Hay dos cosas que me dijo, la última vez que hablamos para disculparse porque le habían hecho firmar un documento en mi contra:
1. Yo a usted la quiero mucho y perdone tanta inocentada de mi parte, no hablo por los demás: los débiles no evitan los problemas
2. Me falta poco para cerrar esta puerta de los oficios, por eso quiero que el día que me muera usted me regale algo de ese oficio que usted conoce tan bien… pero no lo haga antes ni después, ese día, para que sepa lo que es volar…
A su muerte pensé en la lapida de Leonardo Da Vinci: Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte…
¿Y dirá la vasija a aquel que la ha creado, no sirve?…
Ya no volveremos nunca a escribir en el charco de la ilusión
el oficio de las palabras ni yo a contarle de los hilos que forman casitas de los recuerdos en los espejos:
por usted, no olvidaré el destino de las letras ni lo que es envejecer entre los antiguos oficios de los duendes y la niñez…
por usted, no olvidaré el destino de las letras ni lo que es envejecer entre los antiguos oficios de los duendes y la niñez…
¿Dirán del sol, los que le miran no sabe que existimos?
Quizás. Tendremos sin embargo, el largo poema
de las gaviotas ciegas,
las calles de San Pedro
envueltas en nubes de ventanas prendidas del sueño de enero, de este enero en que nos abandona.
¿Dirá la sombra de aquel que la mira nos ha olvidado?…
La muerte no nos roba los seres amados.
Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente. (François Mauriac…)
Para La Coleccionista de Espejos: Dlia Mc Donald Woolery
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