domingo, 2 de marzo de 2014

33 Revoluciones por minuto...

José Emilio Pacheco

Hace días leí una reseña de algo que me impactó: la muerte de José Emilio Pacheco y de nuevo pensé que este siglo parece destinado para irnos quitando sin que apenas nos demos cuenta a los buenos artistas {la semana pasada Peter O‘ toole, y el vaquero de MALBORO hicieron su despedida] pero en especial poetas: Juan Gelman y ahora José Emilio Pacheco, ¿será que la ausencia es un dios esquivo y necesario que necesita eternamente que le alimentemos? Escritor, ensayista, traductor, amante de las letras. En resumen poeta, nos dejó esta semana cuando quedó dormido bajo la sombra de huerto favorito: las palabras. ¿Puede haber mejor muerte para un poeta?                                                                                                  

En dos ocasiones estuvo en Costa Rica. En las dos el recuerdo sigue siendo el mismo pese a que lo volví a ver muchas veces más en México, y siempre fue el gigante que tierno y no egoísta compartía su huerto con todos los demás: era muy alto pero no más que su poesía tierna y sencilla y eso demuestra que no todos los monstruos mitológicos son necesariamente malos: tenía ese don de la palabra que siempre se cultiva con y desde la primera mirada que di a Las batallas en el Desierto:... Miré la avenida Álvaro Obregón y me dije: Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual. Un día lo veré como la más remota prehistoria. Voy a conservarlo entero porque hoy me enamoré de Mariana..., con la que por cierto coincido por lo fiel del testimonio, que repetía cada que podía y cuando no también: Elegí ser escritor y a estas alturas aún soy un aprendiz que no sabe nada de su trabajo, y para quien cada página es de nuevo la primera y puede ser la última... Nació en la Ciudad de México el 30 de junio de 1939, con el nombre de José Emilio Pacheco Berny, miembro de la ahora sí, pues la mayoría de sus miembros de renombre estarán en este momento en tertulia con el amigo recién llegado, extinta Generación de los cincuenta o Generación de medio siglo, formado por Carlos Monsiváis, Vicente Leñero, Eduardo Lizalde, Sergio Pitol, Juan Vicente Melo, Juan García Ponce, Sergio Galindo y Salvador Elizondo.

  Estudió en la Universidad Nacional Autónoma de México y ahí mismo inició sus actividades literarias en la revista "Medio Siglo", y dijo pocos meses antes de su deceso: Soy ya uno de los muy escasos sobrevivientes de una época totalmente desaparecida, y particularmente dolorosa porque quedan sus ruinas en la Avenida Juárez. Hace 40 años yo iba generalmente con Carlos Monsiváis, cosa que ahora me remuerde mucho la conciencia, molestar a Octavio Paz a su oficina de Director de Organismos Internacionales, de Relaciones Exteriores y también a Carlos Fuentes, entonces muy joven, que trabajaba en Relaciones también y algunas veces también aunque con mayor timidez fuimos a casa de Alfonso Reyes. Yo siempre he tenido terror que la última anotación del diario de Alfonso Reyes sea "entre Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco me han matado" pero afortunadamente no será así, comentó el escritor de las Batallas en el Desierto.

 
Multifacetico y premiado con el Premio Xavier Villaurrutia, Premio Nacional de Periodismo, también Nacional de Poesía Aguascalientes, Nacional de Ciencias y Artes, Premio Fernando Benítez de Periodismo Cultural; Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo, de Poesía Iberoamericana Ramón López Velarde;  Premio Internacional Alfonso Reyes; Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada "Federico García Lorca", entre  otros, contemporáneo de Carlos Monsiváis, dirigió con él el suplemento de la revista Estaciones.  También se desempeñó como secretario y jefe de redacción en diferentes publicaciones. Profesor en diversas universidades de Estados Unidos, Canadá e Inglaterra. Pero siempre estuvo íntimamente ligado a su natal Ciudad de México, a la que amó como los grandes y siempre le dio su lugar: Soy para bien y para mal un producto de esta ciudad. Todo lo que he hecho y he dejado de hacer es consecuencia de ello. México fue mi cuna, es mi casa y será mi sepulcro. Estoy unido a ella por un lazo indisoluble...

Obra:

Poesía

Tarde o temprano, que recopila sus primeros seis libros:

Los elementos de la noche

El reposo del fuego

No me preguntes cómo pasa el tiempo

Irás y no volverás

Islas a la deriva y

Desde entonces

Novela

Las batallas en el desierto

Cuento

La sangre de Medusa.

El viento distante y,

El principio del placer 

 El gigante escritor...

      Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños iban a jugar a un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la Primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el Otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura, que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.—¡Qué felices somos aquí! —se decían unos a otros.
      Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya había aprendido mucho del arte de escribir y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín:—¿Aquí no es solo para jugar? —surgió con su voz retumbante de entre un morral de libros.   Los niños escaparon corriendo en desbandada. Siempre son así las primeras impresiones: nos deslumbran. —Este jardín es también una biblioteca, y todos pueden leer y jugar aquí.
 Y de inmediato, alzó columnas y juegos, y en la puerta puso un cartel que decía:
      “ENTRADA ESTRICTAMENTE PERMITIDA A TODOS LOS QUE QUIERAN LEER...”

      ¡Era un Gigante Sabio! Pero todos le tenían miedo y prefirieron huir a conocerlo mejor, y entonces hacían avionetas de polvo por las carreteras, se ocultaban entre pedruscos y se decían unos a otros: —¡Qué dichosos éramos allí!... —.
      Cuando la Primavera, el Gigante tuvo una idea: colgó hamacas, hizo laberintos, sembró flores  y puso muchos juegos pero se olvidó de quitar el letrero de modo que el Polvo cubrió los estantes y las arañas comenzaron a coser las tapas de los libros, y hasta tuvieron la desfachatez de invitar al comején y a la polilla que con sus cagadillas llenaron todo de huecos, —No entiendo por qué no vienen...

      Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera: era la risa de los niños trayendo consigo el delicioso aroma de un libro abierto...—¡Qué bueno!...—dijo el Gigante y saltó de la cama, ¿Y qué vio al llegar al jardín?: un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del cartel que finalmente se comieron las polillas y el comején, entraron los niños, y en cada rama de los árboles, los juegos,  había uno.  Solo en un rincón, había caos entorpeciendo los pasos de un pequeñín que no lograba que nadie le leyera el libro que tenía entre las manos. El Gigante sintió que el corazón se le derretía.  —¡Cuán egoísta he sido! —exclamó—. Ahora sé por qué no venían: necesitaban que alguien les contara de este mundo maravilloso...

      Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y todo volvió a lo de antes. Sólo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos, lo sentó en sus regazos y, comenzó a leerle: el jardín floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó.  Cuando los  otros niños vieron como florecía el jardín mientras el Gigante le leía al más pequeño volvieron, y le hicieron ronda...—Desde ahora leeremos al jugar... —dijo, y tomando un hacha enorme, echó abajo lo que quedaba del muro.  Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver a los niños en derredor del Gigante mientras les leía. Al llegar la noche los niños fueron a despedirse, les preguntó del Gigante.—Pero, ¿dónde está el más pequeñito? —Todos le miraron extrañados...—¿No sabemos quién es ni dónde vive y seguro se fue solito...—Ah, bueno, díganle que vuelva mañana...

     Pero pasaron muchos años detrás de otros muchos años, hasta que una tarde se restregó los ojos maravillado y miró, miró: en el rincón más lejano del jardín, había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado aquel pequeñito a quien tanto había echado de menos.
      Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira, y dijo:
      —¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?...—Gritó—. Dímelo, para tomar la espada y matarlo. ¡No! —respondió el niño—. Estas son las heridas del Amor.

      —¿Quién eres tú, mi pequeño? —preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.     Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:—Una vez tú me leíste en tu jardín; hoy me toca a mí leerte en mi jardín... cuando los niños llegaron  esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas...
 
Para La Coleccionista de Espejos:

Pa(tricio) Torres, Teacher Ana Lu y Dlia Mc Donald...




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