martes, 6 de octubre de 2009




Insectidumbres
Carlos Manuel Villalobos Villalobos


Llega el invierno, y una nueva lectura se abre frente a mis ojos, que en estos días, por una u otra cosa han pensado mucho en Zúñiga, quizás sea porque sé que este libro; al igual que a mí, le hubiese causado una honda decepción; porque si en alguien, inclusive más que a los insicuervidos, Francisco Zúñiga depositó gran parte de su fe y estaba seguro del tipo de material que era; ese fue Carlos Manuel Villalobos V., y digo fue porque todo tiempo pasado fue mejor…
Bien construido mediante la inmersión de una fábula novedosa de inspiración interior personal que hubiese podido ser un buen juego erótico, este libro, quizá de forma más elegante y discreta a la hora de tratar el tema, no es distinto al estilo del último ganador de Premios Nacionales, categoría Novela: Carlos Morales; aunque tal vez esa no fue la intención del autor; pero si lo es la forma en que ácidamente plasma una visión aplanadora sobre un titulo de gran valor semántico que pudo haber dado para más, y constituye un buen ejemplo del encasillamiento del poeta, dentro de la poesía, pues ya ven que siempre se les exige tener un lev motiv para escribir XY obra…

A mediados del siglo pasado, José Emilio Pacheco intento hacer proe-esía, proyecto que tampoco cuajó; porque el perro o corre o ladra, o ladra y corre, pero las dos cosas no; porque de seguro se enreda en los cables, el presente caso es un ejemplo. De lectura, fácil y agradable por cierto, sostiene un buen manejo de los niveles de comunicación precisos, ―no en balde el autor es filólogo y periodista— pero, que existen por algo, y él los usa demasiado, aunque hablemos de fabulas, cuando apenas empieza una a saborear la retórica transversal de distintos campos de conocimiento, se descubre que en realidad hay un encubrimiento de acepciones habitualmente diferenciadas para distinguir entre lo políticamente hablando más apetitoso de la convivencia con los insectos, y lo enervante vuelo de una mosca a la que por más que lo intentamos no podemos matar, y que al estar acompañadas de algunas particularidades gramaticales o semánticas, el casi inexistente uso de metáforas, o símiles por ejemplo, de pronto sacuden los pesos y medidas de lo que estamos leyendo, con un tono poco conciliador entre lenguaje masculino y femenino, y aquí, las aludidas en la Rebelión de las Avispas, si que no tendrían problemas en identificar el uso subversivo del idioma descalificador, cuya ambigüedad lo hace a una pensar, o si es ofensa, o simplemente una manera de ver la vida; hasta ahí todo bien; pero, al hacer una segunda lectura, subliminalmente expresividades tajantes, cortantes, lacerantes, al servicio de una estética misógina, rápida y furiosa, establecen un acercamiento que ni por broma es tierno, afectuoso, compresivo del actuar del género femenino, por el contrario, el grotesco y enajenante, masivo y ofensivo velamen de féminas de las especie elegidas, que como Hera(s), Parcas díscolas, lo mismo que la chica de los cabellos de serpiente, acechan al macho de su estirpe, (que en este caso representa a ese pobre, indefenso muchachito ese de Zeus, que no ha hecho nada para justificar esos comportamientos) en alimento tierno y predecible de seres orgásmicos y copulativos que en función del apareamiento, Los Nidos del Feminismo, Pág. 52., hacen de la victima irremediable de las barbaridades genéticas de la naturaleza un simple zángano que espera a perder los genitales porque tal es su destino.
Esta, a mi pareder es una lectura grata para cierto tipo de mujeres; las que revolotean pensando en el amor ideal; para las que tienen más de dos minutos de tiempo libre: la prosopopeya, estereotipada cualidad de darle vida a lo que no lo tiene, hace del texto un asuntamiento demasiado técnico, y leer un poemario con un diccionario de griegos bajo la cabeza, (por cierto, la Ninfa Anisolabis, cuyo nombre fue dado a una especie de cucaracha marina originaria de las costas del Japón, no aparece como tal en ninguna parte, obviamente es una aplicación del autor, que del mismo modo irreverente y santón, la hace parecer tonta, y miope, que sin poder distinguir entre un instrumento de trabajo creado por ella, a uno creado por una tijerilla, vulgar y corriente, es la burla de otros semidioses, especialmente cuando el bromista es igual a lo que se esconde bajo una piedra, porque no sabe para qué demonios lo crearon...Pág.26) no es nada más que aburrido, como lo es andar por ahí, con un diccionario de clasificación taxonómica bajo el sobaco, no solo porque pesan en p..., sino porque el embia con m y b, corresponde al Embia amadorae, Pág.28, un insecto nectaurus, cuya hembra suele escoger a un macho para reproducirse, en el acuerdo de que poco antes de que las crías nazcan, por aquello del orden “caza” al padre de los pequeños, y se los entrega para su cuido, manutención y demás, porque es de las primeras especies que el macho no es solo reproductivo, ni que la hembra solo para atender el hogar existe; por tanto, ni se detiene en aspectos de la vida común que no le interesan, es decir que no se puede, ni se debería usar a la ligera, o para dar a entender lo mucho que sabe un creador que lo envía a descifrar enigmas, sin pensar que existen lectores que no caen en esas trampas. Agreguemos que el in (soportable, necesario, salobre, digesto) preguntario, (una idea que se puede explotar más, con unas cuantas preguntas metafóricas y metafísicas de mayor contundencia, en lugar de hacerla a una sentir señalada, acusada, juzgada y sentenciada por una esfinge con el reloj de arena defectuoso, que aún así insiste en preguntarte cosas que ocuparían toda una semana mayor, en mi caso pa’medio responder, y por supuesto a la hora que lo hiciera, años tendría de ser parte del desierto de la memoria) y que obliga a repasar cada dos segundos, la genealogía completa del insectario universal.
Lo dije al principio, y lo reitero muy bien escrito, pero este de todos los libros que he leído últimamente, este sí es, absolutamente carente de cualquier otro sentimiento que no sea el una verdadera lastima
El marco de un espejo inexistente para este libro
Hasta la próxima

La Coleccionista de Espejos

1 comentario:

Alexánder Obando dijo...

La redacción me dificultó un poco la lectura, pero si entendí bien, asumís que esta obra se emparenta con el mamarracho de Morales en virtud (¿o vicio?) de su misoginia. Esas son palabras fuertes y habrá que leer detenidamente el texto de nuestro amigo Villalobos para ver si también encontramos tan lamentable asociación.

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