Quiero
hacer referencia a un poquito de historia privada, que en cierto modo se
relaciona con este libro. Hace muchos años, cuando yo tenía … no sé, muy pocos,
le pregunté a mi padre: ¿Qué es luz artificial? Y él, encendiendo una vela, me
dijo: “Esto”. ¿Qué es campesino? Le pregunté otro día. Y él me dijo:
“Campesinos somos nosotros”. Supongo que de algún modo oscuro, en esa época yo intuía lo que sabía
Linneo cuando se puso a colgarle etiquetas a las plantas y a los animales: que
“si ignoras el nombre de las cosas, desaparece también lo que sabes de ellas”. Y
ya así, conociendo lo que sabía de mí (es decir, mi identidad social) y lo que sabía del progreso que me iluminaba (es decir, un
trozo de parafina con un pabilo), comencé a saborear el lenguaje de vecindario.
La casa de mis padres estaba viva y crecía junto con la familia, que era
numerosa: un nuevo hijo, un nuevo cuarto. Decíamos que era una casa desarguenada. No busquen esta palabra en
el diccionario, porque no está. Otros vocablos de los que usábamos si están,
pero no con el mismo significado. Para nosotros, una chorcha no era un pájaro sino una mancha; un chiquillo raquítico
estaba entelerido. Una ropa era “aguada” no porque se hubiera
mojado sino porque era amplia y nadabas en ella. Cuando alguien buscaba algo
difícil de hallar estaba testareando;
un rebelde era un empolinao; y no
había mujeres lujuriosas sino mujeres escocheradas.
Lo que no nos gustaba era porque estaba furris
o muy pelis, como lo sigue estando en
la actualidad. Por cierto, antes de
venir aquí, me entró la curiosidad de saber cuál es la diferencia entre estos
dos vocablos. Como era lógico, consulté el Nuevo
diccionario de costarriqueñismos, y el diccionario me aclaró la gran duda: furris significa “horrible, feo”; y pelis significa “feo, horrible” ¡Y yo
tantos años usándolos como sinónimos! Además por el diccionario me enteré de
otra gran novedad: que ambos términos pertenecen a la “jerga juvenil”.
Luego de aquella época de las preguntas, fui
aprendiendo que el lenguaje tenía sus
normas de uso. Unas normas que se regían por el sexo. Cuando una palabra
clasificaba como palabrota no la
debía decir una niña, ni siquiera una
mujer adulta. Era una especie de propiedad privada de los hombres que tenía que
ver con ciertos derechos que confiere la testosterona. Aprendí también que por
lo menos desde el Renacimiento, las
mujeres eran parleras pero debían
estar calladas, porque para decir lo que tenían que decir era mejor que no
abrieran la boca. Ya Quevedo, para quien
la mujer culta es fea, había asociado en
ellas el “buen lenguaje”, con la “mala cara”, afirmando, en tono de cura
sermonero: “Muy docta lujuria tiene, / muy sabios pecados hace”.
A
mí, la verdad, de no haber otra opción, me parecían más apetecibles la lujuria
docta y los pecados sabios que nos reprochaba Quevedo, que la ignorancia casta
y triste que nos quería recetar. Así pues, por mucho tiempo mantuve
oculto, o casi oculto mi
romance ilícito con el lenguaje. Leía
todo lo que caía en mis manos, pero mucho de lo que caía en ellas era de eso
que hacía fruncir el ceño a las personas
serias y morales (y hasta a las serias inmorales). Además escribía algunas
cosillas de las que solo sabían algunas personas cercanas y cómplices. Luego, como
el machismo siempre me ha dado
pica pica, en algún momento empecé a
picar encima de él y eso sí ya en cierto modo hizo de mí una mujer pública en
la más pura línea quevedista.
Así
fue como en este leer y escribir y picar se han ido armando algunas obras a lo
largo de unos … muchos años. Y al fin, siempre bajo la consigna de Linneo,
de que “si ignoras el nombre de las cosas,
desaparece también lo que sabes de ellas”, hace un
tiempo se me ocurrió escribir esta terminología, que ha ido formándose de a
poco, como por sedimentación. Resultado de mucho leer, mucho escarbar, mucho
recapacitar y hasta de mucho
enfurecerme. Pero sobre todo producto de
mi permanente fascinación por el
lenguaje. Espero que esta obra satisfaga
una necesidad social, pero, al mismo tiempo confío en que no me pase como a
aquel escritor que era muy imaginativo: imaginaba que sus libros se venderían.
____________________________Yadira Calvo Fajardo. Licenciada en Literatura y Ciencias del Lenguaje; Profesora Asociada de la Universidad de Costa Rica; Catedrática en la Universidad Autónoma de Centro América. Actualmente jubilada.
Profesora de la Universidad de Costa Rica, Universidad
Nacional, Universidad Autónoma de Centro América; Coordinadora del Foro de la
Mujer, (Programa Interdisciplinario de Estudios de Género), Universidad de
Costa Rica, Presidenta Consejo Académico de Filología, UACA y Ex miembro del
Consejo Directivo Editorial Costa Rica.
Premios
Distinción de Asociación Max Jiménez y la Municipalidad de Goicoechea (1984)
Premio a la Superación, otorgado por el Presidente de la República, Rafael Ángel Calderón. (1991)
“Mujer Ejemplo de Trabajo”, otorgado por APROMUJER. (1997) 1999 (13-21 noviembre)
Representante por Costa Rica en el Pabellón de la Mujer Invitada de Honor, auspiciado por el Departamento de Estado del Gobierno de Puerto Rico, como parte de las Actividades de la II Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, en San Juan, incluyeron la Cumbre Internacional de la Mujer bajo el tema El imaginario femenino en las Américas.
Literatura, mujer y sexismo, Editorial Costa Rica, 1984 2º edición, 1991.
Ángela Acuña, Forjadora de Estrellas, Editorial Costa Rica, 1989.
A la mujer por la palabra (ganador del premio UNA-Palabra 1989 y Aquileo J. Echeverría 1990), Editorial de la Universidad Nacional (EUNA), 1990.
Las líneas torcidas del derecho, ILANUD, 1993; 2º edición, 1996.
De diosas a dragones, EUNED, 1995; entre otras colectivas
Premios
Premio
Nacional Aquileo J. Echeverría, 1990, en la rama de Ensayo
Premio
UNA-Palabra en la rama de ensayo por A la mujer por la palabra. (1989)Distinción de Asociación Max Jiménez y la Municipalidad de Goicoechea (1984)
Premio a la Superación, otorgado por el Presidente de la República, Rafael Ángel Calderón. (1991)
“Mujer Ejemplo de Trabajo”, otorgado por APROMUJER. (1997) 1999 (13-21 noviembre)
Representante por Costa Rica en el Pabellón de la Mujer Invitada de Honor, auspiciado por el Departamento de Estado del Gobierno de Puerto Rico, como parte de las Actividades de la II Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, en San Juan, incluyeron la Cumbre Internacional de la Mujer bajo el tema El imaginario femenino en las Américas.
Publicaciones
Poesía en Jorge Debravo, Ministerio de Cultura, 1980.
La mujer, víctima y cómplice, Editorial Costa Rica, 1982; 2º edición, 1993.
Literatura, mujer y sexismo, Editorial Costa Rica, 1984 2º edición, 1991.
Ángela Acuña, Forjadora de Estrellas, Editorial Costa Rica, 1989.
A la mujer por la palabra (ganador del premio UNA-Palabra 1989 y Aquileo J. Echeverría 1990), Editorial de la Universidad Nacional (EUNA), 1990.
Las líneas torcidas del derecho, ILANUD, 1993; 2º edición, 1996.
De diosas a dragones, EUNED, 1995; entre otras colectivas
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