sábado, 27 de septiembre de 2014

Taller de Creación Literaria Don Chico


14,567
El Puro


Rodrigo Villalobos Jiménez

La infancia transcurría entre jugar y recorrer las calles de San José, en búsqueda constante de cajetillas vacías de cigarrillos, que una vez desenvueltas poseían valor de cambio, como si fuera dinero real.

Como fajos de billetes, cada niño ostentaba su “dinero”, muy útil para pagar favores, deudas y apuestas, ya que un código de ética regía las transacciones. Siempre con algunas excepciones, donde un vivazo, lograba engatusar a algún ingenuo.

Marcas de tabaco muy sencillos y baratos, y por tanto muy comunes se encontraban tirados por todas partes en calles y caños, cajetillas de León, Liberty, Ticos, Dominó o  Piel Roja, eran de menor categoría, algunos sin filtro. Se les asignaba un valor de 5 y de 10, equivalentes a bajas denominaciones en colones.

Luego marcas más “finas” y por lo tanto más caras y difíciles de obtener eran Capri, Rex con mayor valor, de 100, en este imaginario mercado de valores.

En raras ocasiones se podía conseguir cajetillas vacías de Lucky Strike, Marlboro o Camel con valor superior, 500 pues eran muy poco comunes.

 Realmente unas rarezas que prácticamente nunca se habían visto y que el poseerlos convertía al propietario en acreedor al respeto y admiración de todos, Salem, Newport, marcas  a las cuales ya no era posible asignarles un valor por lo extremadamente extraño de su aparición.

Recuerdo que un grupo  de chiquillos estábamos escondidos frente a la iglesia del barrio, observando a un grupo de adultos, con facha de extranjeros, repartiéndose cigarrillos  y que como norma de la época, lo mas natural era arrojar la basura al suelo, sin preocuparse de buscar un basurero, que de todos modos no había por ninguna parte, cuando  Miguelito, el menor de todos tomó la iniciativa, corrió y se escurrió entre las piernas de los fumadores, recogiendo el tesoro de una cajetilla nunca vista en todo el barrio y alrededores. Después de las recriminaciones de todos a los que se les adelantó, apretó los puños y defendió la extraña cajetilla de cigarrillos.
Sí fue cierto, llegaban chiquillos de otros barrios, sólo para ver y conocer aquella cajetilla, extraña, color verde, y que nadie se atrevía a asignarle un valor, pues este sería exorbitante.
De todos modos la rutina de buscar “cigarrettes” no se detenía, subíamos y bajábamos recorriendo con la vista los pisos de las cazadoras, arrojándonos a capturar cualquier cajetilla abandonada.
No había muchos juguetes reales comprados en las tiendas de la ciudad, la inventiva para diseñar,  crear juegos y entretenimientos era una característica propia de la época.
Zancos hechos con latas de avena y mecates de cabuya, rayuelas pintada en el pavimento con pedazos de ladrillo, guerra de pedradas,  terrones y cachirulos, bolinchas de vidrio, trompo, yoyo, papelotes hechos en casa, la fabricación de anillos de semilla de guapinol, brincar mecates, carreras, bolsillos de medias gastadas rellenos de granos de arroz o frijoles, cromos y jackses para las niñas eran los juegos mas comunes. Nunca faltaba la mejenga de bola.
Pero la razón de tanta búsqueda,  era para poder tener dinero, y  jugar “puro”, el juego más popular de la época, a mitad del siglo XX, en San José.
El mismo era simple y con sólo dos pedazos de ladrillo y un palo de escoba, nos permitía disfrutar eternas tardes de juego, hasta que la oscuridad de la noche impedía la visibilidad  y la carrera de regreso a la casa era inevitable.
El puro, un segmento de 12 centímetros del palo de escoba, era colocado entre dos pedazos de ladrillo, y se introducía el   palo largo entre los ladrillos,   en un solo movimiento hacia arriba  se hacía elevar el pedacito pequeño y en el aire se le daba un nuevo golpe, para lanzarlo a la mayor distancia posible.
Debía ser calculada esa distancia en número de pasos, 50 o 100 o más o menos.
Destrezas visuales de cálculo en distancias, debían irse refinando, so pena de perder dinero, pues el deseo desmedido de obtener ganancias, se veía siempre penalizado, por exceso de ambición.
Y el conteo de pasos desde el punto de partida hasta la ubicación del “puro” era, severamente fiscalizado por todos los jugadores
Si el puro caía a 190 pasos y se solicitaba un pago de 200, esto hacia que el que había lanzado y solicitado pago, más bien debía, como castigo pagarles a los contendientes. Por el contrario, solicitar 190 o menos, aseguraba el ingreso.
Por supuesto que había que efectuar el batazo, pues tres intentos fallidos, le hacían perder el turno, y permitir que el siguiente competidor procediera a ejecutar sus tiros.
Grandes aspectos formativos se desarrollaban, pues destrezas físicas, como la coordinación motora fina, con el hecho de elevar el puro con un toque delicado y la destreza motora gruesa, que buscaba imprimir un fuerte batazo, eran de gran importancia.
Habilidades matemáticas, para contar  y hacer cálculos monetarios
Capacidad de abstraer, pues se debía de calcular distancias y longitudes.
Desarrollo de la inventiva para crear juegos, ya que las condiciones económicas no permitían comprar juguetes caros.   Grupos de niños sociabilizando, definiendo y respetando reglas, por todos conocidas y con un código de respeto absoluto, por las decisiones tomadas y el valor de la palabra.
La honestidad era siempre valorada.
A todo esto la ingenuidad de un niño, repentinamente lanzado a la fama por su reciente adquisición, puso a Miguelito en una situación comprometedora, pues eran demasiados los vecinos, tanto conocidos como extraños, que querían observar el billete nuevo.
Una tarde, se acercó Ricardo, del barrio vecino, que insistió en que Miguel le prestara el tesoro, para llevarlo a su vecindario, para enseñárselo a sus amigos.
Miguel, lleno de orgullo por la petición y en forma confiada accedió a prestarlo por unas dos horas y se sentó a esperar en las gradas de la iglesia del barrio.

Seis horas después y cuando ya la noche había caído, Miguel empezó a comprender la estafa y burla de que había sido objeto.
Llorando llegó a la casa y no pudiendo ocultar sus lágrimas, su abuelo Eladio, le preguntó --¿Qué te pasó Miguelito?--
A lo cual el niño se negaba a contestar, un poco por rabia y mucho por vergüenza de haber sido burlado.

Ya el abuelo había sido informado de lo sucedido, y con firmeza logró la atención del niño.
Diciéndole en forma directa  pero serena: -Si Usted anda con un tonto, al cabo de un año, ya serán dos…--Por el contrario –Si Usted anda con un vivazo, este te va a robar la camisa, pero lo que Usted aprenda de ese mal rato, a la vuelta de la esquina, te va a permitir comprarte un vestido entero….
    Las sabias palabras del abuelo quedaron resonando en su cabeza, pero en este momento Miguelito no las entendió y pensó sólo para sí mismo;   ¿para qué quiero un vestido entero? Si lo que quiero es mi cigarrette New Port, de precio invaluable, y continuó llorando tendido en su cama.
 
Revisado por Kat, Syl y Teacher Ana Lu


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