Por Rita Muñoz
Gertrudis Gómez de Avellaneda es de origen cubano, nace en el año 1814 en Puerto Príncipe, de padre español y madre cubana, pertenecía a una familia acaudalada de la isla, por lo que tuvo una excelente educación. Escribe desde muy niña y lo sigue haciendo el resto de su vida. Produce gran parte de su obra en España donde radica a partir del año 1836. Su labor es reconocida tanto en España como en Cuba, donde regresa en 1859. Se la describe como mujer apasionada pero a la vez conflictiva, carácter que no va de acuerdo con el modelo de mujer impuesto (esposa-madre). Sus ideas sobre el matrimonio y el lugar de la mujer en la sociedad diferían del entorno en que vivía. Durante su vida tiene dos matrimonios y varios amores.
SAB es su primera novela y es considerada según José Miguel Oviedo como la primera novela de tema antiesclavista y romántica de América. Esta novela es publicada en 1841, al mismo tiempo de su situación histórica. El matiz romántico se percibe tanto en la trama, como en el manejo de los personajes y la descripción del paisaje cubano. La novela se desarrolla en Puerto Príncipe (actual Camgüey), en un ingenio de azúcar. La principal acción que mueve a los personajes en la novela es el amor imposible y no correspondido.
Importante es pues ubicarnos en el contexto histórico. Cuba para el siglo XIX era aún una colonia de España, y ser colonia contemplaba estar bajo la perspectiva que los europeos tenían del mundo. “Desde el siglo XVI, la retórica de la modernidad se ha nutrido del lenguaje de la salvación, acompañado por la apropiación de grandes extensiones de tierra en el Nuevo Mundo y la explotación masiva de la mano de obra india y africana, justificadas por la creencia en la prescindencia de la vida humana: la de los esclavos.” (Mignolo, 2007. Pág. 37). Las plantaciones de azúcar y café y la actividad mercantil en la Habana eran las principales fuentes de la economía de la isla. En menor escala estaban las minas, hatos y corrales. Como toda colonia española era una sociedad patriarcal y esclavista. La comercialización de africanos como mano de obra esclava había sido autorizada por España alrededor del año 1701. Cuba contaba con una población significativa de esclavos negros, igual que sucedió en muchas otras colonias, a consecuencia de la reducción drástica de la población indígena, debido al contagio de enfermedades traídas de Europa y por la forma tan despótica en que se les obligaba a trabajar. Se estima que llegaron a Cuba 1.310.000 africanos esclavizados. “El modelo de la humanidad renacentista europeo se convirtió en hegemónico, y los indios y los esclavos africanos pasaron a la categoría de seres humanos de segunda clase, y eso cuando se los consideraba seres humanos.” (Mignolo, 2007. Pág. 41).
En 1788 Vilberforce presenta ante el Parlamento Británico la solicitud de la abolición de la esclavitud, que fue aprobada en el año 1807. España se le une pero no sin cierta reticencia en el año 1817, pero el comercio persiste en España y sus colonias hasta 1800. Muchas colonias que habían logrado su independencia se unen a la abolición, como Argentina y Uruguay en 1840, México en 1842, y Cuba hasta el año 1880. Se considera que este tardío apoyo por parte de los cubanos se debió a las ideas de los reformistas criollos que consideraban traería consecuencias nefastas en el plano social, cultural y sobre todo económico, porque podría significar la “pérdida del capital invertido, la interrupción de la producción y, en el campo político, la posibilidad de una revolución semejante a la haitiana”. (Gomariz, 2009. Pág.100). Adicional a estas preocupaciones estaba la idea de blanqueamiento, convertir a Cuba en la colonia más europea de América.
La novela de Avellaneda, nos ubica en esa sociedad esclavista, que hace una diferenciación por su aspecto físico hacia el negro, el indio, el mulato. Sab representa dos categorías de ese otro, era al ser un mulato esclavo, hijo de madre negra de origen noble nacida en el Congo y padre blanco que se infiere era uno de los hijos del hacendado, hermano de su actual amo Don Carlos. El texto nos describe a Sab de una forma muy detallada:
(…) un joven de alta estatura y regulares proporciones, pero de una fisonomía particular. No parecía un criollo blanco, tampoco era negro…Su rostro presentaba un compuesto singular en que se descubría el cruzamiento de dos razas diversas, y en que se amalgamaban, por decirlo así, los rasgos de la casta africana con los de la europea, sin ser no obstante un mulato perfecto” (Avellaneda, 2003. Pág. 2)
Raza, casta, negro, mulato. ¿Qué imaginario social había alrededor de estas palabras, qué visión de mundo? Pues eran palabras peyorativas para hablar de aquel que se consideraba diferente. El diccionario de la Real Academia Española define raza como: casta o calidad del origen o bien cada uno de los grupos en que se subdividen algunas especies biológicas y cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por herencia. Pero el concepto anterior deja por fuera muchas de las connotaciones que el término raza poseía durante el siglo XIX y que probablemente tiene sus remanentes aún en nuestro siglo, como por ejemplo la distinción entre razas superiores e inferiores, llamándose superior la raza blanca o europea y como inferior la raza negra e indígena o cualquiera otra. Estratificación importada por los colonizadores europeos, convencidos de ser una raza superior, pensamiento eurocéntrico que es a su vez etnocentrista, la que lleva a la raza “blanca” (utilizo comillas porque tendríamos que adentrarnos en la genealogía para conocer sus verdaderos orígenes), `proclamarse superiores, diferentes a aquellos otros que no compartían su color o su procedencia y por lo tanto con el derecho a convertirlos en esclavos. “La categorización racial no consiste simplemente en decir “eres negro o indio, por lo tanto eres inferior”, sino en decir “no eres como yo, por lo tanto, eres inferior”, designación que en la escala cristiana de la humanidad incluía a los indios americanos y los negros africanos.” (Mignolo, 2007. Pág. 43). Y aún a los criollos, por más descendientes de españoles que fueran.
¿Y cuáles eran las propuestas de los europeos acerca del origen de los inmigrantes africanos (a lo mejor sería menos discriminatorio referirnos al individuo por su lugar de origen y no por su color, por ejemplo)? Se recurre a la teología, a los mitos y a la biología, uno de esos presupuestos planteaba que descendían de los monos; Giordano Bruno que “los negros podían tener un origen separado del resto de la humanidad”. (Gamboa, 2005. Pág.31) Tomás Jefferson creyó que por naturaleza eran inferiores a los blancos. Por parte de los europeos existía un completo desconocimiento de la cultura africana, se insistía sobre “la insensibilidad de los negros, la crudeza de sus prácticas, su criminalidad, el salvajismo de sus ceremonias religiosas, las mutilaciones de sus cuerpos, las decoraciones con calaveras humanas, en fin, el rasgo cultural prevaleciente era de la animalidad”. (Gamboa, 2005. Pág.31). Así se justificaba la “cultura” europea para oprimir y dominar a aquel que consideraron inferior, que no se podía mirar de forma horizontal, sino vertical, uno arriba y el otro abajo, pisoteado, sin considerarse ser humano .
Bien conocido es que si los habitantes de tierras africanas vinieron a formar parte de la población de América, no fue por voluntad propia, sino que de forma forzada fueron arrancados de su tierra, hombres y mujeres, niños y niñas. El tráfico de esclavos se daba a gran escala, en muchos casos había cargamentos que traían exclusivamente esclavos. Las condiciones en que eran transportados eran infrahumanas, se les ataba de dos en dos por pies y manos por argollas aseguradas al suelo, su ración de agua era de media botella al día y se alimentaban dos veces al día de ñames y frijoles. Después de comer se les obligaba con a latigazos a meterse de nuevo en los grillos, conocido entre los traficantes como “la danza”. “Se insistía en que estos infelices, empaquetados como se ha dicho, no disfrutaban tanto espacio a lo largo y a lo ancho como un hombre en su ataúd”. (Saco, 1974. Pág. 215). Una de las consecuencias de tales condiciones fue una gran mortalidad, muchos de ellos perecían por asfixia.
Entraban en la Habana de forma “legal” en buques españoles, o sino en los buques ingleses como contrabando. El comercio de esclavos era tan próspero que no solo se dedicaban a este los comerciantes asentistas sino que atrae también la atención de “hombres de categoría” (entiéndase coroneles, gobernadores y hasta la realeza).
La ley especificaba cómo debían ser los tomados como esclavos: “los negros debían ser de buenas castas, la tercera parte, a lo más, hembras, y las otras dos varones; sin permitirse la entrada y venta de los inútiles, contagiados o que padeciesen enfermedades habituales, obligándose a los que llevasen a alguno o algunos de esta clase a que los retirasen”. (Saco, 1974. Pág. 208). Eran tratados como mercancías, si llegaba dañada no tenía ningún valor.
Además de ser arrancados de sus tierras y convertidos en mercancía, la ley obligaba al amo a instruirlos en la religión católica, lo cual implicaba ser bautizados en el transcurso de un año, rezar todos los días después de su trabajo, en presencia del amo o en la de sus mayordomos, un sacerdote tenía que darles misa los días de precepto y no estaban obligados a trabajar en días de fiesta excepto en el tiempo de la recolección. Una vez más se impone la cultura de española como lo correcto, otra forma de negar al otro y menospreciar su procedencia, su cultura. Pero estas prácticas no logran doblegar el espíritu de los inmigrantes que no olvidaron sus raíces, porque de alguna manera su forma de entender el mundo siguió siendo a través de sus ancestros africanos y con el paso del tiempo muchos de ellos siguen luchado por rescatarlas, hacerlas valer y mantenerlas vivas, como parte importante de su origen, de su identidad, de su cultura.
Existían leyes que protegían a los esclavos, en las cuales se especificaba, por ejemplo, que se les debía de proveer de vestido y alimento, de acuerdo con la edad y el sexo. Se establecía un horario de trabajo, de sol a sol. Y un descanso de dos horas. Los menores de 17 años, mayores de sesenta y esclavas no estaban obligados a trabajar por tarea. Situación en algunos aspectos irreal según palabras de Sab:
(…) bajo este cielo de fuego el esclavo casi desnudo trabaja toda la mañana sin descanso, y a la hora terrible del mediodía jadeando, abrumado bajo el peso de la leña y de la caña que conduce sobre sus espaldas…llega el infeliz a gozar todo los placeres que tiene para él la vida: dos horas de sueño y una escasa ración. Cuando la noche viene con sus brisas y sus sombras a consolar a la tierra abrasada, y toda la naturaleza descansa, el esclavo va a regar con su sudor y con sus lágrimas al recinto donde la noche no tiene sombras, ni la brisa frescura: porque allí el fuego de la leña ha sustituido al fuego del sol, y el infeliz negro girando sin cesar en torno de la máquina que arranca a la caña su dulce jugo…ve pasar horas tras horas, y el sol que torna le encuentra allí…¡Ah, sí; es un cruel espectáculo la vista de la humanidad degradada, de hombres convertidos en brutos, que llevan en su frente la marca de la esclavitud y en su alma la desesperación del infierno.” (Avellaneda, 2003. Pág. 3).
Las leyes que protegían al esclavo habían sido creadas para, en muchos casos, no ser aplicadas. Los intereses económicos prevalecieron en todo momento, porque no dejaron de ser sometidos estos seres humanos a maltratos, desde el momento en que fueron arrebatados de sus tierras.
Pasando a otra categoría, los mulatos, ¿quiénes eran? El diccionario de la RAE define mulato como la persona nacida de negra y blanco, de color moreno. Este color moreno se describe en la novela como “un blanco amarillento con cierto fondo oscuro”. (Avellaneda, 2003. Pág.2). Desde un inicio el concepto mulato posee una connotación peyorativa porque remite a la mula que es el cruce de un caballo y un burro. La mula es una especie que está desprovista de la posibilidad de procreación, se le utiliza como bestia de carga. Imaginemos quien representaba al caballo y quien a la mula.
Las relaciones entre hombres blancos y mujeres negras (no encontré material donde se hablara de relaciones entre mujeres blancas y hombres negros), no se evitaron a pesar de las leyes que las prohibían para conservar la pureza de la sangre. Y es que desde un inicio no se muestra reacio el colonizador a mezclarse con africanas o indígenas americanas. Pero es claro que las relaciones eran dentro de un marco de poder y de dominación. En algunos casos las relaciones fueron matizadas por el afecto, algunos padres reconocieron a sus hijos, les heredaban o les daban la libertad. Si seguían siendo esclavos en algunas ocasiones sus tareas eran menos duras, como es el caso de Sab que era el mayoral de la hacienda.
Sab pertenecía a “aquella raza desventurada sin derechos de hombres…soy mulato y esclavo” (Avellaneda, 2003. Pág. 4). En él predomina la herencia de su madre, es esclavo y sin derechos. Posee todas las cualidades de un esclavo ejemplar, es dócil servil, completamente fiel a sus amos, incapaz de pensar en su propio beneficio a pesar de tener la oportunidad de cambiar su destino, dispuesto a sacrificarse en todo momento. Además, un ser capaz de experimentar la pasión y el sufrimiento más profundo, que por el amor desmedido que siente por Carlota se debate entre sentimientos opuestos: “pobre esclavo de quien él no sospecha que tenga un alma superior a la suya…capaz de amar, capaz de aborrecer…un alma que supiera ser grande y virtuosa y que ahora puede ser criminal…”. (Avellaneda, 2003. Pág. 21).
Sab está determinado por su origen, nació esclavo y morirá esclavo, su amor por Carlota ya lo sabía imposible por lo que sufría profundamente, y a este sufrimiento se le añade el hecho de saber que el prometido de ésta quería casarse solo por la fortuna de su familia y no por amor. Sab en una acción altruista, sacrifica la oportunidad de cambiar su vida por la felicidad de Carlota, al entregarle a Teresa, su pariente, un billete de lotería premiado. La familia de Carlota había perdido gran parte de su fortuna y su prometido, Enrique, iba a romper su compromiso. Sab no puede pensar en el gran sufrimiento que esto podría provocar a su amada y decide sacrificarse para asegurar la felicidad de esta. Al final muere Sab de sufrimiento, así cumple su profecía cuando dice: “Desde mi infancia fui escriturado a la señorita Carlota: soy esclavo suyo, y quiero vivir y morir en su servicio”. (Avellaneda, 2003. Pág. 6)
La inferiorización del negro, del mulato como individuo abarcó tanto el plano físico como el espiritual. Su belleza, su capacidad intelectual, su cultura, fueron desvirtuadas y avasalladas. Sab nos dice: “A pesar de su color era mi madre hermosa…” (Avellaneda, 2003. Pág. 5). Las conceptualizaciones de diferencia de razas, han sido imposiciones desde estructuras del poder económico y político, íntimamente apoyados por un aparato religioso, relaciones que no fueron ni son horizontales, que imponían la idea de lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo. Para el europeo y el americano esclavista el color de la piel fue la principal característica para definir al africano. Negro tenía connotaciones de tenebrosidad, mal, bajeza miseria, infortunio y fealdad y por otra parte el color blanco se relacionaba con pureza, belleza, justicia, alegría, soberanía y santidad. La descripción de Carlota nos evidencia el constructo de belleza en vigencia:
“Su hermosa y pura frente…y sus cabellos castaños divididos en dos mitades iguales…Examinado escrupulosamente a la luza del día aquel rostro, acaso no hubiera presentado un modelo de perfección; pero el conjunto de sus delicadas facciones, y la mirada llena de alma de dos grandes y hermosos ojos pardos, daban a su fisonomía, alumbrada por la luna, un no sé qué de angélico y penetrante imposible de describir. Aumentaba lo ideal de aquella linda figura un vestido blanquísimo que señalaba los contornos de su talle esbelto y gracioso, y no obstante hallarse sentada, echábase de ver que era de elevada estatura y admirables proporciones.” (Avellaneda, 2003. Pág.8).
Si añadimos a la anterior descripción la forma en que nos guía el narrador cuando dice que desde luego hubiéramos reconocido a la tierna Carlota. ¿Por qué deberíamos reconocerla y considerarla bella? Palabras como angélico, blanquísimo, esbelto, relacionados con el color blanco y por lo tanto con los “blancos”; gracioso, delicada, esbelta, todos adjetivos que nos remiten al prototipo de belleza para la mujer de su época (el narrador –autor, traspasado por su ideología); y si preguntáramos a una mujer africana que podría considerar como bello, quizá nos diría, sus voluptuosas curvas, sus labios carnosos, su hermoso color negro. Y como ya mencionamos, no fueron indiferentes los europeos a esta belleza: “y sin duda tuvo correspondencia su pasión pues salí al mundo por entonces”. (Avellaneda, 2003. Pág. 5). Y la descripción de Sab citada más arriba lo detalla como un mulato perfecto!
El anterior canon de belleza impuesto, no marginó solo a la raza negra, sino también a aquellos que a pesar de ser “blancos”, por su origen estaban en un estrato más bajo, y sufrieron de igual manera, cierto grado de discriminación, porque también fueron víctimas de la construcción europea, es el caso de Teresa en la novela Sab. Teresa es la pariente de la madre de Carlota, recogida por esta al morir su padre, al no poseer bienes económicos se encuentra en un nivel inferior, como Sab está determinada por su condición. Aunque no es esclava, pienso que esclava al fin, destinada a ser la sombra de Carlota, cuya imagen de mujer amada por sus parientes, rica y bella le hacían recordar constantemente su inferioridad y desgracias. Físicamente Teresa es la antonimia de Carlota:
“Joven todavía, pero privada de las gracias de la juventud, Teresa tenía una de aquellas fisonomías insignificantes que nada dicen al corazón. Sus facciones nada ofrecían de repugnante, pero tampoco nada de atractivo. Nadie la llamaría fea después de examinarla; nadie empero la creería hermosa al verla por primera vez, y aquel rostro sin expresión, parecía tan impropio para inspirar el odio como el amor”. (Avellaneda, 2003. Pág. 9).
Por su condición estaba predeterminada a ser insignificante, perdía el derecho de inspirar odio o amor, incapaz de mover al corazón. En sus adentro envidia a Carlota porque al parecer lo posee todo, belleza, el amor de sus parientes y de su prometido, del cual Teresa estaba enamorada, un amor imposible de ser correspondido, igual que le sucedía a Sab.
¿Dónde buscar la belleza, en los rasgos físicos que provocan pasión o en rasgos y cualidades psicológicas y espirituales que elevan al ser humano? ¿En Carlota bella, enamorada y correspondida por un hombre de su misma clase, Carlota, débil ante los embates de la vida, empática con la situación de los esclavos pero que no provoca ningún cambio, o en aquellos seres capaces de una pasión y un amor incondicional? ¿Sab que lo da todo, olvidándose de sí mismo, olvidándose de la oportunidad que el destino le presenta de ser rico y libre? ¿Teresa, aquella que no mostraba sus emociones pero poseedora como Sab de los más nobles sentimientos, que comparte con él la misma desdicha, un amor imposible, que se mira en los ojos de Sab y que Sab la mira “hermosa con aquella hermosura que proviene del alma, y que el alma conoce mejor que los ojos”. (Avellaneda, 2003. Pág.72)? Teresa ángel, sublime, consoladora, generosa, que lograba ver la belleza que perdura: “¡Desventurado joven! –Pensaba ella-, ¿quién se acordara de tu color al verte amar tanto y sufrir tanto?... No –pensaba Teresa-, no debías haber nacido esclavo…, el corazón que sabe amar así no es un corazón vulgar.” (Avellaneda, 2003. Pág. 74). Teresa capaz de cambiar su destino, lo toma en sus manos, decide liberarse de su esclavitud, de ser la sombra de Carlota. Encuentra paz, amor y admiración en un convento.
Sab y Teresa, la otredad inaceptable por su color, su cultura, su condición social. Inaceptable para aquellos que desde una posición de poder estratifican al ser humano y son voces que intentan soslayar la esclavitud, que aún en nuestro tiempo sigue teniendo rostro de niñas y niños, mujeres y hombres, sin distinción de raza o color. Somos esclavos y esclavizadores, esclavos de los conceptos impuestos y esclavizadores cuando somos incapaces de mirar al otro en un nivel de comprensión, como lo dice Villoro: “…Sería el reconocimiento del otro a la vez en su igualdad y en su diversidad. Reconocerlo en el sentido que él mismo dé a su mundo.” (Villoro, 1998. Pág. 159). Espero que se multipliquen las voces de aquellos que abren las conciencias, para aprender a reconocernos otros entre otros, por nuestra cultura, por nuestro “género”, ya no desear mirar verticalmente sino horizontalmente, mirar a los ojos a aquel en nuestra igualdad como seres humanos.
Befeler, Sara (Enero-Junio, 1996). La esclavitud negra en América. Repertorio Americano. EUNA, pp. 34-38
De la Serna, Juan M (2005). Pautas de Convivencia Étnica en la América Latina Colonial. México: Universidad Nacional Autónoma de México.
Gamboa, Luis E (2005). África en América. San José: Editorial Universidad de Costa Rica.
Gomariz, José (enero-junio, 2009). Gertrudis Gómez de Avellaneda y la IntelectualidadReformista Cubana, Raza, Blanqueamiento e Identidad Cultural en SAB. Carribean Sudies 37/09, pp. 97-118.
Gómez de Avellaneda, Gertrudis (2003). SAB. Edición virtual.
Marshall, Patricia (jul-dic, 1997). “A pesar de su color era mi madre hermosa”: Las dos caras del acercamiento al otro en SAB. Estudios. Revista de Investigaciones Literarias y Culturales, 10/97, pp. 113-128.
Moreno F, Manuel (8/87). Peculiaridades de la esclavitud en Cuba. Del Caribe. 8/87, pp.4-10
Mignolo, Walter (2007). La idea de América Latina. Barcelona: Gedisa.
Saco, José A (1974). La Historia de la Esclavitud. Madrid: Ediciones Jucar.
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