A veces olvidamos decir las cosas porque simplemente pensamos que siempre van a estar ahí; por eso nuestros muertos se convierten en nuestros amigos, y en un siempre no poder decir que:
I
Ya no podré decirles que de noche, a veces, lloro por ustedes ni que de día me falta el sueño y me sobra el aire; ni que es tan inmensa y gris esta soledad, la mía que llora, única y eterna, siempre traqueando al subir la vieja escalera de mis lagrimas que desde hace mucho no cesan…
II
No les podré contar nunca más de lo que corre entre mis dedos. De la larga procesión de hormigas abollando mis costados, o que asediada por quienes siempre sabrán, aúllo a este espejo de llamas para ocultar mi inocencia ante la incomprensión, ni tampoco decirles que el ultimo día que hablamos es el mismo que me despierta todos los días; ni que ya no soy la misma, ya no, ahora me oculta tras dudas ajenas. Ni que escribir, ESO, que antes amaba tanto se me ha vuelto una cocina desconocida donde las cebollas son cáscaras, agrias, sin otro uso que el dulce silbido del miedo al dolor, a la soledad sin ustedes, resbalando gota a gota por mi estomago, porque eterna y constante, al oído, un susurro, la muerte me habla cada día con un pan nuestro que me obliga a seguir aunque no quiera
III
Ya no podré decirles que de noche, a veces, lloro por ustedes ni que de día me falta el sueño y me sobra el aire; ni que es tan inmensa y gris esta soledad, la mía que llora, única y eterna, siempre traqueando al subir la vieja escalera de mis lagrimas que desde hace mucho no cesan…
II
No les podré contar nunca más de lo que corre entre mis dedos. De la larga procesión de hormigas abollando mis costados, o que asediada por quienes siempre sabrán, aúllo a este espejo de llamas para ocultar mi inocencia ante la incomprensión, ni tampoco decirles que el ultimo día que hablamos es el mismo que me despierta todos los días; ni que ya no soy la misma, ya no, ahora me oculta tras dudas ajenas. Ni que escribir, ESO, que antes amaba tanto se me ha vuelto una cocina desconocida donde las cebollas son cáscaras, agrias, sin otro uso que el dulce silbido del miedo al dolor, a la soledad sin ustedes, resbalando gota a gota por mi estomago, porque eterna y constante, al oído, un susurro, la muerte me habla cada día con un pan nuestro que me obliga a seguir aunque no quiera
III
No podré contarles ya nunca más que ahora miro la luna, redonda y vacía, siempre en fuga tras los charcos que no volveremos a saltar para contar estrellas, ni que me parecen hermosos los muertos ajenos aunque odie los propios porque me enseñaron el camino de la ausencia a punta de olvidos, pero igual, la muerte es tan bella como una canción de cuna, en brazos del amado
IV
No podré decir que tenían razón, lo demás hacen de nosotros lo que permitimos y no importa lo que hagamos, siempre tendrán razón para ser incomprendidos mientras nos acusan de lo contrario…
V
No podré decirles que me falta su mirada, que nunca volveré a ver porque se me olvidó como era escucharlos reír entre tantas cosas que deja una perdida con los años, que es oscura la noche del bosque de la vida, y que voy por ahí sin dejar más huella sobre mi piel que la piel del recuerdo
VI
No les podré contar que no es solo amanecer, ni que más que allá, mucho más allá de lo cabe en la mirada hay algo que me punza con solo imaginar que esta ahí, de la mano, en ese otro mundo que llamamos ultimo adiós, que anhelo tanto, solo porque me hacen falta, aunque ahora tengo un cierre que me sostiene. No podré, no puedo contarles que este silencio es tan inmenso que solo puedo pensar, ¿Cuándo los volveré a verlos?¿Cuándo?
Para La Coleccionista de Espejos:
Dlia Mc Donald Woolery
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