Tenía un corazón que no se dejaba mandar por nadie, y eso fue, probablemente lo que la mató… Juan Liscano
Vamos a hablar de una mujer distinta a su tiempo. Nació en Costa Rica, en 1.922 aunque algunos dicen que el diecinueve es el año correcto de su nacimiento. Poeta, cuentista, ensayista, crítica literaria y de arte; periodista, llamada Eunice Odio; (aunque se especula que el segundo nombre era Infante, nunca sabremos en realidad cual era su segundo apellido porque con eso ella misma especuló mucho) quien durante más de quince años vivió y murió en Mexicalpan de las Tunas, su México, su tercera patria, en donde la encontraron muerta un 23 de marzo de 1974, después de diez días de ausencia.
Tenía el cabello oscuro, los ojos azules, insinuantes, retadores, capaces de confundir el cielo de una fotografía en blanco y negro... Juan Liscano
Para Eunice Odio la poesía fue durante toda su vida un elemento cotidiano y esencial; porque la poesía, lo sabemos por experieincia, es un molino que muele a fino vidrio cualquier intento de abandono... Juan Liscano
A México se entra por muchas partes, es tanto lo que tiene que dar y ofrecer que no se puede hacer de otra forma. Por tierra, el modo en que ella llegó, apenas distingue una la diferencia entre un país y otro. Por aire, de noche, la forma en que yo usualmente lo hago se mira una inmensa multitud de abalorios rojos, plateados y dorados bordando lentamente la noche de los murmullos de sonidos que nunca cesa...
Desde arriba es fácil ver lo que ella vio. Un valle. Un valle rodeado de montañas. Un valle donde el blanco, verde y rojo de la ilusión, la pasión, y la esperanza ondearon en su corazón sediento de comprensión que nunca tuvo en su tierra natal… un valle donde es fácil desaparecer entre el frío asco del humo de los carros; o entre la repetición de los sonidos fluyendo por el pálido y cansado opalescente de las bocinas de los pocos autos que recién empiezan a caminar por las calles. Poco rato después de salir deduzco el fino trazo de las calles que llevan de Insurgentes Sur, a la Roma entre la higuerilla dormida al pie de las casas. D.McD
Cinco días antes de que la reportaran desaparecida, salió de su oficina después de un día lleno de chismes y aventuras sociales, y pese a que tenía un ligero dolor de pecho y caminó a lo largo de Reforma y Bucarrelli para tomar la Combi que la dejara cerca de casa… Ahora sé que por el pacto que hicieron Liscano y ella, en caso de la muerte de alguno de los dos, que está enterrada en un cementerio del Estado de México y no en D.F.
Las pocas aves desentonadas por los pasos de los que van a sus trabajos, me hacen ver que son un poco más de las ocho de la mañana, casi las nueve, pero como todos los días es casi húmedo el saludo de los árboles arañando lo ultimo de la noche anterior. Ángel de la guarda, dulce compañía no me abandones ni de noche ni de día, pienso en eso mientras voy por la calzada ya inexistente desde el último terremoto...
Dicen que vivía en uno de esos apartamentos típicos de zona residencial, al final de un patio central con dispensarios habitacionales de dos, o tres habitaciones, una cocina-comedor y un baño marmoleado, con tina. Es la misma disposición del cementerio, solo que aquí esta al final del mismo corredor de Diego Rivera. El clarooscuro de la placa que algunos refieren fue puesta por Liscano, amigo entrañable de E. O., simbra suavemente por la correspondencia floral que cada mes comparte con los amigos propios y ajenos. Camino al Desierto de los Leones, persiste esa imagen de las manos rezando en la penumbra de la noche, y es eterna la memoria de aquel miércoles trece de marzo, 1974, que es cuando suponemos que murió…
Urgida por el llamado del descanso, La Combi, se detuvo en la esquina cerca de las siete de la noche, y de ella descendió como tantas otras veces, una mujer impresionantemente bella por esos ojos que perdieron a muchos en sus profundidades...
Lleva abierto el abrigo de paño negro cubriendo lo necesario de un vestido también oscuro, las piernas, dentro de unos zapatos semi-altos, acostumbrados a llevar el ritmo de un paso provocador apenas daban abasto para llegar al final. Poco antes de llegar, toma aires, abraza con una mano un bolso con libros, botellas, o algo parecido y en la otra el delgado cuello de las llaves queriendo escapar de la empuñadura del dolor en su costado. Al entrar, controla con un suspiro el subito latir de su corazón.
Sin fuerzas, usando el resto del cuerpo, cerró sin ganas la puerta, pero antes de avanzar, enciende la luz del corredor para que piensen las visitas inoportunasa que no esta en casa.
El tibio calor de una sala llena de libros en desorden la recibió poco antes de notar que el plato del gato apenas tiene unos trozos de leche cortada, y que el teléfono timbra por la insistencia de algún amigo. No llega a tiempo de contestar. De todas maneras no tiene ganas de hablar: sin pensarlo mucho ahorca el auricular sobre una esquina del sillón. Tratando de ignorar el dolor pone algunas cosas sobre la mesa de la mesa del comedor, sorbiendo uno a uno, el ambarino olor de los recuerdos: Yolanda, viene a ella destrenzando el nudo de la cortina como si le avisara que estaba ahí, esperando… Debe ser un sueño. Nada más puede ser. Toma asiento en la mesa y se sirve un caballito de tequila mientras enciende un cigarro. Dos o tres dobleces más tarde siente un nuevo piquete de dolor. Se le duerme la mano. Empuja a un lado el vaso tequilero y se levanta. Va a su dormitorio, tal vez si descansa el dolor se irá. En medio está el baño, y después la suya. La puerta de Yolanda esta abierta como si acabara de salir corriendo como siempre. La cierra sin mirar adentro. Abre la llave de la tina y deja que comience a llenar, y entra a su habitación. A duras penas se quita la ropa, y luego se sienta desnuda en el filo de la tina antes de entrar. Poco después, el desnudo calor del vapor acariciando su cuerpo hace que lentamente se sumerja en la memoria del sueño…
Fue fulminante. Murió con los ojos abiertos como si hubiese querido decir
algo a alguien cercano. Juan Liscano
Diez días después, (23 de marzo, 1974), La Combi volvió a detenerse en la misma esquina. Solo que esta vez, apurada por la insistencia de Liscano, de los amigos que desconocen que ha ocurrido con ella, una mujer rolliza y aindiada corre como puede por la alameda. Hace días que la señora no la llama para que llegue a limpiar, o cocinar. De camino se topa con la empleada de la otra casa paseando al niño: Oye... (hace días que los vecinos tampoco ven a la señora de los ojos de cielo, pero la queja va contra el gato de la arriba, la última en entrar y por eso dejó la luz del corredor encendida, maulla en las puertas mientras camina por las esquinas ajenas como si quisiera decirles algo)... no sabes por qué tu patrona no cierra la llave del grifo. Hace días que gotea, ya nos manchó el cielo...¿Le dices? Y de paso te fijas si hay un gato muerto o algo por ahí, me avisas y yo te ayudo a limpiar... ¡Sale! A lo mejor está enferma, se habrá caído y no puede levantarse, o estará sentada en una esquina escribiendo como otras veces, pero es más probable que se haya ido a visitar a los amigos en la provincia, piensa ella, siempre hace lo mismo, se pierde por días, sobre todo cuando esta escribiendo... Al pasar ve un policia en la esquina, hablando con una vecina, como si la esperara. Ella sigue. No tiene caso escuchar las habladurias de los vecinos, ya la otra le dijo. A la señora le molesta que le pregunten sobre ella los vecinos. Además ni que fuera pa tanto. Poco antes de comenzar a subir las escaleras el olor a muerto, a Ximpanhuli, emerge de detrás de la puerta goteando suavemente una presa contenida de agua tibia que, ya comienza a alfombrar la escalera. Sin poner mucha atención a lo demás, empujando de un lado a otro los jitomates y la cebolla, busca las llaves ocultas en el fondo de la canasta del mandado. La puerta, cerrada por los tibios ojos de los gorriones, corona con cuitas frescas el fluir del grifo de la tina cantando en voz alta. Con cierta desesperación, después de un tintineo como si urgieran una necesidad imperiosa por dejar salir el vaho sofocante del polvo de días, un olor a soledad, a tristeza, a ese tufillo de las cosas que se descomponen por el abrazo del agua caliente la empuja a un lado para salir.
¡Qué barbaridad, seguro la señora salió corriendo y se olvidó de cerrar el grifo de la bañera...!
Entra. Qué extraño: las llaves de la señora están donde siempre, en la mesita de la entrada, junto a su bolso, abrigo y charlina, echas un nudo en la esquina detrás de la puerta. Avanza. Apenas alcanza a colgar el teléfono. Va a la habitación; la ropa amuralla los alrededores de la cama como otras veces, solo que al contrario de otros días a esa hora, la luz sigue cojeando sobre la comida casi podrida sobre la mesa, junto a un vaso tequilero volcado frente al esqueleto de un limón que languidece de susto frente a las hormigas nadando en el plato del gato, que ahora mira desde afuera como los Brotes sacramentales de la hierba, oh, dádivas subiendo de la entraña, suma de transitados alimentos! Y a la altura del pecho y la labranza semilla de silencio y luz desierta. (Epígrafe 1, Eunice Odio), suben por la casa desierta. No está en la otra habitacióm tampoco, pero al pasar por el baño ni un paso más puede dar: Ella está sentada en el baño, soñando con los ojos abiertos. El agua sigue corriendo, la empleada retrocede, el agua forma un pozo jugando a las escondidas con la tuberia. De pronto, algunas ondas perturbadoras del agua, repican con la última llamada del día: era Juan Liscano...
2 comentarios:
Perdón Colroaboración de Dlia McDonald, y paso de decir nada más... Quedé lista para la foto
Muy triste, pero así es cuando la muerte le llega a los grandes.
Eunice se llamaba legalemnte Eunice Odio Infante. Así consta en su fe de bautismo. Los apellidos Boix Grave y Peralta, que ella agregaba al de Odio, también eran suyos, pero no era el apellido de su abuelo materno, como sí el de Infante.
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