miércoles, 3 de marzo de 2010

La espada en el Alba



Adrian Arias Orozco

Adrian Arias Orozco; es un poeta (la palabra le cabe perfectamente porque sin imposiciones ni sobrexplicaciones llega al punto) costarricense quién durante los últimos años ha demostrado su temple, siendo ganador de los Juegos Florales de Centroamérica, Panamá y Belice (León, Nicaragua) y el Lisímaco Chavarría Palma (San Ramón, Alajuela); que inaugura su paso por la Editorial Costa Rica, con este poemario: La espada en el alba, texto de gran sentido lírico, y una profunda escala evolutiva acertada y tenaz, con un desarrollo lúdico idóneo al conocimiento interior de la palabra; que al contrario de muchos académicamente preparados tiene la insigne ventaja de haberse descubierto poeta desde su propio conocimiento sin haber sido taponeado por una educación para escribir, que al final no lleva a nada.
En poesía cuando hablamos de un desarrollo lúdico, pensemos en el juego entre palabra e imagen, que debe dar ese click capaz de abrirnos la puerta a un nuevo limite; la frontera del otro que poco a poco, dejar de ser el que me quiere decir para pasar a ser lo que yo quiero sentir y entender; sin explicaciones y que lo hace ser redondo. Sin embargo, la redondez de un texto, no se limita a serlo por la simple elección de palabras: la poesía, no es nada en sí misma; sin la lectura; que a grandes rasgas debe hacerse sin tener la necesidad de descifrarla, rebuscando en ella la presencia de un contenido objetivo. Digo que la lectura poética debe ser subjetiva; pues como dijera Chomsky, el alma está antes que las palabras, lo que de paso nos libra de otra lectura científica, que sería la lectura estructural.
El tiempo nos ha dado la idea de que la poesía, según sabemos, debe ser redonda en todas sus acepciones, pero mientras logra ese cometido, despega desde una espiral que se nutre de distintos sentidos hasta llegar a ser la que es sin ambigüedades, que lo mismo que el dibujo o la pintura, el poema es una creación, no una reproducción fotográfica de la realidad objetiva que la hace ser buena o mala, independientemente de que contengan un buen o mal mensaje; porque como descubriera Mallarmé, un poema es una creación en el vacío, y no tiene otra regla que sí mismo.
Precisamente por haberse hecho a la sombra de su propia palabra, a mi juicio, porque hace mucho entendí que, si el lenguaje no fuera libertad, poetas como él, jamás evolucionarían, o estarían todavía emitiendo microfonemas inentendibles parecidos al común de quienes se consideran pequeños grandes escritores cuya preparación academica los convierte por vicio y no fornicio en meros relatores de mundos medios sin sentimentalidad ni inventiva para nada más que plasmar palabras sobre el papel.
Y es que como descendiente de los indoeuropeos, no está de descubrir que la boca primitiva, no consiste sólo en sílabas. El lenguaje es creación de la boca y no creación del hombre, y no demora en transcender a su propio creador. No hay dualidad entre comer y hablar; el manjar, la poesía es algo objetivo, por mucho que este algo sea bello, y he aquí lo que la hace independiente o, como se dice, abstracta, lo mismo que la escultura o la pintura modernas. Ahora bien, en esta abstracción o independencia es donde está el riesgo del poema, el arriesga, y logra conquistar de una forma novedosa, el conocimiento, ¿desprecio de los demás? He aquí el verdadero golpe de dados que hace este poeta: la invención de un texto-cuadro que por ser exacto en sus valores, es fiel a otra realidad lingüística personal, un logro nada fácil, produciendo la rotura del lenguaje por la metáfora, el uso de la metonimia, la sinécdoque, la aliteración y la rima, inmersando así un lenguaje establecido por otros, cuya negación de la gramática le permite una fluidez casi perfecta; porque él mismo así lo impuso; pues al igual que Leopoldo Maria Panero, sus propias objeciones le impiden llegar al conocimiento de que la retórica y la gramática son una interpretación del lenguaje, ficción arbitraria cuya única regla es la más feroz anarquía.
En fin, tanta palabra sólo pretendía justificar el hallazgo, por cierto, sorpresivo, de un excelente texto

Once espejos en su marco de mármol
L.C.E

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