EL
INVIERNO DEL PATRIARCA
Abril Gordienko acaba de presentarnos su
primera novela “Negra Noche en Blanco”
publicada por Uruk Editores. Se trata de una saga de dos o tres generaciones
familiares que se extiende por aproximadamente ochenta años, desde mediados de
los años veinte en el Siglo XX, hasta finales de la primera década del Siglo
XXI en Costa Rica. La novela, de clara orientación realista, se centra en un enfoque
psicológico y social de la trama.
En el ámbito psicológico, explora el predominio
de una sociedad patriarcal fundada en el machismo, la megalomanía y la
omnipotencia de los varones patriarcas, frente a la sumisión, pasividad y temor
a rebelarse de las esposas e hijos afectados. Víctimas y victimarios (tanto
mujeres como hombres) conforman una cadena ininterrumpida de transmisión que
refuerza y repite dichas patologías como una forma de perpetuarlas hacia las
siguientes generaciones.
En el campo social, presenciamos las
diferencias manifiestas de oportunidades de educación, salud, movilidad y
acceso al poder político y económico entre las clases altas de la burguesía y
las clases medias y bajas de la sociedad costarricense durante ese período
histórico, mediante la exposición de los conflictos y contradicciones que
surgen de la interacción entre ellas, y la carencia de medios disponibles en el
sistema imperante para que los estratos más débiles puedan ascender en la
escala social, económica y política del país.
La atmósfera y el tono de la novela es densa y
pesada. Nos recuerda a “La Ruta de su Evasión” de Yolanda Oreamuno: opresión,
abuso, desprecio, humillación, autoritarismo de los patriarcas, reflejado en el
espejo de sus víctimas, quienes responden con resentimiento, frustración, temor
a la rebelión, rencor, aceptación y odio reprimido frente a los agresores.
La
Trama: La historia abarca tres generaciones, aunque el desarrollo
se centra en las últimas dos y las figuras predominantes del protagonista
principal Raymundo Fonseca y su hijo Manuel.
La primera generación la conforman Mireya,
madre de Raymundo, costurera hija del sastre Narciso, embarazada y abandonada
por hijo de padre rico, que es lanzada al ostracismo territorial de Tres Ríos por
Narciso para ocultar su vergüenza social de clase media alajuelense, y termina
casándose con el ebanista Fermín, quien inicia la tortuosa sucesión del
patriarca agresor.
La segunda generación es la historia principal:
la del protagonista y escalador social Raymundo Fonseca Vargas, hijo de Mireya
e hijastro de Fermín, y su esposa de alta alcurnia Adelita Yglesias, hija de
padres representantes de la elegante y recatada oligarquía cafetalera y
precursores del desarrollo industrial (por aquello del modelo de sustitución de
importaciones en los sesentas). Raymundo encarna al más odioso patriarcado:
megalómano, omnipotente, egoísta, inteligente en beneficio propio, reproductor
de las disfunciones y patologías que sufrió en su propia carne y que las
magnifica e impone sobre su esposa y su hijo mayor, como si fuera un atavismo
de Faulkner. En su afán de blanquear su vida negra, Raymundo es capaz de usar
cualquier recurso y pasar por encima a todos para conseguir limpiar su oscuro y
vergonzante pecado original.
La tercera generación se enfoca en la figura de
Manuel Fonseca, el hijo mayor de Raymundo (el que domina a todo el mundo),
víctima favorita del patriarca mayor, quien no soporta el hecho de que el
mayorazgo haya recaído en su vástago más discreto, débil, inútil, disléxico, la
negación pura de su imagen y semejanza. La historia de esta magna agresión
patriarcal es uno de los ejes de la novela, protagonizada por ambos en la
secuencia identificada como “negra noche en blanco”. La exesposa de Manuel,
Natalia, juega un destacado papel en el relato. Ambos, Manuel y Natalia, al
final logran romper la cadena ininterrumpida de agresión patriarcal. Después de
morir Raymundo, superan sus diferencias y se liberan de la omnipotente
influencia paterna y sus nefastos efectos.
Estructura
y Tiempos: La
estructura de la novela está determinada por el empleo de distorsiones
temporales: la fragmentación y la narración no-lineal. Estas técnicas
modernistas y posmodernas sustituyen el ideal unitario e integrador de las
grandes novelas decimonónicas, por una escritura parcial y fragmentada. En esta
novela estamos frente a un conjunto de micro-relatos, algunos inconexos en el
tiempo y en el espacio, pero que forman un relato coherente como un
rompecabezas.
La novela intercala los apartes (o secciones)
en que se desarrolla la historia de las tres generaciones durante ochenta años,
con los breves apartes que relatan los sucesos de la “negra noche en blanco” ocurrida,
según nuestras cuentas, en octubre del 2008 (puedo equivocarme en un par de
años). El ritmo logrado en la intercalación es notable porque no se pierde el
hilo del relato general. La fracturación de cuatro de los apartes principales,
al principio y al final de la novela (por un lado, “Frente al Espejo” y “Nueve
y Cuarto Frente al Espejo”; por otro, “Martes” y “Preludio de Martes”), es
notable y crea una atmósfera expectante de suspenso.
Conviene destacar el uso frecuente de anacronías
(discordancia entre el orden real de una historia y el orden del relato), el
empleo insistente de flashbacks para contar las historias de las tres
generaciones, y algunos “flash-forwards” para despedir la intervención de
personajes secundarios y periféricos que no ameritaban seguir adelante. La
manipulación de los tiempos es destacable: mientras el relato sobre las
generaciones durante los ochenta años requiere de tiempos largos, digresiones y
selectividad de las escenas que interesan; la narración de la “negra noche en
blanco” se hace deliberadamente cronológica, casi en tiempo real, con infinidad
de monólogos interiores y secuencias lentas y prolongadas (como la búsqueda de
la pastilla). Los tiempos se acortan o se alargan y se logra fragmentar el
relato para poner énfasis en los acontecimientos y el ritmo que la autora desea
incorporar.
Al final de la novela, el conjunto entrelazado de
micro-relatos cierra coherentemente, sin cabos sueltos, lo cual no
necesariamente es una virtud, pero que muchos lectores prefieren. Suponemos que
la autora no desconoce las tendencias actuales a producir finales abiertos, sin
resolución, porque nos deja dos temas en el limbo: el futuro de Manuel y
Natalia, que cada lector podrá escribir a su antojo; y un medio intento confuso
de misterio tipo policial, en el que un detective indaga la causa del deceso
del protagonista, que no desluce la trama si lo interpretamos como un simbólico
ideal freudiano de matar a los padres.
Temas,
Símbolos y Listas: El enfoque psicológico de la novela retrata
a una sociedad patriarcal que afecta igual a mujeres y a hombres, mediante la
reiteración generacional de traumas infantiles (miedo a la oscuridad, orinarse
en la cama, arrancarse y comerse el pelo y las uñas), violencia doméstica y
sevicia dirigida hacia las esposas y los hijos que no asimilan o aceptan los
preceptos machistas patriarcales (ser proveedores, muy machos, respetar las
vocaciones convencionales, o destacar en el ámbito social). Las esposas se convierten
en escudos protectores de sus hijos agredidos y son, a su vez, abusadas por la
indiferencia, la desvalorización, los prejuicios de una educación sexual
deficiente en la sociedad patriarcal que las confina a ser amas de casa y
perpetuar los arquetipos machistas. Las víctimas masculinas de una generación
se convierten en los victimarios de la siguiente; y las víctimas femeninas se
encargan de transmitir su condición de agredidas a la siguiente generación.
Encontramos en la novela tres tipos de hombres:
el patriarca machista, agresor, ignorante (Narciso, Fermín); el patriarca
machista, agresor, acomplejado social, educado e inteligente, omnipotente,
megalómano, sociópata, endiosado (Raymundo); y el hijo débil, delicado, víctima
del acoso paterno, inclinado hacia otros intereses y con inteligencias no
convencionales, que nunca logra complacer las expectativas del patriarca
(Manuel). Y tres tipos de contrapartes femeninas: la silenciosa víctima del
patriarcado, protectora de su hijo indefenso, sin educación formal, que soporta
estoicamente los abusos e indiferencias de su esposo por necesidad (Mireya); la
más fina y estudiada, enamorada en un inicio, pero luego desilusionada y
desvalorizada por su esposo, aunque incapaz de rebelarse o de abandonarlo en
aras del bienestar de sus hijos (Adelita); y la mujer educada en la generación posterior
a la liberación femenina, artista, que pone y sabe sus límites, los expresa y
los cumple (Natalia).
La interacción entre estos personajes se guía
por la más variada gama de sentimientos y emociones: abuso, acoso, desprecio,
humillación, remordimiento/culpa, resentimiento, afecto, amor/odio, (in)comprensión,
(in)tolerancia, celos, falta de educación sentimental, (ir)respeto,
frustración, (des)aprobación, apoyo/abandono, compasión/indiferencia, miedo,
rencor, admiración/aborrecimiento y supervivencia. Intervienen entre ellos los
prejuicios religiosos que afectan sus concepciones sobre la vida y la muerte, y
los mecanismos psicológicos de defensa, como la represión y la proyección,
utilizados por las víctimas y sus agresores para justificar sus acciones.
Sobresale en la novela, como una nube que se
posa estática sobre ella, un simbolismo que persigue afanosamente a sus
personajes como una maldición atávica: el miedo a la oscuridad. Negro, oscuro,
noche, miedo, “negrura, negror, negrescencia, negrudez, negresión, negrería.
Terror, soledad, desamparo, resentimiento” (p. 251). ¿A quién persigue con esta
abrumadora insistencia inconsciente el reino de la noche, las tinieblas y la
oscuridad?
Mención destacada merece la investigación de la
autora sobre el contexto social histórico de Costa Rica durante los ochenta
años en que se desarrolla la novela. La cuidadosa observación plasmada en las
costumbres, hábitos, etiqueta, protocolo, los lugares de reunión (Club Unión,
Club Campestre) y las detalladas listas de los regalos de boda, decoraciones de
casas, flores y demás “tiliches y chunches” de la oligarquía y burguesía
locales (ver “Adelita”, “Compromiso”, entre otros), son una delicia del detalle
realista y de la buena escritura (Umberto Eco afirma que la historia de la
literatura está llena de listas de colecciones obsesivas de objetos, cosas,
personas y lugares, Confesiones de un
Joven Novelista, Ed. Lumen, p. 150). Nada más apropiado que la descripción
de los objetos, costumbres y lugares que el escalador Raymundo debía observar y
estudiar, para luego emular y mimetizarse con la clase social objeto de su
deseo. De igual modo, merece reconocimiento la identificación de las formas de
ostentación e imitación propias de los nuevos ricos, la existencia de hijos
extramatrimoniales tan profusos al mediodía del Siglo XX, la visión liberal
anticlerical de la religión de los políticos de la oligarquía agroexportadora,
y otros detalles contextuales que no escaparon a la minuciosa mirada de la
autora.
A pesar de la sombría atmósfera en que nos
envuelve, al final de la novela (y al principio) asistimos al acto de la
redención de Manuel. Sus reflexiones frente al espejo dejan la sensación de que
sus rencores y remordimientos han sido expiados, el proceso de curación ha
culminado y atrás quedan los fantasmas (con disfraz de Raymundo) que han sido
exorcizados de su existencia. Una nueva vida lo espera y ojalá a la par de
Natalia. ¡El Patriarca ha muerto! ¡Que no reencarne el Patriarca! Las cadenas
se han roto. Después de tanto sufrimiento, el invierno del patriarca ha
concluido. Hay luz después de la oscuridad.
Narración,
Estilo y Lenguaje: La historia es narrada en tercera persona
del singular con facultades omniscientes. Este punto de vista ha caído en
desuso en los tiempos posmodernos porque deja las huellas del autor visibles en
el texto. Sin embargo, a pesar de que en la novela notamos algunos trazos de la
presencia de la autora (recargado lirismo en algunas partes, algo de
determinismo psicológico, un cierto disgusto contra los no creyentes que asocia
con prepotencia), el dilema es acertada y rápidamente solucionado. El uso
extendido del diálogo, los monólogos y flujos de conciencia interiores (principalmente
en las secciones de la “negra noche en blanco”) y el empleo del estilo libre e
indirecto de narración nos aleja del autor entrometido y nos acerca a los
personajes que, de esta forma, toman posesión de sus palabras. En forma libre e
indirecta (sin comillas y sin reportes del escritor), la autora enriquece el
texto y logra narrar la historia con diferentes voces y desde distintas
perspectivas (polifonías).
En gran parte del texto, la autora apuesta por
una prosa lírica, tan bien escrita como la poesía, el viejo ideal modernista.
La experimentación frecuente con neologismos, el uso reiterado de metáforas y
símiles originales, sorpresivos, aunque evitables en algunos casos, nos hace
pensar que la autora tuvo como prioridad en su agenda lograr una prosa
preciosista. Y creemos que lo logra. Aun cuando en algunas partes atenta contra
la simplicidad, el ritmo y la musicalidad que le inyecta y el dinamismo que le
imprime a la prosa, no desentona con las expectativas del lector, ni lo
desconcentra de la trama en aras del cultivo y la originalidad de las formas.
Mención especial merece el uso constante del
diálogo como sustituto de la explicación en la novela. Los diálogos están muy
bien logrados, sin sobrecargas, omisivos, abiertos, susceptibles de diferentes
significados. Las conversaciones entre Raymundo y Manuel en los apartes de la
“negra noche en blanco” son ilustrativos de que más vale un buen diálogo que
mil explicaciones. También merece resaltar el empleo adecuado de diferentes
registros, sin abusar de ellos, ni caer en estereotipos. Las dicciones bajas y
vernáculas usadas por Raymundo, Manuel y algún otro empleado (ver “Liberación”,
“Profecía”, “Rebeldía” entre otros) me parecen atinadas, sin excesos ni
ausencias.
……………………………………..
Por todo lo dicho, considero que “Negra Noche en Blanco” es una excelente
novela, bien trabajada y escrita, con una fragmentación y manejo de tiempos
sobresaliente. Su temática y simbología posee gran actualidad y es abordada
desde una perspectiva crítica y ambigua, no panfletaria ni proselitista, como
corresponde a la buena literatura. La novela merece el mayor reconocimiento y
debería ser considerada como texto educativo en nuestros colegios y recintos
académicos.
Enrique Vázquez Gehrels
26 de mayo 2016
Compartido por Abril Gordienko L
1 comentario:
Demasiado bueno, muchas gracias!!
Publicar un comentario