarrollarse con velocidad y requieren mecanizarse y racionalizarse con el mejor aprovechamiento de las tareas realizadas por los obreros.




También se lanzan muchas acusaciones para explicar el porqué en muchos países no se hacen obras con la rapidez como fue construido el hospital de Wuhan; entre ellas destacan las atribuidas a la burocracia asociada a los numerosos trámites que detienen la aprobación de los proyectos y el inicio de las obras con agilidad, como un descargo contra la deficiente administración de las naciones y su legislación equivocada. Desde otro punto de vista, se hace alusión a la necesaria estandarización de obras para producir mucho en corto tiempo aunque sacrificándose en demasía la belleza y la originalidad que deberían caracterizar a la más soberbia arquitectura.

 Dentro de esta coyuntura, cabe la pregunta de algunos: ¿Cuáles otros retos esperan a arquitectos e ingenieros? Nos parece que  no es tan fácil y tampoco  importante tratar de predecirlo para responder de inmediato, interesa saber que podemos estar muy seguros de que habrá conocimiento, capacidad, voluntades, ingenio y arte desbordante para atender cualquier exigencia de las sociedades del mundo.  Arquitectos con gran tenacidad e  iniciativa han demostrado capacidad para intervenir con éxito cuando se requiere de parsimonia, sobriedad, temperancia y  moderación en las obras, así como también han exhibido carácter e hidalguía al iniciar el nuevo siglo con obras que destacan y declaran que la arquitectura puede conservar su esplendor en futuras edificaciones monumentales que brillarán fulgurantes a su debido tiempo… porque la arquitectura  no tiene límites… el arte es infinito.

 

 

Para La Coleccionista de Espejos: Ingeniero Civil Sergio F. Rojas Solano, autor con respaldo en variadas fuentes

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