martes, 3 de enero de 2012

Taller de Creación Litteraria, don Chico

Tomado de internet con fines ilustrativos
El cantinero

El ambiente en general era de jolgorio, de satisfacción. Los menos se burlaban abiertamente de Felo, el cantinero; los más se reían a escondidas y lanzaban chinitas, que iban con la intención de ahondar la herida en su ego maltrecho. ¾Prendéte la pantalla, para ver el partido de la sele, dijo Manuelón, el mecánico del pueblo, en tono retador y haciéndose el que no sabía nada.


El silencio fue ensordecedor, la reacción esperada, conociendo el temperamento de Felo era de pleito; en cambio todo fue un momento de tensión que pronto pasó con un un madrazo entre dientes, y nada más…Las risitas entre órdenes de tragos, cervezas mientras la noche se deslizó en el humo de cigarros.

 Aquella cantina no se diferenciaba de otras parecidas que abundan esparcidas en las poblaciones del Valle Central: calzada en de la Iglesia, la escuela, la plaza de fútbol y las casas vecinas, paisaje típico de nuestros pueblos; mitad para la venta del guaro y la otra para la venta de abarrotes, candelas, jabones, insecticidas, melcochas “Tres estrellas” y juguetes para los carajillos, con su tradicional biombo con el rótulo de Pilsen, bloqueando la visibilidad de la puerta de entrada, grandes candados guindando de las aldabas; y el piso por donde solo pasaba la escoba cuando se echaba aserrín por alguna torta que se jalara un cliente. Los barrotes, la alarma y últimamente el guarda, daban cuenta de las muchas veces que se le habían metido a robar. Mesas flojas y una barra con seis bancos altos pegados al piso dispuestos para los tomadores con puesto fijo. Paredes de madera con rendijas pegadas a ellas, gran cantidad de recortes de periódico de mujeres chingoletas, junto a las tradicionales del Monstruo y de la Liga, para quedar bien con Dios y con el diablo. En una esquina, sobre una repisa en alto, parpadeaba un viejo televisor pequeño, de perillas y antena quebrada, traído de una compraventa para ver los partidos: el motivo de toda aquella burla.

El lugar se parecía a su dueño, Felo, un hombre grosero, de cara grasosa, fornido y desaliñado. Lo que llaman juega’evivo, siempre dispuesto a obtener ventaja sin escatimar frases hirientes, cuando de burlarse de alguien se trataba... ¾Cuidado te paciás en la plata del guaro, le gritaba; acompañándose esto de una sonora carcajada cualquier cliente de la cantina de los que iban religiosamente a comprar la comedera los viernes, en el abastecedor de al lado. Sin embargo, no pasaba de ser un ingenuote enseñando un arrugado recorte de periódico con la foto del chupacabras; porque además de que una noche vio algo que lo asustó lo había leído en la nación de pobre

Y era tan bueno para bautizar el guaro como su mujer era buena en echarle de más chile a la carne mechada, siempre que ésta empezaba a descomponerse de tanto manosearla… ¾No sia tan polo, mae! ¡Nunca ha comido frijoles a la jaguayana, le decía a los clientes que osaran quejarse del sabor agrio de los frijoles, en un platillo de plástico, una cucharilla de aluminio, servía como si fuera una gran boca. Para cerrar el cuadro de la ingenuidad, Juancillo Mora, reciente heredero era además de querendengue de la esposa de Felo; cliente habitual, El cantinero o se hacía el desentendido o bien sacaba provecho del asunto.

Un jueves, cuando aún había poco movimiento en el negocio se detuvo un camioncillo repartidor al frente del bar, del que bajaron un  par de chavalos entrando en forma sigilosa a la cantina. Chiquitillo, gordo y más callado; uno, flaco, alto y labioso, el otro.  Después de una miradilla rápida, ambos se dirigieron donde Felo para ofrecerle una ganga: éstos no eran conocidos, pero acostumbrado a lidiar con vendedores, ruteros y repartidores, con aire de poco interés escuchó la oferta que, los otros, con actitud de misterio ofrecieron una pantalla gigante de televisión, de las planas.   Para convencerlo, bajaron una caja que abrieron rápidamente sacando el aparato que conectaron al tomacorriente; dejando salir colores, sonidos que opacaron a la tele pequeñita de la repisa: activaron los deseos de Felo y de su mujer por adquirir esa belleza: a la misma velocidad, volvieron a guardar la pantalla, listos para negociar la venta o…¾Necesitamos venderla, pa…Nos jalamos una tortilla y hay que pagarla… En cualquier tienda de Chepe, vale casi un millón de pesos, pero se la dejamos en trescientos…

Sospechando que era robado, Felo, se creía muy bueno en los negocios, se le puso podía pulsearles reabajo…¾Doscientos…¾No pa, es lo menos pajustar …¾Está cara y sin garantía…¾¡Ta barata!...¾Doscientos…¾¡Jalelo mae; este la quiere regalaaa!...Vamos al otro chante a ofrecerla…empezaron a caminar hacia la puerta. Felo, se mordió la lengua, hasta que su mujer intervino: ¾No sia tonto, págales los trescientos…

Felo sacó la plata…¾Acomodemos la pantalla aquí, en la bodega...mejor que no la abra pronto hasta que esto se enfríe… insinuó el más flaco, moviendo significativamente las cejas de abajo a arriba, confirmándole con este gesto, la sospecha de que el artefacto era mal habido…

Empezaron a llegar los clientes y los vendedores se fueron tan rápido como llegaron.  Sin embargo, no esperó como le dijeron: a que las horas hizo un bullón y anunció su reciente adquisición entre los clientes, rajando de que los partidos los iban a ver a todo meter… Con ayuda de los más cercanos, con la expectación aumentada entre los presentes, trajo la caja y abrió los lados con ayuda de u cuchillo: su cara se desfiguró, comenzando a caer, blogs de construcción convenientemente puestos para rellenar la caja, silenciaron las risotadas de los presentes de repente… Al rato, volvieron a mayor volumen. Caragiados y a patadas, Felo echó a todo el mundo pero al otro día, el ambiente era de jolgorio socarrón, miraditas llenas de carcajadas apagadas entre tragos hasta que Manuelón entró y dijo: ¾Prendéte la pantalla, para ver el partido de la sele

Rodrigo Villalobos…

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