Solo a ustedes se los
diré, pues no espero censura ni divulgación de su parte.
Hace mucho, en un baño del
Ministerio de Educación Pública, una mañana cualquiera, me sorprendí al
enterarme que una escritora trabajaba en el mismo lugar donde yo laboraba, para
ese entonces dando mis primeros pasos feministas.Me asomé al gran salón, donde por aquel entonces nos amontonábamos como 20 personas. Era el Departamento de Investigación Educativa, en un sexto piso del centro de San José, adornado por enormes ventanales, cubiertos por una película de color verde añejo, toda una novedad para esos años.
En una esquina, en el ala
izquierda, miré a una mujer pequeña, con unos anteojos de los que se usan para
ver de cerca. Estaba frente a un escritorio con algunos papeles, por no decir
muchos, ordenados según una invisible lógica.
Claro!!! Era Yadira Calvo
Fajardo, la del libro Mujer, Victima y Cómplice, libro que me tenía dando
vueltas.
¿Cómo decirles? Se los
cuento a ustedes, pero no era para nada como yo me la había imaginado, pues las palabras y frases
incluidas en ese libro, hacía mucho tiempo me habían incendiado la mente y
arropado el corazón.
No sé, me la imaginaba grande,
alta, como con un pelo alborotado, gruesa y de voz profunda, tal y como se me dibujaba
en su libro. Pero no, era una pequeña figura
fina, que estaba sentada casi tímida, frente a su escritorio.
La observé desde el mío y
me lanzó una mirada por encima de sus anteojos y volvió a su lectura silente.Me senté e invertí el resto de mi tiempo laboral en mirarla de reojo. Toooodo el resto del día. Por dicha y por aquel entonces no estaba yo en la mira del jefe, recordado ahora como el “semental bolichista”. Ya les comentaré de él.
Tenía que hablarle, tenía
que hacer algo. Resolví devolverle lo que ella me había entregado en ese primer
libro. Le daría algo que pareciera imposible, y decidí regalarle una figurita pequeña
de cerámica, que jamás iba a encontrar en este mundo, era una elefanta verde
con flores en las orejas.
Claro… yo tenía 26 años y
no estaba del todo consiente que las feministas como ella y sus movimientos, son
capaces de crear cosas realmente inimaginables e imposibles de creer, como esa
figura en la que había depositado mi esperanza de hablarle a la escritora.
O como una terminología cuyas palabras son rescatadas
para hacer justicia a nosotras las mujeres. O como hacer visible lo que otros
no ven. Magia pura.
Y funcionó. Imagínense que
le gustó la elefantita. Me habló y conversamos.
Para mí, había empezado una
transgresión feminista, que no tendría ya vuelta atrás. Y estaría llena de
alegrías, de gozo, de cartas, de tarjetas, de lecturas cuidadosas, de largos
silencios, de tristezas, y de cafés aromatizados por la incertidumbre de lo
recién descubierto.
También de carreras, casi
competencias infantiles, que iniciábamos una en el ascensor y otra en las
escaleras, y luego entre los carros de la avenida central, solo para llegar de
primeras a un banco cualquiera. Y continuar la conversación.
Y de escapadas en horas laborales,
solo para leer puro feminismo, al amparo de una iglesia católica, que nos ofrecía
en sus jardines, lo que sus jerarcas han negado a las mujeres por milenios.
Y claro, sucedió lo que
era de esperarse. En las reuniones del Departamento de Investigación, no faltaron ya nuestras manos levantadas, ni las constantes preguntas: como visibilizar a las mujeres, a las niñas y las adolecentes en nuestras investigaciones, cómo incorporar la perspectiva género a nuestras tareas diarias.
Y la investigación
estrella que hicimos, llamada “el concepto de paz en el niño y la niña
costarricense”, donde tuvimos que literalmente pelear por visibilizar a las niñas,
ya que como la escritora le trataba de explicar al jefe, no es lo mismo niñas
que niños.
Siempre me quedé pensando
por qué nuestro jefe no entendía esa simple razón. En fin, las mentes de
algunos hombres son realmente insondables para mí.
Pero ganamos, y lo que hoy
llamamos lenguaje inclusivo fue usado y nuestro jefe no tuvo más remedio que
aceptar el título y contenido de la investigación, incluyendo a las niñas, un
hecho histórico memorable en ese departamento, pues las invisibles niñas habían
llegado para quedarse.
En fin, inquietudes nacidas de un movimiento no
conocido por el Semental Bolichista, y que tuvieron repercusiones inolvidables.
Para que no pudiéramos
hablar y reírnos a carcajadas, como era lo usual, nos puso nuestros escritorios frente a la
pared, de manera tal que no pudiéramos vernos.
Pobre hombre, ¿sería que no sabía quién era
esa mujer sentada en el ala izquierda de su tan amado Departamento de Investi-negación?, bautizado así por el recién fundando
TRIUVIRADO, cuyas integrantes Norma Solís y yo, estábamos nada más y nada menos que dirigidas
por la escritora.
Como podrán imaginar,
misteriosamente los escritorios daban la vuelta, como por arte de magia, una y
otra vez hasta el cansancio.
Yadira fue ascendida a
Profesional 1, y el triunvirato la condecoró con el título de Condesa de
Tucurrique, título que llevó en adelante. Iniciamos la escritura de un libro,
que esperábamos publicar por nuestra cuenta o por alguien buena gente. Ahí
escribíamos todo cuanto podíamos, con las palabras que se nos venían a la mente
cuando el aburrimiento nos sorprendía o la injusticia nos atropellaba. O solo por diversión.
Fotografias tomadas por Marlenne Ramírez B |
Agregábamos lo que queríamos,
seguras de que la posterior edición de Yadira, nos salvaría de un entuerto
literario o algo parecido.
Sin embargo no lo
terminamos, de seguro decepcionadas porque nadie nos ofreció publicarlo.
Claro, ahora tengo serias
dudas si de verdad podría ser publicable lo que ahí plasmamos. Digo, por razones
estrictamente de redacción y el uso de ciertas terminologías. ¡No vayan a
pensar otra cosa!
Lecturas, más lecturas de
mujeres, de feministas, argumentos armados en un café del centro de San
José, para luego al día siguiente
participar en las reuniones departamentales, y sorprender a nuestro jefe, un
hombre que todas las noches jugaba boliche, mientras nosotras preparábamos nuestras célebres
intervenciones.
Algunas de nuestras actuaciones
terminaban cuando una de nosotras era llamada al cubículo, que hacía las veces
de oficina del jefe. Para ese entonces la palabra patriarcado estaba
dramatizándose frente a mí. Eso también me lo dijo la escritora.
Las paredes de su cubículo
no daban hasta el techo, ya que su mirada de control debería estar libre de
obstáculos para observar todos nuestros movimientos.
Y parar mirar a Norma, a
Angelita, Aurora, Ana Cecilia, a María Martha, Sulay, Mayra, y a Maritza, todas
compañeras recién llegadas a las enseñanzas de Yadira, todas aprendiendo en los
almuerzos, ahora condimentados por el conocimiento y delicada pluma de esta
feminista sin igual.
O para tratar de detener a
Mery Lilyan, que le tenía miedo, si no pavor, a los temblores y una vez sentidos,
tomaba su cartera y no la volvíamos a ver hasta varios días después. Las recuerdo ahora, todas mujeres educadas, maestras, administradoras educativas e investigadoras, iniciando, como en un primer grado, la lectura lenta pero prometedora de sus escritos. No sé qué habrá sido de ellas, pero tengo la intuición de que sus vidas cambiaron para siempre, como nos ha pasado a todas, las que hemos tenido el regalo de leer a esta Condesa de Tucurrique. Sin duda alguna, ella nos ha ofrecido siempre y como ahora, el consuelo de sus libros.
Ella sabía que las mujeres
tenemos la fuerza, tenemos la historia que aunque no siempre está escrita con
justicia hacia nosotras, nos hemos filtrado por las rendijas que ha dejado la
llamada historia oficial.
Ella sabía y lo ha
demostrado, que las palabras puestas con sentido, una detrás de la otra, forman
frases y libros, que han cambiado y seguirán cambiando al mundo.
Todavía guardo sus lecciones,
escritas a mano y también en máquina de escribir, de esta mujer, ávida
consumidora de teorías, de libros y de literatura, como algún día ella misma se
describió.
El tiempo pasó, el jefe no
renovó mi contrato acusándome de un sinfín de falsas pequeñeces… bueno a decir
verdad, algunas eran ciertas, pero por principio, por aprendizaje o porque no
me dio la gana, no las acepté.
Las guardé solo para mí, y
hoy les regalo a ustedes solo algunas de ellas, como un íntimo homenaje que
hago para acompañar en esta noche de junio, el nacimiento de este nuevo libro
de mi amiga.
Por cierto, no preciso el
nombre del jefe, pues la vez que hozo firmar en una tarjeta de despedida que me
entregaron mis compañeras y compañeros, Yadira recortó el espacio de su firma,
dejando hasta la fecha un enorme hueco en la tarjeta. Y tengo la prueba de ello.
Yadi: Te contesto lo que
me preguntaste hace muchos años. SI
querida amiga, conservo el mismo archivo de recuerdos comunes, nuevamente
florecidos con el regalo que me diste de estar aquí, contando este cuento a tus
amigas y amigos.
Solo espero no haber
faltado a tu confianza, porque en verdad debo decirte que me has espantado la
soledad, me disipaste el berrinche y me cancelaste la desesperación. Como me lo
dijiste alguna vez. Y ahora muchos años después, lo he comprobado al leerte y
saberte.
Hoy a mis 50 años, con
algunos sueños cumplidos y otros todavía en mi mente, con palabras dichas, otras
apenas susurradas y otras en lista de espera, te comparto con amor los tres deseos que me entregaste
aquella tarde lluviosa de junio de 1988:
Te comparto entonces el recuerdo,
la locura y la razón.
Feliz libro amada Yadira!
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