México, 6:10
Tenía un corazón que no se dejaba mandar por nadie, y eso fue,
probablemente lo que la mató… Juan Liscano
Vamos
a hablar de una mujer distinta a su tiempo, y de la que nunca sabremos cuál era
en realidad fue su segundo apellido, porque ella misma creó su propia leyenda.
Sabremos simplemente que se llamó Eunice Odio. Nacida en la Costa Rica, en
1.922, aunque algunos dicen que el diecinueve es el año correcto de su
nacimiento; fue una poeta, cuentista, ensayista, crítica literaria y de arte;
quien ejerciendo el periodismo; durante más de quince años vivió y murió en Mexicalpan
de las Tunas, D.F.; México, su tercera patria, donde la encontraron un
23 de marzo de 1,974, después de diez días de ausencia…
Tenía el cabello oscuro, los ojos azules, insinuantes, retadores,
capaces de confundir el cielo de una fotografía en blanco y negro... J. L
Eterna
viajante en busca del mar de la poesía que recién, de Nicaragua, viajó a El
Salvador, Honduras, Guatemala, Cuba y los Estados Unidos, en los primeros años
de su vida poética, descubriendo, paso a
paso, el incandescente calvario que significa ser poeta, y no poetisa que
asigna un mohín despectivo a la labor poética de las mujeres; porque en
aquellos tiempos la palabra de la mujer no podían aspirar a nada más que lo que
dejaba la protección del pueblerismo que consideraba detenía su avance…
Precisamente por eso, no ser
una de las que se congregaban en cualquier lugar de la vida común a las mujeres
de entonces, para no sentir la persecución y el rechazo, el qué dijeran que era
la que se fue y volvió sin éxito, de paso por el país, a principio de los 40,
lee bajo el seudónimo de Catalina Mariel algunos poemas en la radio, hasta que
despertó su pluma.
De 1.945 a 1.947, siendo ya periodista
titulada; una de las primeras mujeres con acreditación profesional, publica en
el Repertorio Americano, bajo el comando de Joaquín García Monge y en el
periódico La Tribuna con su nombre real, y es colaboradora de el periódico Mujer
y Hogar…además participa y gana el Concurso Centroamericano de
Poesía 15 de septiembre, con el poemario Los Elementos Terrestres,
el cual es publicado un año después. Para entonces ya se habría ido del país…
Con esa forma de ser que por acá llamamos despachadora, aunque probablemente le dolía, se olvidó de familia y amigos y se fue...
J.L
Los detonantes de una decisión así fueron los
de siempre: la incomprensión, la intolerancia que empezaba a acicalar su
cercanía sobre su hombro izquierdo; hacen que durante su viaje a Guatemala a
recoger el premio comience a trabajar en lo que fuera necesario para quedarse a
vivir por un tiempo en tierras chapanecas: dio charlas y seminarios sobre dialéctica
poética, trabajó en el Ministerio de Educación, hizo fichas curriculares sobre
arte y cultura en revistas y periódicos hasta que en 1948 adquiriere la
nacionalidad guatemalteca, identificación que le duraría hasta 1953, cuando el
aldeanismo, léase entre comillas, lo mismo que le había aquí, las amenazas de
muerte, por impulsar la rebeldía entre las mujeres de aquél lugar, inciden en
su desarrollo personal cercándola nuevamente. Después de su regreso de
Argentina por la publicación de Zona
en territorio del alba, texto que fue seleccionado por
Centroamérica para ser publicado en la colección Brigadas Líricas, encuentra
que ya no tiene casa y decide irse a vivir a México; en donde trabaja en
periodismo cultural, como crítica de arte, realiza traducciones en inglés,
escribe y publica cuentos, ensayos, reseñas y narraciones en periódicos
especializados de arte y literatura.
La conocí dos años después de que se nacionalizara mexicana, en
1964, cuando comenzó a colaborar con la Revista Cultural venezolana Zona
Franca", que yo dirigía. La conocí, lo mejor que pude y creo entender que
para ella, poesía fue durante toda su vida un elemento cotidiano y esencial;
porque la poesía, lo sabemos por experiencia, es un molino que muele a fino
vidrio cualquier intento de abandono... J.L
A
México se entra por muchas partes, es tanto lo que tiene que dar y ofrecer que
no se puede hacer de otra forma: por tierra, el modo en que ella llegó, apenas
distingue una la diferencia entre un país y otro. Por aire, de noche, la forma
en que yo usualmente lo hago se mira una inmensa multitud de abalorios rojos,
plateados y dorados bordando lentamente la noche de los murmullos de sonidos
que nunca cesa de una mariposa...
Desde arriba es fácil ver lo que ella vio. Un valle. Un valle
rodeado de montañas. Un valle donde el blanco, verde y rojo de la ilusión, la
pasión, y el fuego de la esperanza
ondearon en su corazón sediento de comprensión que nunca tuvo en su tierra
natal; pues nadie es profeta en su propia tierra, lo sé bien…
Cinco
días antes de que la reportaran desaparecida, salió de su oficina después de un
día lleno de chismes y aventuras sociales, y pese a que tenía un ligero dolor
de pecho y caminó a lo largo de Reforma y Bucarrelli para tomar la Combi que la
dejara cerca de casa…
En esa ciudad, es fácil
desaparecer entre el frío asco del humo de los carros; o entre la repetición de
los sonidos fluyendo por el pálido y cansado opalescente de las bocinas de los autos
que recién empiezan a caminar por las calles. Camino siguiendo el mismo camino,
que ella siguió: poco rato después, entre la higuerilla dormida al pie de las
casas, deduzco el fino trazo de las calles que llevan de Insurgentes Sur, a la
Roma…
Despareció diez días. Tenía
por costumbre hacerlo cuando tenía hambre de escribir, pero nunca cuando tenía
tanto trabajo pendiente. Cinco después la reportaron desaparecida. Me contaron
que siempre dijo, que en caso de muerte, pacto entre Liscano y ella, si no podía
volver a casa que fuera enterrada en un cementerio del Estado de México y no en
D.F., al entrar al cementerio entiendo por qué: es muy parecido al lugar donde
descansan los que ella conoció…
Las pocas aves desentonadas por los pasos de los que van a sus
trabajos, me hacen ver que son un poco más de las ocho de la mañana, casi las
nueve, pero como todos los días es casi húmedo el saludo de los árboles
arañando lo último de la noche anterior. El Ángel de la guarda, dulce compañía
no me abandones ni de noche ni de día, me lleva voy por la misma calzada ya
inexistente desde el último terremoto...
Voy
a ir al Desierto de los Leones, y
después dónde dicen que vivía en uno de esos apartamentos típicos de zona
residencial, al final de un patio central con dispensarios habitacionales de
dos, o tres habitaciones, una cocina-comedor y un baño marmoleado, con tina. Es
la misma disposición del cementerio, solo que aquí, el final del corredor es Diego
Rivera. El claro-oscuro de la placa que algunos refieren fue puesta por
Liscano, entre otros amigos, solo dice E. O., cimbra suavemente por la
correspondencia floral que cada mes comparte con los amigos propios y ajenos, y
el camino persiste esa imagen de las manos rezando en la penumbra de la noche
de algún ángel cercano, y es eterna la memoria de aquel miércoles trece de
marzo, 1974, que es cuando se supone que murió: La Combi, se detuvo en la esquina cerca de las siete de
la noche, y de ella descendió como tantas otras veces, una mujer
impresionantemente bella por esos ojos que perdieron a muchos en sus
profundidades…
Lleva
abierto el abrigo de paño negro cubriendo lo necesario de un vestido también
oscuro, como fantasmas, las piernas, dentro de unos zapatos semi-altos,
acostumbrados a llevar el ritmo de un paso provocador, esta vez, van un poco
más lentos: se detiene a comprar algunas cosas en el abasto, paga, toma aire
antes de abrazar con una mano un bolso con libros, la compra, o algo parecido y
en la otra el delgado cuello de las llaves: al entrar, controla con un suspiro
el súbito latir de su corazón. Cierra sin ganas la puerta, y enciende la luz
del corredor, para que los vecinos y visitas inoportunas piensen que no está en
casa: el plan es pasar varios días, escribiendo…
El
tibio calor de una sala llena de libros en desorden la recibió poco antes de
notar que el plato del gato apenas tiene unos trozos de leche cortada, y que el
teléfono timbra con insistencia. No llega a tiempo de contestar. De todas
maneras no tiene ganas de hablar: sin pensarlo mucho ahorca el auricular sobre
una esquina del sillón. Pone algunas cosas sobre la mesa del comedor, sorbiendo
uno a uno, el ambarino olor de los recuerdos: Yolanda, viene a ella
destrenzando el nudo de la cortina como si le avisara que estaba ahí,
esperando… Debe ser un sueño. Nada más puede ser. Toma asiento en la mesa y se
sirve un caballito de tequila mientras enciende un cigarro. Escribe. Dos o tres
dobleces más tarde siente un nuevo piquete de dolor. Se le duerme la mano.
Empuja a un lado el vaso tequilero y se levanta. Va al baño. La puerta de
Yolanda está abierta como si acabara de salir corriendo como siempre. La cierra
sin mirar adentro. Abre la llave de la tina y deja que comience a llenar sentada
en el filo de la tina: el desnudo calor del vapor acariciando su cuerpo hace
que lentamente se sumerja en la memoria del sueño…
Fue fulminante. Murió con los ojos abiertos como si hubiese querido
decir algo a alguien cercano… y probablemente no sufrió: eso se queda para la
vida, para los secreto y las personas que nos conocen, siempre para hacernos
daño. Nota personal.
Ya
había enterrado a dos amigas antes;
Yolanda Oreamuno y Carmen Lyra, como ella, expatriadas por el irrespeto de los demás...
Diez días después, (23 de marzo, 1974), La Combi volvió a detenerse en la misma
esquina, temprano en la mañana, solo que esta vez, apurada por la insistencia de
los amigos que desconocen que ha ocurrido con ella. Hace días que la señora no
la llama para que llegue a limpiar, o cocinar, pero le había dicho que iba a
escribir y siempre hacia eso. Ella le dijo que no volviera hasta que la
llamara, y ya sabemos cómo era, pero ha pasado más que de costumbre sin llamar.
De camino se topa con la empleada de la otra casa paseando al niño: −Oye... (Hace días que los vecinos
tampoco ven a la señora de los ojos de cielo, pero la queja va contra el gato
de la última en entrar, la que dejó la luz del corredor encendida, y el animal
ese maúlla en las puertas mientras camina por las esquinas ajenas como si
quisiera decirles algo, pero sobre todo contra la única que no ha dicho nada
del olor inundándoles las narices desde hace días)...ahora que entres, ciérrale la llave del grifo que tu patrona dejó abierta
antes de salir. Hace días que gotea, ya nos manchó el cielo, y paredes, y mi
seño esta de un humor que ni te imaginas, pero tampoco sale a atender la puerta...¿Le
dices? Y de paso te fijas si hay un gato muerto o algo por ahí, porque ya no se
aguanta la peste... ¡Sale!
A
lo mejor está enferma, y no puede levantarse, o estará sentada en una esquina
escribiendo como otras veces, pero es más probable que se haya ido a visitar a
los amigos en la provincia, piensa ella, siempre hace lo mismo, se pierde por
días, sobre todo cuando está escribiendo y deja la comida pudriéndose sobre la
mesa; el olor debe ser algún pollo, o cordero lo que se huele. Hay uno de azul
parado frente a la puerta del edificio, como si estuviera esperándola. Ella se
acerca, sin escuchar las habladurías de los vecinos, ya la otra le dijo. Ahí debe
de estar. No abre porque no le da la gana: le molestan que le hablen cuando escribe. Además ni que fuera pa tanto. Ella vive/ía en
el segundo piso, pero la puerta da la calle, y está coronada de cuitas frescas del
olor a Ximpanshuli, emergiendo del grifo de la bañera cantando en voz alta, y
que ya comienza a alfombrar la escalera con su olor a podrido.
Sin
poner mucha atención a lo demás, empujando de un lado a otro los jitomates y la
cebolla, busca las llaves ocultas en el fondo de la canasta del mandado: con
cierta desesperación, después de un tintineo, como si urgieran una necesidad
imperiosa por dejar salir, el vaho sofocante del polvo de días, un olor a
soledad, a tristeza, a ese tufillo de las cosas que se descomponen por el
abrazo del agua caliente, la empuja a un lado para salir.
-¡Qué barbaridad, seguro la señora salió corriendo y se olvidó de
cerrar el grifo de la bañera...!
Entra. El de azul, va detrás de ella. La casa parece desierta
pero las llaves de la señora están donde siempre, en la mesita de la entrada,
junto a su bolso, abrigo y chalina, Pone el teléfono en su lugar. Va a cerrar
la tina, pero tiene que pasar por la sala-comedor, de reojo; pero ve que al
contrario de otros días, la luz cojea sobre la comida casi podrida sobre la
mesa, junto a un vaso tequilero volcado frente al esqueleto de un limón languideciendo
en el plato del gato, que ahora mira desde afuera como los Brotes sacramentales de la hierba,
oh, dádivas subiendo de la entraña, suma de transitados alimentos! Y a la
altura del pecho y la labranza semilla de silencio y luz desierta. (Epígrafe 1,
Eunice Odio).
No está en la otra habitación principal. A la
derecha está el baño, los muebles empiezan a estar panzones de llevar agua. Abre
la puerta, el agua le inunda los pies. Él va detrás de ella. Retrocede cubriéndose
la cara con el puño izquierdo. El de azul la aparta. Retrocediendo llama a sus
superiores…
De pronto, algunas ondas perturbadas de agua
repican con la última llamada del día…
Para La
Coleccionista de Espejos:
Dlia McDonald
Woolery
Corrección y revisión
de A y YKM
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