jueves, 8 de julio de 2010

Francisco Zúñiga Díaz










En estos meses le recuerdo más...

Aquí, como primer paso a un libro con el que podamos dialogar con él, en entregas sucesivas, les dejo el recordatorio de quién era, y que hizo por nosotros, Don Chico, Francisco Zúñiga Díaz, escrito por varios de sus amigos y talleristas, que estuvimos con él hasta el final...

D.Mc.D

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Chico Zúñiga
Ani Brenes Herrera
Después de una entrevista con doña Luisa González hará unos quince años, escuché por primera vez el nombre y las referencias de don Chico. Eso sí, únicamente me dijo “es un gran amigo que se reúne con unos muchachos allá en la parte vieja del INS”.


Yo estaba pasando un momento difícil en el que la poesía se había convertido en mi mejor aliada y un espacio para compartirla era una magnífica opción.


Sin embargo, eso fue solo el pretexto que Dios, los ángeles, el destino o lo que sea que acomoda nuestras vidas y nuestros senderos utilizó para regalarme ese encuentro.
¿Cómo cabía tanto amor, respeto, sabiduría, carisma, paciencia, en aquel cuerpo pequeño y delgado que albergaba el alma de Chico? Cuando escribo sobre él, parece que su recuerdo se sienta junto a mí, con su pelo cano despeinado, su ropa oscura, su olorcillo a tabaco y su tos seca y constante con la que decidió partir en el momento preciso. La bufanda de rayas gris con negro que le regalé para que se abrigara un poco en las tardes frías del Taller, complementa ese recuerdo, sobre porque me decía que cada vez que la usaba, era como si yo lo estuviera abrazando…


De Chico aprendimos a amar lo que hacíamos, el respeto por los trabajos ajenos, la consideración al producto del alma que cada uno llevaba al paredón literario. La solidaridad con los compañeros, el sentido de pertenencia, la humildad para aceptar las críticas y sugerencias de los demás, y corregir nuestros errores; con él volvimos a estudiar, a leer, a reírnos del mundo y de nosotros mismos. Con Chico fuimos felices compartiendo una taza de café sin pan al igual que una mesa bien servida; comiendo tamales donde Eliette Ramírez o caminando por la avenida; recibiendo visitas en el viejo edificio como si fuera nuestra casa, o escuchando, a solas sus consejos, cuando se convertía en nuestro confidente. Con Chico, aprendimos a ser mejores personas.


Ojalá que en el tiempo que estuvo junto a nosotros, también él sintiera todo el cariño que le profesábamos porque no siempre se lo expresamos con palabras… esas que le llevábamos cada tarde para que hiciera su trabajo. Y hoy, donde quiera que esté espero que siga corrigiendo nuestros lugares comunes, acompañando nuestros sueños de princesas y caballeros y librándonos del ataque de ogros malvados y dragones.



Don Chico Zúñiga: aquel Maestro Bueno

Claudio Monge Pereira


A don Chico, forma amorosa de llamar a don Francisco Zúñiga Díaz, lo conocí siendo yo un adolescente. Lo miraba en aquellos salones donde se desarrollaban actividades y encuentros revolucionarios. Y él siempre humilde y sonriente; optimista y eufórico. Sencillo como el agua, y como ella, vital para el cuerpo social que conformábamos. Por el decir de los mayores, entendía que don Chico se relacionaba con Esparta de Puntarenas, y aquello sonaba a lejanía. Por ese trajín cotidiano de la militancia, sabía que muchas personas que frecuentaban esas inolvidables veladas para escuchar a don Manuel Mora Valverde, a Fabián Dobles, Luisa González, Víctor Manuel Arroyo, Adolfo Herrera García, Fernando Chávez Molina, Eduardo Mora Valverde, Arnoldo Ferreto Segura, Joaquín Gutiérrez Mantel, Fernando Cerdas, José Meléndez Ibarra, el Cabo Marchena y a toda esa pléyade de patriotas que sí hicieron Historia de la grande, coadyuvando a forjar esta Costa Rica que hoy tenemos. Sin su concurso, esta Patria hoy sería más perversa de lo que algunos hoy pretenden imponer, con cara de beato pero con uñas de gato. Bueno, y entre ellos andaba don Chico, siempre con su sonrisa al hombro y con su pausado paso de Maestro humilde y sencillo.


Escuchaba cuando decían que Chico había escrito esto y lo otro, y lo congratulaban y se congratulaban, porque don Chico era uno de ellos; de su Partido perseguido y molestado por mentes enfermizas y más que fanáticas; ignorantemente vivillos y vivillas. Y hasta llegué a tener en mis manos algún folletito con sus cuentos y poemas. Y olían a pueblo, eran frescos y humildes como él. Acariciar aquellos folletos era bellísimo; nos aportaba una ternura especial: Don Chico era de nosotros. Es decir, era un compañero, que en nuestro sentir y entender, significaba lealtad, amistad, solidaridad y seguridad.


Pasaron los años pequeños y vinieron los años más anchos; esos que nos llenan de territorios desconocidos que debemos recorrer sin reticencias. Simplemente caminarlos porque vivimos una causa que amamos. Entonces la lucha me llevó lejos de Costa Rica por muchos años, y allá en perdidas ocasiones tenía acceso a algún viejo periódico, y qué belleza, en más de una ocasión nos encontramos los artículos y trabajos de don Chico. Aquello era como hablar con él, o más bien como escucharlo.


Regresé a Costa Rica barbudo y me había marchado lampiño, y al poco tiempo llegó a mis manos un librito rojo cargado de poemas. Ávidamente lo leí mientras viajaba en los autobuses de mi barrio del Sur, no obstante ser tales cacharpas que nosotros los llamábamos los “cañones de San Sebastián”. Aún siento en mis manos aquel librito rojo, con algunas ilustraciones y con el nombre de don Chico firmando la presentación. Era el producto de trabajo de educador literario allá en aquel lejano Instituto Nacional de Seguros; y al pie de la portada decía: “CAFÉ DE UPINS”. Poemas, cuentos, anécdotas y testimonios de los trabajadores de esa institución; hoy acechada por los buitres planetarios que pretenden sorber sus tripas con la connivencia de sus sumisos jerarcas.

Algunos años más tarde, unos amigos de aquí de San Isidro de Heredia, me convidaron para asistir al “Taller de don Chico”, así, simplemente. Y lo frecuenté en varias ocasiones, hasta que el humo pudo más que mi pasión por aquella ricura de ambiente de hermanos y hermanas mayores y menores: ¡fumaban tanto que era imposible para mí respirar! Yo que venía del campo, oloroso a cafetales, no podía soportar aquella chimenea viva que arrojaba humo hacia los cuatro costados como endiablada. No me valió de nada sentarme en los alféizares de las suculentas ventanas de la casona vieja. Desde ahí los escuchaba animadamente discutiendo y colaborando entre sí para mejorar la obra de los otros. Yo participaba bajo la tremenda preocupación de no caerme a la calle, y lo hacía asido como de lo que fuese, como un mono amante de la literatura. Esas tertulias bajo las enseñanzas de don Chico fueron maravillosas.


A partir de 1992, los amigos del Grupo Ecológico RUALDO, de san Isidro de Heredia, decidimos organizar un Recital de Octubre para des celebrar los 500 años de la invasión española a Costa Rica. Aquel Recital fue un éxito por la decidida participación de las y los escritores que se formaban con don Chico en su Taller del Café, y entonces acordamos realizarlo siempre para resaltar nuestra cultura y nuestros valores. Ya llevamos quince Recitales de Octubre, nacido con el apoyo mágico de aquel Maestro Bueno que fue don Chico Zúñiga Díaz. Él mismo asistió a varios y nos acompañó con su bella presencia, siempre benévola y dadivosa. Nos fotografiábamos con él y todos queríamos abrazarlo.


La última vez que vino ya estaba enfermo, y a través de algunos compañeros del Taller yo sabía que a él le encantaban los chayotes sazones, por eso alisté una bolsota para dársela luego de nuestro Recital. Don Chico la cargó con alguna dificultad por si peso, pero quiso llevarla él. Le conté que eran muy buenos, secos y que se pelaban como bananos. Eran de la mata que nació de los chayotones que me había regalado mi querido don Fabián Dobles hacía algunos años. Yo llamaba a esa mata “La Fabiana”, y Tata Mundo se carcajeaba, por mi ocurrencia. Esa noche isidreña acompañé a don Chico hasta el parqueo del Colegio, desde donde regresaría a San José para no volver a nuestro Recital de Octubre. Desde entonces, no ha pasado ninguno sin que lo recordemos y lo nombremos, porque sabemos y sentimos que él nos acompaña, y nos mira con sus ojos bondadosos y dulces; medio encorvado ya…cansado, repleto de dulzura buena y sabiduría humilde.

Así era don Francisco Zúñiga Díaz, el Maestro Bueno, a quien el egoísmo mediocre de las argollas oficialistas y sumisas, le negó el Premio Nacional de Cultura “Magón”, reconocimiento que su Pueblo sí le confirió y en vida.


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Francisco Chico Zúñiga Díaz. Nació en Puntarenas, Costa Rica el 12 de julio de 1931.

Libros Publicados

* Trillos y nubes San José, C.R. : Imprenta Tormo (1964) Cuento
* La mala cosecha Santiago, Chile (1967) Cuento
*Los Dos Minutos y otros cuentos San José : Editorial de Costa Rica (1976) Cuento
*Sonetos de amor en bicicleta Autor: T. Joroba. San José : Ediciones Dromedario (1977)
Poesía
*El viento viejo San José : Editorial de Costa Rica (1978) Cuento
*El soneto en la poesía costarricense San José : Editorial Universidad de Costa Rica(1978) (Antología)
*Geografía sencilla San José : Editorial de Costa Rica (1980) Editorial de Costa Rica (ECR) Poesía
*Carlos Luis Sáenz: el escritor, el educador y el revolucionario San José : Ediciones Zíñiga y Cabal, (1983)
*Todos los Domingo, Cuentos, San José : Editorial de Costa Rica (ECR) (1983)
* Yo no tengo ningún muerto San José, C.R. : Editorial Presbere, (1986) Cuentos.
* La encerrona de la chupeta y otros desbarajustes San José : Editorial Universidad Estatal a Distancia (UNED), (1994)
* Cuentos Prohibidos Autor: T. Joroba; San José : Ediciones Zúñiga y Cabal, (1994) Cuento
* El amor y algunos entredichos Autor: T. Joroba y F. Zele.; San José : Ediciones Zíñiga y Cabal, (1995)
* Tomados de Cuentos prohibidos (1995) T. Joroba
* Cuentos de patria y muerte San José : Ediciones Zúñiga y Cabal, (1995) Cuento
* ... Y hubo un pueblo de niños San José : Ediciones Zúñiga y Cabal, (1995) Novela

1 comentario:

parabelgasyticos dijo...

Felicitaciones por el artículo sobre Francisco Zúñiga Díaz. ¿Sabía que las ilustraciones del libro "Yo no tengo ningún muerto" fueron hechas por Frans Wuytack, un artista belga y cofundador del grupo cultural Jade. Si estuviera en posesión de este libro, estaría encantado de obtener una copia de estas ilustraciones. Gracias de antemano. Erik Coenen erik_coenen@skynet.be

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