jueves, 8 de julio de 2010

Don Chico...



Francisco Zúñiga Díaz, don “Chico”
Santiago Porras Jiménez


“La literatura es juego…”
F. Z. D.
Un obrero de la cultura

Francisco Zúñiga Díaz fue una de esas infrecuentes personas que aúnan a su bondad la inteligencia, rasgo, éste último, que atemperaba con su genuina humildad, de ahí que gozara del aprecio general; no obstante, y aunque obró en el mundo de la literatura y de la política con consistencia y honestidad, es dable especular que, como no se matriculó con vanguardias literarias pero sí con las vanguardias políticas, ambos aspectos pesaron para que el oficialismo no le reconociera, con un galardón a nivel nacional, su obra escrita, pese a que, sobre todo su cuentística, bien lo merecía.

A don Chico, como es natural, le agradaba recibir reconocimientos, pero no se crea que vivió amargado por la mezquindad de que fue objeto, tenía humor y sabiduría suficientes como para que eso lo afectara. Muchas veces los miembros del taller fuimos testigos de su fisga, como cuando mantuvo una picantísima polémica en sonetos con Antonio Cardona. En otra oportunidad al saber que se había premiado a un escritor muy joven por una obra menor, estirando su bigote con una sonrisa pícara dijo: “a ese muchacho lo están madurando con carburo”. A los que no comprendían su afán por los talleres literarios les decía que esa actividad le daba vida.

Cuando lo conocí, en diciembre del 93, dirigía su taller en el tercer piso de un vetusto caserón de madera, adosado al costado norte del edificio del INS. Por su lado oeste, desde la acera, podía leerse una placa metálica que decía: “Café Cultural Francisco Zúñiga Díaz”, junto a la cual una puerta se abría los martes y los jueves por la tarde para dar paso a una escalera de viejos y flojos tablones, cubierta de musgo en el invierno y que servía de acceso a la habitación donde se reunían los contertulios, convocados alrededor de una mesa larga y tosca.

Las paredes estaban recubiertas de afiches o avisos de toda naturaleza. En la esquina noroeste dos enormes ventanas de vidrio permitían ver los policromos atardeceres apenas maculados por las lanzas en ristre del follaje de dos itabos. Por aquellos días el piso debió repararse porque tenía rendijas tan grandes que don Chico, burlón, aseguró que por ahí podían caerse alguna de las firmes promesas de la literatura costarricense. En la pared este estaba la pizarra, en la sur una biblioteca dentro de la que destacaba el diccionario de la RAE y en la norte una mesa con percolador para preparar el infaltable café. Allí lo que sobraba era calor humano.

A diez años de su muerte, el Café Cultural Francisco Zúñiga Díaz continúa su labor, ahora dirigido por la poeta Dlia Mc Donald. De cuántos consagrados por la oficialidad se dice –o se dirá, por años –lo que el recuerdo de “Chico”, desata entre quienes supieron a profundidad de su vida o se vieron beneficiados de sus afanes por orientar a los que sueñan con ser escritores. Y esa labor la hizo sin concesiones a la mediocridad, en concordancia con su visión de la literatura, apuntalada en sus numerosas y variadas lecturas. No se guardó elogios cuando los creía justos, pero tampoco ahorró las críticas –sobre todo en su taller –en su propósito de convertir a sus pupilos buenos lectores, para que desarrollaran una autocrítica inteligente y rigurosa. “Chico”, primero analizaba las preferencias y el potencial del nuevo alumno y después lo orientaba con sugerencias formales y lecturas, nunca imponía nada.

Cuentos entre el paréntesis que forman los trillos y las nubes


Su obra cuentística es vasta. En 1965 inició sus publicaciones con “Trillos y Nubes”, libro ilustrado por Juan Manuel Sánchez y en el que, a tono con la época, según el criterio de su prologuista Alfredo Vicenzi, los cuentos constituían “... una serie de acuarelas costumbristas.” Una nueva y “buena” cosecha de cuentos fue recogida en libro “La mala cosecha”, publicado en Chile en 1967, a raíz del cual Yerko Moretic (reconocido crítico chileno) dijo: “Francisco Zúñiga Díaz está entre las voluntades creadoras más poderosas de la nueva literatura de Costa Rica.” Para 1976, en la Editorial Costa Rica, aparecieron más cuentos suyos, esta vez bajo el título “Los dos minutos y otros cuentos”; obra de la que Alberto Cañas reseñó: “Un libro pleno de realismo popular, de terminología popular, en donde se destacan aforismos, giros propios y auténticos de nuestro pueblo”.

Para 1978, nuevamente la ECR, le publica “El viento viejo”, sobre el que Alfonso Chase escribió: “El viento viejo tiene algunos cuentos de los mejores que se han escrito en nuestra patria. De este libro emerge Francisco Zúñiga Díaz como uno de nuestros mejores narradores,...”. Dos años más tarde, “Chico” publica en la misma ECR: “Todos los domingos”, en cuya contracubierta se lee: “Ajenos a cualquier especulación formal y artificiosa, recrea los pequeños y cotidianos momentos del hombres...” En 1986 publicó, por su cuenta, “Yo no tengo ningún muerto”, colección de cuentos por los que en el Semanario Universidad se le catalogó como “...uno de los mejores cuentistas costarricenses.”
En 1995 publicó “Cuentos prohibidos”, bajo el seudónimo de T. Joroba, y, al año siguiente la EUNED incluyó su libro de cuentos: “La encerrona de la Chupeta y otros desbarajustes”, dentro de la colección “Vieja y nueva narrativa costarricense”. Allí Francisco Zúñiga corona su estilo socarrón, cotidiano y con un lenguaje que va desde el habla popular habitual hasta la anacrónica frase hecha, de rancia estirpe castiza.


Esculcando otros ámbitos

Hacia 1977, como T. Joroba, había sorprendido a sus lectores con su vena poética–humorística en el libro “Sonetos de amor en bicicleta”, título que por sí solo predispone a la sonrisa, y del que Marcos Retana, luego de referirse a los “entresijos metafísicos” que agobiaban al pueblo, recomendaba: “...nada mejor que dejar rodar la vista por los sonetos humorísticos que a T. Joroba se el antojaron. Y en buena hora.” Volvió, en 1980, a la poesía con “Geografía sencilla”, de la ECR, sonetos que Alfredo Cardona Peña, calificó de: “...poemitas como acuarelas de paisaje.”
En calidad de antólogo, la Editorial de la Universidad de Costa Rica en 1979 le publicó “El soneto en la poesía costarricense”, obra en la que, en concordancia con su integridad intelectual, no se incluyó pese a ser consumado sonetista. El capicúa 1991 le sirvió a “Chico” para que culminara lo que debe haber sido un trabajo de años recopilando, seleccionando y ordenando información, sobre un ilustre escritor y luchador social costarricense, al publicar: “Carlos Luis Sáenz: educador, escritor y revolucionario”: libro de 723 páginas que Enrique Tovar calificó como “La más completa obra biográfica sobre el recordado hombre de letras y académico, especialmente en el campo de la literatura infantil”.

Culminación de una vida

Ya en la última etapa de su vida, a sabiendas de sus urgencias íntimas, “Chico” publicó, por su cuenta, varios libros: “Cuentos de patria o muerte”, donde aborda con crudeza la crueldad de la guerra; la que fue su única novela: “...Y hubo un pueblo de niños”, también sobre la temática de la guerra y la política y una guía para pichones de escritor: “Agenda para talleres de literatura”. No se guardó nada. “Chico” fue bueno porque sí, sin el interés de un cielo ni el temor de un infierno, igual que Hugo Díaz su reiterado ilustrador. La última vez que lo visité en su lecho de enfermo hablamos de muchas cosas menos de lo inminente, sólo al final de la conversación me dijo: “Ahora que me jubile, le voy a dejar a usted eso de las ediciones, porque yo me voy a dedicar nada más que a leer...” Tres días después falleció.




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Tres cuentos, resumen a Chico Zúñiga tal cual...
El paraguas
Fernando Zeledón


Chico fue miembro honorario de nuestro grupo La Pluma Sonriente y luego lo fue del Taller del Comic, donde fue el miembro número 9, o 10...

- ¡Bueno, no recuerdo! Me parece que fue ayer, pero que va, ya ha pasado mucho tiempo... Como decía el compañero Chico Zúñiga, ha pasado mucho agua abajo del puente.

Como todos sabemos Chico no era dibujante, pero escribía increíbles poemas y relatos cómicos y satíricos de critica social y política, por eso siempre lo admiré.

-Recordemos a “T.Joroba”,“Sonetos de Amor en Bicicleta”, “ El Amor y Algunos Entredichos”, etc, etc, etc... Como dije anteriormente no era dibujante, pero si escribía caricaturas; o sea que para mi chico fue un gran caricaturista.

Lo recuerdo en los últimos tiempos cuando llegaba a las reuniones del grupo, o a mi casa con un enorme paraguas negro, con un descomunal puño de madera de color amarillento y con el barniz gastado por el uso. Como tres inviernos llego con el mismo paraguas, pero observe que también lo andaba en verano.

Un día le pregunté: - Mirá, Chico, decime una cosa, ¿por qué andas cargando ese “murciélago” si ya estamos en verano? Me respondió con una sonrisa maliciosa: -Mirá, Zele, la verdad es que ya necesito bastón y vos sabés, para no chotearme uso el paraguas por aquello del “disimulis”

...Bueno, al tiempo se dio por vencido, porque al final andaba con un extraño bastón de madera con una cabeza de “carraco” en el puño.

La Pluma
Fernando Zeledón


Me impresiono mucho cuando conocí la oficina que tenia chico en su casa... Había en ella una enorme cantidad de libros, por todos lados estantes llenos de libros, libros, libros y más libros. ¡Y había que ver su máquina de escribir, ¡era toda una antigüedad!

Según mis cálculos, podría ser como de los años treinta ¡Un verdadero dinosaurio! Ah, y era marca Royal, con unas enormes teclas que daban unos martillazos escandalosos; y cuando quería sacar varias copias; entonces Chico ponía en la máquina tantos papeles carbón como copias quería sacar, ¿se imaginan?

-Estás en el Periodo Jurásico en plena era de las computadoras, le dije en una ocasión: -¡Diay!, me contestó, así he trabajado siempre y me siento cómodo, me dijo sonriendo y encogiéndose de hombros.

Otra cosa que me intrigó era la puerta de entrada a su oficina; era tan angosta, que había que entrar de medio lado. Bueno, Chico que era flacucho cabía bien de frente, los demás no.
-Es que ese tipo de puerta se llama aguja, me explico :-¿Aguja?,¿Por qué?, le conteste yo. -Vos sabés, me dijo, es un término muy antiguo y en la época del viejo testamento se usaba este tipo de puertas en las casas de entonces, y ahí salió la sentencia de que es más fácil que pase un camello por una aguja que un rico entrar al cielo...¿Te das cuenta? -Carajo, dije yo, y yo creyendo que era por una aguja de coser… ¡Con razón me parecía demasiado exagerado…!

La última vez que entre a la oficina de Chico el ya no estaba, le pedí permiso a su hermana Adela y me dijo: -Entrá a fisgonear, con confianza...

Anduve otra vez viendo libros y libros, y más libros; después me detuve frente a la antigua máquina de escribir, la observe con más detenimiento y detrás de ella había unas conchas y caracoles, algunos dibujos y pequeñas pinturas en la pared, y en un estante una pluma... sí, una vieja pluma de fuente.

La estuve observando, la abrí... es una antigua y bonita pluma ¿de que marca?...ah, Made In China.

Recuerdo que Chico había estado en China no sé en que época y seguro se la trajo de por allá…

El yodito
Fernando Zeledón

Cada mes, nos reuníamos la Junta Directiva y todos los miembros del grupo; Don Chico era de la Junta Directiva, pero no recuerdo que puesto ocupaba. -Bueno, las reuniones se hacían en diferentes casas...a veces donde Hugo Díaz, donde al final nos tomábamos un café con buen pan y todo lo demás

Otras veces donde la compañera escultora Isabel Sánchez, donde al final de la reunión nos tenia, además de un café, otras exquisiteces de su magnifica cuchara. Otras veces en la casa de Chico, donde sus hermanas Adela y Maria Estela se esmeraban y nos hacían un delicioso budín. Otras veces en mi casa... pero bueno, siempre al final de cada reunión, había café con algo, pero sobre todo, con mucha “parla”; donde se hablaba de todo, comenzando con asuntos del grupo, exposiciones, finanzas, y al final de política, religión, películas viejas mexicanas y actores; de tangos, de Gardel, de Jorge Negrete, Pedro Infante, Maria Félix, Cantinflas, etc., es decir, cada reunión terminaba con un café muy parleado. Casi siempre era mas larga la hablada pos-café que la misma reunión. He de aclarar aquí que Chico era un fanático yodero.

-Bueno, como siempre no todo es perfecto, en una ocasión fuimos invitados a reunirnos en otra casa.
Como era una reunión muy importante, no recuerdo porque, la empezamos más temprano, y ya como a las cuatro de la tarde, Chico, que estaba sentado a mi lado me dijo: -Zele, ¿Qué ganas de un cafecito, verdad?’ -Por supuesto, le respondí
Mucho rato después, oímos a la señora trasteando en la cocina
-¡Ya casi viene el café! , me dijo Chico en voz baja
Al poco tiempo salió la señora de la cocina y nada... ¡Nada!
Chico me volvió a ver con cara de resignación, y la reunión se prolongó hasta las seis y media y ¡Nada!, ni olor a café.
Salimos terminado el asunto y una vez en la calle me dijo chico: -Zele, ¿Donde habrá por aquí cerca una soda?... porque me urge un yodito!
-Mejor cuando lleguemos al centro buscamos dónde, le dije yo, porque noto que tenés bajo el yodimetro, ¿Verdad?-¿Qué?...me dijo Chico, ¡Claro, esta en rojo!

Ya en el centro de San José entramos a la primera soda que encontramos y pedimos un café con empanada Hugo Díaz, Rafa Chávez, Chico y yo. -Ahora sí!, estabilizado el yodimetro, a seguir la parla: arreglando el mundo, que dicho sea de paso,¡Cómo que no tiene arreglo!...

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