Fue un gran esfuerzo obtener la placa del
taxi. Entre propinas al carajo ese del tránsito, las muchas idas y vueltas a la Asamblea para hablar con
el “diputado amigo” y principalmente el préstamo para comprar el carro, se me había
metido un cariño especial hacia el perol, que además de ser mi distracción
porque lo chineo mucho, es el medio pa llevar los frijoles a la casa…
Al principio me mataba ruleteando largas horas por las calles, buscando
pasajeros, ya fuera colectivos o clientes fijos, que de todos hay y no es bueno
despreciar el trabajo porque hubo tiempo en que la situación se puso cada vez
mas toriada.
…¡Qué felicidad!, las tardes lluviosas,
cuando los servicios abundan y los clientes prácticamente se pelean por subirse
al carro, sin importar si es legal o pirata; aunque fuese jodido manejar con
tanta presa de chunches y tanto atraso…
De a pocos aprendí a conocer rutas,
atajos y trochas para cortar camino y así evitar perder la plata en pérdida de
tiempo y combustible, a relacionarse con todo tipo de personas, unos tuanis, conversones
y simpáticos, otros furris, gruñones y malhumorados de todo tipo; están los que
hasta dan propina y los que alegan por una teja en el vuelto; están los
travestis y los panderetas, los oficinistas y los maleantes, eso sin tomar en
cuenta la correadera cuando de verdá le toca a uno entrar a precarios con una
chapulinada, que lo mismo es que llevar rocas con harina de los barrios finos: caras
de la misma moneda...
Un miércoles, bajo la suave garúa me
dirigía de regreso a la base, en Plaza del Sol, luego de una carrera hasta
Tirrases, cuando al pasar frente a la salida de un motel, un chunche dorado y de
marca reconocida, vidrios polarizados y un segundo de duda del chofer, creo que
eran dos, me permitió observar y memorizar el número de placa, me dio un solo bombazo:
me arrió en el costado derecho, hacia la trompa. Pese a mis años como chofer y después el
brete de taxista desarrollando mañas y volaos para quitarse de encima la calle
de los locos, como la llaman los que creen ver choferes hablando solos, los
carros se mueven a mucha velocidad, como que si apurando el paso pudieran dejar
atrás las miradas y comentarios de la gente que por ahí pasa, o llegaran más
rápido a su destino, fui sorprendido por ese saconazo: quedé varado bajo la garúa
que pasó a ser fuerte aguacero.
—¡Que
chavalo más arrecho!, me dije cuando a toda velocidad se escapó y no pude
perseguirlo por la lata retorcida sirviéndole de taco a la llanta. A lo lejos
solo se veía la nube de agua que se levantaba de sus llantotas; cruzó y no lo ví más. ¡Qué colerón!. Volví
a ver la Santisima
Trinida que llevo pegada con
goma de zapatero en el dasch y me encomendé a Dios para agradecerle que
solo fue un daño material. Mientras repasaba
mentalmente el incidente, esperando la grúa apunté en un papel viejo el dato
para no olvidar la placa.
El chillido de un zanate negro y brillante resonó en mis oídos como una burla,
mientras el pájaro rompía una bolsa de basura buscando qué comer.
La plata del arreglo me la prestó mi
cuñado, en el taller se apuraron, no
perdí más que tres días de trabajo, pero
como en esta vida uno anda agarrándolas del rabo, quedé chingo de plata. Por eso
metí más brete a las horas de trabajo y de paso, cada vez que pasaba por ese
lugar trataba de localizar al irresponsable ese que me había chocado y se dio a
la fuga, dejándome además de pagar cuentas que no me tocaban, el sentimiento de
que me habían vacilado…
Pasaron
meses. Casi al final de año tuve una
carrera hasta Terramol. Al entrar al parqueo para dejar al pasajero, al salir vi
uno parecido al que me pegó. Me acerqué y con cierta alegría vi que tenía el
golpe, no tan grande como el mío, y era el mismo número de placas…
Esperé pacientemente, no sé cuánto. Ya estaba dándole vuelta a la idea
de llamar a los compañeros taxistas, al tránsito o al OIJ donde ya había puesto
la denuncia, cuando vi acercarse a un hombre bien vestido, acompañado de una señora
elegante, guapota, dos chiquitos; la niña grandecita con colas en el pelo y
vestido de colores y un buen carrito de juguete, de los caros, en las manitas
del güililla.
—¡Qué
va! esa familia tan bonita va para otro lad…me decía hasta que vi venían directo
al carro con el arrugonazo en el búmper…—¡Ojalá
me hubiera salido un matón pendenciero en vez de esta familia, a la que le iba
a arruinar el momento!... Viéndolos, imaginé que sí ese hombre se había dado una
escapada y salió manejando como loco cuando chocamos era por algo especial, y
tal vez podría recuperar lo perdido…
Ella se espantó pero no lo pensé
hasta después: ni le ayudó a los chiquitos a subir al carro por no dejar de
mirarnos. Despegándome del carro, señalándole
mi chunchillo, le hice un gesto al señor para llevarlo aparte. Me identifiqué como el chofer del taxi que
estaba ahí parado, el cuál había sido chocado por el carro del que él tenía las
llaves en la mano, y que como no quería darle color frente a su familia quería que
me repara el daño…
Al principio, me miró como si yo estuviera
loco, pero de repente su cara se desfiguró, y se volvió hacia ella: —Mi amor, vení acá…¿Dónde fue que vos chocaste el carro?... —Eeeeh en un murito… dando la vuelta, por donde… dijo ella con voz
temblorosa y la cara pálida…—¡Ah,
si!, el miércoles que me fuiste a dejar al aeropuerto en la mañana, porque en
el trabajo me mandaron a Panamá por tres días, dijo él hablando entre dientes y
pronunciando fuerte cada palabra…—¿A
qué hora fue el choque señor?... —Cómo
a las cinco… El silencio fue de pocos segundos, pero la verdad a mí y seguro
que a todos se nos hizo eterno…—Vos y
yo tenemos que conversar, ¿verdad?... Con mirada penetrante y cara de pocos amigos; me
giró un cheque por el total del arreglo y una extrita que le agregué… No sé qué
pasó con ellos, pero lo que soy yo, desde ese momento, cada que sale un ruteo a
Tirrases, cojo por otro lado ¡y más si llueve!...
Rodrigo Villalobos Jiménez
Junio 2005.Revisado por Kat, Syl, las fans 1 y 2 de don Rodrigo, René el de Teacher Ana Lu y Teacher
No hay comentarios:
Publicar un comentario