lunes, 20 de enero de 2014

La lluvia es una piel....


Dlia McDonald Woolery. La lluvia es una piel. San José, Costa Rica: Asesores Editoriales Gráficos, 2010, 48 pp.

Reviewed by Manuel Apodaca

Hay libros que te atrapan desde las primeras línea que lees; eso me pasó con el poemario La lluvia es una piel de la costarricense Dlia Mc Donald, y el poema que sabiamente eligió para ocupar la contraportada: cierre y apertura a la vez, como la cinta de Moebius, ¡poesía que se abre al infinito!

La poesía suele venir acompañada de grandes sorpresas y de grandes decepciones. Las sorpresas son los aciertos que emanan del corazón y el pensamiento del poeta a través de las palabras y la música. En este caso, un torrente incesante como el que deja fluir la poesía de Dlia. Las decepciones las trae el encuentro, la realidad obtusa y corta que no se parece en nada a la imaginación creativa. En este sentido, estoy de acuerdo con Borges cuando dice que la ficción es muy superior a la realidad. La poesía no es ficción precisamente, pero se aproxima a la ficción en tanto creativa y revelada en un plano superior al de la realidad. Ya lo dijo Homero, “Todos los poetas mienten…” Pero si la poesía y la ficción son mentira, bendita sea la mentira que estremece mi alma, la endulza, la escuece y la eleva definitivamente a un plano transcendental como ningún otra expresión humana puede hacerlo.

Al leer los 78 poemas que constituyen el poemario La Lluvia es una piel (2010) de Dlia McDonald, volvemos a los orígenes, a la infancia y los recuerdos, pero esta vez, a la matriz nutricia de una joven negra costarricense. Este tercer libro de poemas de McDonald es y no es una autobiografía. Lo es en tanto que ahí están los ancestros, la madre, el padre, los hermanos, las tías, los abuelos, en fin, la comunidad entera en cuya piel se han lavado leyenda y realidad de los inmigrantes jamaiquinos que poblaron Puerto Limón para luego desplazarse a la ciudad, habitarla, domeñarla y poder decir:

Nosotros;

llegamos a San José cargados

de ceremonias y silencios

y nos fuimos a vivir a un barrio. (16)

Habitaron el centro de la ciudad, ahí donde viven los “morenos de raza”, como dicen sus vecinos. Dlia McDonald relata su vida en poesía. La reconstruye y adorna como sus tías que, “Por las tardes construyen vestidos,/ e ilusiones de los retablos de la colchas/ (23). Mito y realidad se entretejen en sus versos. El eco de relatos fantásticos que la oralidad afinaba  en la lengua criolla de abuelas y abuelos dejó en Dlia una fascinación por los dioses antiguos, los que llegaron con los primeros africanos al Caribe y poco a poco fueron adquiriendo personalidad y rasgos propios, los dioses Samunfos y Obeath, los Loas del Panteón Vudú. “Señores que gobiernan la tierra,/ en tiempos de lluvia” (13).   Con palabra precisa y rítmica la poeta va desgranando su vida; su nacimiento se torna mítico, “momento/ en que el misterio y lo divino/ se repartían los reales”, y su infancia la remonta a Medea:

Desde niña…

ya era bruja.

Y ya,

practicaba el ritual

de llamar a los duendes

e invocar la lluvia

con ceremonias de risa y alegría. (13)

La lluvia es el otro personaje, la silenciosa interlocutora que se complace en la piel “hechizada” de su devota: “Siempre me gustó la lluvia y nunca pude dejarla ir”, verso contundente, evocativo. La poeta establece el ritual de comunión con la lluvia a través de sus recuerdos y vivencias. Con ella, el cielo, el mar, los ríos, conforman el entorno mágico de un paisaje selvático y tropical donde la humedad y la lluvia son constantes mensajeros de evocaciones pasadas, de historia y de silencios.

Sin duda, el acierto más encomiable de Dlia McDonald es, como ya se ha dicho, su afirmación de la negritud como mujer afrocostarricense y latinoamericana en general. Dlia se afirma desde un principio como lo que es:

Nací negra,

porque soy el sol.

Nací de agua negra,

Mar tranquila

brujería de huesos

en el andar. (10)

Su familia, su raza, sus ancestros y sus descendientes son negros: En casa,/ los negros somos de papel y aleluyas, / y guardamos el make’a tell you/ en una canasta con sombrero/ (24).  Ser negro en la familia es jugar al albur entre el mundo de los ancestros y el de los vecinos blancos. El criollo limonense se mezcla con el español; tal convivencia no los libra de pérdidas, y ellos los saben.  Pero conservan el ritmo de sus vidas milenarias, lo saben porque heredaron el baile y la música en la piel y en los huesos: Mi tribu/ es una canción:/ un negro que camina bailando,/ donde sólo el relámpago rompe la noche/ (25).

Tal afirmación es una ruptura también con viejos esquemas raciales, donde lo que en otras partes de la diáspora africana en Latinoamérica y El Caribe llaman “moreno”,  “de color” y otros eufemismos, en McDonald es llanamente negritud, a la manera de Aimé Césaire, de Zapata Olivella y Guillén. De alguna manera,  La Lluvia es una piel es una ojeada poética a la historia y los mitos de los Afrolimonenses en Costa Rica, quienes en el siglo XIX llegaron desde Jamaica y otras islas del Caribe para trabajar en los rieles del ferrocarril y se establecieron en la Costa Oriental. Hoy por hoy, la población afrodescendiente constituye el 9% de la población total del país y están orgullosos de haber logrado conquistas sociales importantes, como el ser reconocidos como grupo étnico en el censo de población nacional. En Agosto de 2012 tuve la oportunidad de viajar a Costa Rica como ponente en el Congreso Bienal de la Afro-Latin American Research Association (ALARA) que se llevó a cabo en San José. Ahí tuvimos el honor de conocer y convivir con lo más granado de los escritores y escritoras afrocostarricenses. Escucharlos fue un baño refrescante por los logros obtenidos en el terreno de las artes, las letras y la cultura en general. En pocos países del continente, con excepción de los Estados Unidos, los afrodescendientes han logrado una posición de respeto y reconocimiento como en Costa Rica. Y esto se debe, más que nada, a la labor cultural que realizan sus escritores, artistas y activistas negros.  Sin duda, este libro de Dlia McDonald forma parte de esa herencia cultural y artística y pone de manifiesto una vez más la sensibilidad y el amor que habita en sus corazones.

Dlia se ha prestado a ser portavoz, imán, sensora de las voces no sólo de su familia, sino de toda una comunidad de donde procede. Sobre todas las cosas, ella reconoce y revive el entorno geográfico y cultural del cual proviene. En la sección III del libro, Limón es el motivo del fluir poético:

En vacaciones

Íbamos a Limón,

en medio

una algarabía de colores;

y el sol,

con sombrero

de cocoteros, nos alcanzaba

en las curvas bajas…(26)

Puerto Limón, cuna y camino, evocación del ferrocarril y el viaje, Todo el ancho del Sol/ con nosotros viajaba/ y en los túneles/ nos amanecía/ despacio. El viaje es recuerdo que conduce al origen; con él llegan las imágenes poéticas y el viaje a la semilla se paladea en los versos: Dulce melcocha de verdes,/ goteando desde el cielo:/ las piedras/ se están peinando el cabello con la lluvia (29).

El puerto, indudablemente, no puede existir sin el mar, como el mar sin el cielo. El puerto y sus cofradías, sus negocios oscuros, tributarios, le dejan además los sonidos del mar, como el más bello recuerdo que vale encomiar:

(…)

Sonidos del mar,

arrullando un pueblo

de corales dormidos

por el eco profundo de las olas

sobre el tambor del tajamar. (34)

Dlia se deleita en las palabras y ellas le devuelven la música y el sentido después de estrujarlas y jugar a que es niña otra vez, recorriendo los caminos que abrieron sus ancestros entre el valle central y la costa. El lenguaje entonces cobra importancia, es arrullador y meloso en los trocitos de canciones que salen de la radio; bullanguero en la salsa, narrativo y columpiante en el calypso, burbujeante en las voces de los vendedores ambulantes. Ese lenguaje le permite crear y recobrar momentos idos, como en el poema número 11 de la Tercera Parte. “Cada parada es un baile de Calipsos,/ los negros chepines,/ estamos alegres con nuestra fiesta de sonrisas, / y al tren suben los vendedores atropellando los anuncios: pan bon…pan booon, lleva lleva pan bonnnnn… pescao, pescao fresco y rondon…. Pescao, 15 cents y usted comer el mejor rondon del puerto… 15 cents y no haber mejor,/ etc. (30). Esta inclusión de los pregones populares en la poesía culta de McDonald, no es otra cosa más que la unión de los dos extremos del infinito. El lenguaje vernacular, se une al lenguaje culto de la poeta, ambos son dos cuerpos distintos y el mismo, los asemejan la pureza y la profundidad; su esencia es la misma, integración absoluta: poesía.

 

El saber de la herencia y la memoria es lo que deja la poesía de Dlia McDonald, saber milenario de los pueblos negros; heredera de una tradición de videntes, trajinantes, brujos, curanderos; carnestolengas y ritmos acrisolados en la voz de una joven postmoderna y sutil que hoy por hoy es una promesa de las letras costarricenses.

Con el mayor respeto y admiración desde lo más íntimo de mi humildad, un abrazo amoroso. ¡Salud!

 

Manuel Apodaca

University of Southern Indiana

 

 

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