Llegué al “Taller de Chico” pasados mis cuarenta años, pero al abrir el portón de hierro antiguo y subir aquellas gradas llenas del musgo del tiempo que me llevaban a la vieja casona, siempre produjo en mí una especie de emoción adolescente. La primera vez entré con esa sensación de estar llegando a una dimensión distinta. Chico sentado y a la par de él, Cristián Marcelo, que me miró con ojos curiosos. ¿Usted escribe? me preguntó Chico con aquella honda amabilidad, con aquel franciscano respeto con el que trataba a todas las personas. Y de ahí en adelante fue sumergirme semana a semana en una de las más hermosas experiencias de mi vida: ver la poesía cara a cara y conocer a Francisco Zúñiga Días: un santo ateo.
Comencé a tallerear y a ser tallereado. Todavía siento pena por mis arriesgados criterios de las primeras sesiones. Literaria y literalmente cautivado por los grandes autores de la poesía española, latinoamericana y costarricense (Marchena, Debravo, Bécquer, Darío, Nervo, Silva, el García Lorca Romancero, A. Machado…) no podía entender el verso libre ni los temas recurrentes de muchas y muchos de mis compañeros de Taller: el cigarrillo, la espera de la amada, el café mezclado con una imagen de labios rojos, el final efectista… Y sin embargo, sin saber bien cómo y más pronto que tarde, descubrí que mis compañeras y compañeros de taller desarrollaban un estilo propio, único, diferente al de los demás, aunque hubiera algunos temas iguales o convergentes. Y descubrí también que yo tenía mi estilo propio y que todas y todos avanzábamos como un colectivo, unificábamos criterios formales para abordar un texto y desarrollábamos una especie de intuición, de olfato poético, de común sensibilidad que se concentraba y alcanzaba su plenitud en la fraterna voz de Francisco Zúñiga Días.
Antes de comenzar a compartir sus opiniones, después de que el poema o el cuento había pasado por la ronda de todas y de todos, Chico decía: “Bueno, vamos a ver”, y comenzaba a desgranar la luz necesaria para que, efectivamente, pudiéramos “ver” más allá de las palabras, más allá de las formas, más allá de los temas, más allá de los estilos. Chico nos guió para que nuestro propio “ver” se convirtiera en “poemar”. La pizarra quedaba atiborrada de tachaduras y borronazos, pero eso no era más que la cicatriz de un poema que había resucitado a la luz de aquella colectiva crucifixión.
A Chico no se le dieron en vida merecidos premios y homenajes. Quizás sea mejor que no se los den, ahora, pues por lo general los homenajes posmortem solo sirven para que algún vivo acumule puntos. Pienso que el mejor homenaje a Francisco Zúñiga Días es que cada una y cada uno de quienes compartimos con él los años del Taller no traicionemos la herencia del “ver”, del “poemar”, que ahora vive en nosotras y nosotros. El mejor homenaje a Chico es que sigamos siendo leales con nuestra propia poesía.
Comencé a tallerear y a ser tallereado. Todavía siento pena por mis arriesgados criterios de las primeras sesiones. Literaria y literalmente cautivado por los grandes autores de la poesía española, latinoamericana y costarricense (Marchena, Debravo, Bécquer, Darío, Nervo, Silva, el García Lorca Romancero, A. Machado…) no podía entender el verso libre ni los temas recurrentes de muchas y muchos de mis compañeros de Taller: el cigarrillo, la espera de la amada, el café mezclado con una imagen de labios rojos, el final efectista… Y sin embargo, sin saber bien cómo y más pronto que tarde, descubrí que mis compañeras y compañeros de taller desarrollaban un estilo propio, único, diferente al de los demás, aunque hubiera algunos temas iguales o convergentes. Y descubrí también que yo tenía mi estilo propio y que todas y todos avanzábamos como un colectivo, unificábamos criterios formales para abordar un texto y desarrollábamos una especie de intuición, de olfato poético, de común sensibilidad que se concentraba y alcanzaba su plenitud en la fraterna voz de Francisco Zúñiga Días.
Antes de comenzar a compartir sus opiniones, después de que el poema o el cuento había pasado por la ronda de todas y de todos, Chico decía: “Bueno, vamos a ver”, y comenzaba a desgranar la luz necesaria para que, efectivamente, pudiéramos “ver” más allá de las palabras, más allá de las formas, más allá de los temas, más allá de los estilos. Chico nos guió para que nuestro propio “ver” se convirtiera en “poemar”. La pizarra quedaba atiborrada de tachaduras y borronazos, pero eso no era más que la cicatriz de un poema que había resucitado a la luz de aquella colectiva crucifixión.
A Chico no se le dieron en vida merecidos premios y homenajes. Quizás sea mejor que no se los den, ahora, pues por lo general los homenajes posmortem solo sirven para que algún vivo acumule puntos. Pienso que el mejor homenaje a Francisco Zúñiga Días es que cada una y cada uno de quienes compartimos con él los años del Taller no traicionemos la herencia del “ver”, del “poemar”, que ahora vive en nosotras y nosotros. El mejor homenaje a Chico es que sigamos siendo leales con nuestra propia poesía.
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Nos queda el rodar de la Carreta…
Dlia Mc Donald Woolery
Nos queda el rodar de la Carreta…
Dlia Mc Donald Woolery
Siempre que llega mayo me acuerdo de Zúñiga, porque ese fue el mes en que llegué por primera vez al Taller Literario de El Café Cultural Francisco Zúñiga Díaz, y el mismo en que murió… y fue porque el gusanito de escribir, que ya había descubierto por casualidad, con seres que así mismos se llamaban “maestros”, me hicieron repensar en la novedad de la vida; máxime que para las etnias, lo que llamamos cultura sobre todo poesía y artes, nunca han sido de mayor beneficio para nadie...
Sin embargo, en la búsqueda por encontrar una forma correcta de expresarme, sin ser el eje del problema como lo era en otros talleres que pensaban se debía escribir a lo trus y tras de otros, con memorias rítmicas que yo no entendía, que nombres importantes de la literatura nacional quisieron enseñarme; la intermediación de Leda Vargas, una de mis más queridas amigas, me puso en contacto con Alfonso Peña, porque ella entendió que no quería un maestro, sino alguien que me mostrara el camino. Muchas veces fui a buscarlo a buscarlo GALERIA ANDROMEDA, y cuando finalmente lo encontré, Peña me dijo, —¡Qué lastima que no vino ayer, (martes)!.. ¿Puede venir mañana, (Jueves) después de las 3?, me dijo señalando un portón de hierro, que estaba a la par, sellando el acceso a las gradas que llevaban al segundo piso, en donde estaba el Café Cultural, Francisco Zúñiga Díaz… busque a don Chico, Francisco Zúñiga Díaz, él puede ayudarla...
No fui al día siguiente, porque tenía Universidad, pero el martes al llegar descubrí el portón abierto y que yo iba tras unos pantalones café, subiendo las gradas lentamente… En un momento dado tuve ganas de voltearme y salir en carrera, pero la intuición de Don Chico lo hizo voltear y decir; pase, pase, ya Peña me habló de usted… ni modo me pescó.
Recuerdo el zaguán, la oficina donde guardábamos a la derecha la papelería del grupo, y el salón de clases, amplió y ruidoso, con sillas dispuestas alrededor de una mesa rectangular de formica amarilla y forrado en los bordes con de cuerina café. Los libreros, y un mueble donde esta el percolador estaban ahí mismo, junto a tazas dispares. Me senté frente a él, que se me quedó viendo con esa muy su forma y me dijo; —¿Qué lee usted?, nada más. No me preguntó quién, por qué era mejor escribir poesía, o si sabía quién era el como habían hecho los otros. Desgrané mi memoria contando los libros y me dijo, bien, pero necesita más. Un taller no es solo critica, es aprender a jugar, porque el oído y los ojos, lo que deseamos decir solo así se aprenden. Yo no le voy a decir qué es lo que tiene que hacer, eso lo irá aprendiendo con el tiempo, porque esto es como un taller de enderezado y pintura... la poesía es eso, un carro, que sabe perfectamente quién es su chofer y porque caminos va, tan bien como sabe que estrategias aplicar para con los trausentes, u otros conductores salgan atropellados, porque en materia de escribir y escritor hay de todo... Aquí vienen muchos, pero cuando se creen autores hechos, pierden disciplina y se van, o se quedan para no dejar avanzar a los demás… el irse o quedarse, solo depende de su propia decisión… y así fue.
Poco después llegó Toño (Antonio)Cardona Cooper, Mainor Piedra, un amigo de mamá que desde entonces es uno de mis más fieles bastiones, Franklyn Perry, William Garbanzo, Cristhian Marcelo y dos, trabajadores del I.N.S., el uno, poeta debraviano, y el otro cuentista, con la mayoría hubo una química especial, con esos dos no, porque yo fui una de las primeras mujeres que llegaron al grupo que no pudieron intimidar y, no me importaban ellos y, los tres lo sabíamos; y pese a todo lo que ellos, y otros hicieron para correrme del taller, Francisco Zúñiga; Don Chico, fue mi maestro en todo el sentido de la palabra: me dio sobra, apoyo, consejo, dispensa moral y etica cuando lo necesito y , siempre con una sonrisa, sin peticiones ni suposiciones de ningún tipo. Con él aprendí en un tiempo relativamente corto, todo el universo literario costarricenses que él conocía y eso, es decir mucho; Isaac Felipe Azofeifa, Alfredo Cardona Peña, Alfonso Chase, Rodrigo Quirós, Marco Aguilar, Arturo Agüero, Delfina Collado, Francisco Amighetti, David Maradiaga, Joaquín Gutiérrez, Daniel Gallegos, Arnoldo Mora, Juan Frutos, Fabián Dobles, Carlos Fco Duverran, Mario Picado, Adela Ferrero, Carlos Luis Sáenz, Francisco Santos, Virginia Grüther, y muchos más, en vivo y en papel; asiduos visitantes del taller, que en los diez en que estuvimos en la Casona del Café Cultural, desarrollaron tertulias y recitales... y todo eso en medio de una labor silenciosa y callada, que no le importaba patrocinar muchas veces de su propio bolsillo.
Con los años, en alguna medida, pese a que siempre han existido quienes dicen que yo fui, y he sido la causa de muchos de los problemas del Café Cultural, he interiorizado más las enseñanzas del Francisco Zúñiga que nunca se defendió pero que en muchas formas me alentó para que entendiera mi lugar: -“Usted es usted, me dijo la ultima vez que hablamos,, y nadie puede igualarla, mi’hijita por eso es que la persiguen tanto…”
Chico era un hombre excepcionalmente bueno, (lo he oído muchas veces) en toda la dimensión de la palabra: Buen escritor y ser humano, buen escuchador de los problemas sociales y de sus amigos, buen padre, hermano y amigo. Un hombre que tenía un oído capaz de descubrir la errata cacofonía por pequeña que fuera, y un prodigioso don de conocimiento del ser humano. Un hombre bueno pero no ingenuo, en dos platos sabía qué era qué y tenía su carácter firme y duro cuando no le parecían las cosas, de muestra dos botones:
a) Cuando las tardes perdidas en que solo Delfina y yo llegábamos al taller, comenzamos a ser menos y menos la capacidad de anularnos, el debraviano y el cuentista sintieron amenazados, arriesgaron un día de tantos, llegar temprano cosa que nunca hacían, pa’hablar con respecto a asuntos muy serios; esto lo sé porque mi costumbre ha sido siempre estar a tiempo en mis citas, entre poco después que ellos, pero la mirada de Zúñiga me hizo quedarme afuera y los escuché: -Chico tomamos la decisión, por el bien del taller de echar a esas viejas, y sobre todo a la negra, porque ellas no tienen nada que hacer aquí… son un reguero de vagabundas que están quitando espacio a los demás… o ellas se van, o nosotros nos vamos y hablamos con los del I.N.S., para que pongan orden porque esto es de los empleados… La respuesta de Zúñiga la llevo en el corazón y la cabeza porque me dejó ver siempre que uno es responsable de lo que dice y hace:-¿Quiénes son ustedes para decirme a mi que es lo que tengo que hacer?... si ustedes no les gusta la situación es porque son unos babiecas que piensan que todo lo saben y no pueden mostrar trabajo frente a ellas, y si ellas se van después me voy yo, por pendejo, por no poder defender que todos tenemos derecho a ser como nos dé la gana… No hubo forma de que lo convencieran de lo contrario, ahí fue cuando acuñó una frase que todos recordamos, el que se va no hace falta y el que llega bienvenido es… salieron y nunca volvieron hasta la muerte de Zúñiga, día en que se proclamaron dueños del taller y nos echaron dizque patrimonio institucional.
b) Como yo, no toleraba ningún tipo de engaño, y eso quedó claro en una ocasión llegó una personera del I.N.S., dizque buena cuentista, que había pasado antes por otras agrupaciones. Siendo empleada y, porque a pesar de todo ellos no sabían mucho de literatura ganó premios institucionales, pretendía publicar hasta que, el hay que leer de Zuñida y otra compañera, descubrieron copiando sin error ni cambio a Luigi Malerva, un reconocido escritor internacional, y que lo mismo estaba haciendo con la poesía. Creo no haber visto mayor enojo en Zúñiga, y le cantó las cosas muy claras, a la primera; ella nunca volvió, resentida porque le teníamos envidia, dijo...
a) Cuando las tardes perdidas en que solo Delfina y yo llegábamos al taller, comenzamos a ser menos y menos la capacidad de anularnos, el debraviano y el cuentista sintieron amenazados, arriesgaron un día de tantos, llegar temprano cosa que nunca hacían, pa’hablar con respecto a asuntos muy serios; esto lo sé porque mi costumbre ha sido siempre estar a tiempo en mis citas, entre poco después que ellos, pero la mirada de Zúñiga me hizo quedarme afuera y los escuché: -Chico tomamos la decisión, por el bien del taller de echar a esas viejas, y sobre todo a la negra, porque ellas no tienen nada que hacer aquí… son un reguero de vagabundas que están quitando espacio a los demás… o ellas se van, o nosotros nos vamos y hablamos con los del I.N.S., para que pongan orden porque esto es de los empleados… La respuesta de Zúñiga la llevo en el corazón y la cabeza porque me dejó ver siempre que uno es responsable de lo que dice y hace:-¿Quiénes son ustedes para decirme a mi que es lo que tengo que hacer?... si ustedes no les gusta la situación es porque son unos babiecas que piensan que todo lo saben y no pueden mostrar trabajo frente a ellas, y si ellas se van después me voy yo, por pendejo, por no poder defender que todos tenemos derecho a ser como nos dé la gana… No hubo forma de que lo convencieran de lo contrario, ahí fue cuando acuñó una frase que todos recordamos, el que se va no hace falta y el que llega bienvenido es… salieron y nunca volvieron hasta la muerte de Zúñiga, día en que se proclamaron dueños del taller y nos echaron dizque patrimonio institucional.
b) Como yo, no toleraba ningún tipo de engaño, y eso quedó claro en una ocasión llegó una personera del I.N.S., dizque buena cuentista, que había pasado antes por otras agrupaciones. Siendo empleada y, porque a pesar de todo ellos no sabían mucho de literatura ganó premios institucionales, pretendía publicar hasta que, el hay que leer de Zuñida y otra compañera, descubrieron copiando sin error ni cambio a Luigi Malerva, un reconocido escritor internacional, y que lo mismo estaba haciendo con la poesía. Creo no haber visto mayor enojo en Zúñiga, y le cantó las cosas muy claras, a la primera; ella nunca volvió, resentida porque le teníamos envidia, dijo...
Poco antes de su muerte, Chico quiso hacer las paces con el poeta debraviano, me consta. No quiso ningún tipo de contacto, pero después de su muerte le homenajea porque fue su maestro...
Cierro con lo que fue lo último que hablamos aquella tarde... m’hijta, todos somos nuestra propia yunta y nuestro propio andar, nadie puede enseñarnos a ser y a escribir de una forma que no llevamos dentro, porque lo único importante es saber reconocer el camino y cuando uno va por un camino y escucha la carreta sabe si va llena o vacía por su solo rodar… Yo me iré sabiendo que este gusanito que llevé dentro tantos años queda en alguno de ustedes, y sé que a mi muerte, todos dirán muchas cosas, y que querrán asumir lo que yo dejo, porque eso los va hacer sentirse mejor porque son incapaces de superarse a sí mismos, y necesitaran de un nombre, probablemente el mío para sacar estacada y limpiarse la carilla...” Palabras proféticas al final de cuentas.
En vida, por ser quién quiso ser, y no depender de nadie más que de su propio conocimiento, nunca se le dio un justo reconocimiento, que para mí, no era solamente el MAGÓN; sin embargo, a su muerte florecieron los discípulos que nunca conoció y cosecha ahora, por ellos una gloria más que merecida... -Tosecilla: ¿hay café?…
Epílogo
Adela Quirós
¡FRANCISCO, UN MAESTRO!
La sencillez y la constancia como Francisco dirigía el taller literario es inolvidable. Tarde a tarde, Francisco forjó el ánimo de muchos escritores, que siempre lo recordaremos con algo admiración. Queda aún por decir y es la generosidad y amplitud de criterio para tratar a las personas, y el esmero para analizar los diferentes textos literarios.
¡Gracias, Maestro!
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