martes, 26 de julio de 2011

Taller de Creación Literaria, Don Chico

EL PRECARIO

Aunque Yo era una  niña pequeña, me daba cuenta cuando mi maestra hablaba con la Directora de la Escuela, sobre mí: -¡Vive en un cuarto redondo!...
 Yo no podía entender eso, pues el cuarto donde mi mamá, su compañero, mis seis hermanillos y yo vivíamos, era cuadrado,  de latas de zinc y piso de tierra; es verdad, pero no redondo. Con costos había una tarima de madera con colchón, por cierto siempre miado, donde dormíamos todos en piña, una tabla con la plantilla para cocinar y una silla destartalada. No había espacio para nada más. Al comer algo lo hacíamos por turnos, ya que no cabíamos todos al mismo tiempo.
Por una esquina del techo, delgado y renegrido, colgando de una gran vara de madera o una caña de bambú con un clavo en el extremo entraba un solitario cable eléctrico;  en el centro colgado por Moncho, un hombre pequeño pero fuerte, una bombilla de 50, que con nerviosos parpadeos brindaba luz y calor.  Solo las tardes de lluvia me daban miedo; porque el cable escurría como paraguas mojado gotas de agua y recordaba las historias y al más de un conocido pegado por robar luz a Fuerza y Luz.  De vez en cuando, cuando llegaban los de la Compañía de Luz y pescaban descuidado a alguno nos obligaban a desconectar los cables, y se los llevaban; pero cuando se iban Moncho y los demás salían de su escondite: poco después volvíamos a la rutina de conectar "nuestra luz"; a pelear con los piedrerillos y habituales que aprovechaban nuestra suerte para hacerse de los suyo, robándonos lo poco que teníamos para comprar drogas.
Mis hermanillos mayores, Maicol, Yeremi y Brallan se jalaron de la escuela para ir a bretear para ayudar.  Los menores aún no tenían edad para ir, y yo siempre continuaba asistiendo, quizás porque la escuela era  al menos un ambiente diferente, en que cantando en inglés u otro idioma, según yo, porque no sabía qué era una milpa, nunca en mi vida había visto güelles, ni tenia la menor idea de lo que era una yunta, pero aun así me gustaba cantar cuando tenga mi casita, y una yunta y buenos güelles… cuando apunta el verolis…  me distraía del ambiente del vecindario, no se veían tantas peleas y me le zafaba a mi padrastro que me  asustaba más que la electricidad y mantenía la eterna ilusión de que algún día tendría casita, y eso si lo podía entender muy bien porque tenía el sueño de vivir en una casa de verdad, como las que veíamos en San Francisco de Dos Ríos, donde mi padrastro nos hacia ir a recorrer sus vecindarios, tocando puertas a pedir... 
      La mayor parte de las veces nos arrugaban la cara, pero algunas personas nos daban bolsas de leche en polvo, arroz o plata. Todos nos cansábamos de andar jalando la carga, pero era comida, mejor que plata, ya que esta nos la arrebataban nada más llegando de vuelta: Era uno de los pocos momentos que mi padrastro ponía cara de satisfacción, nos daba una tiza y nos recordaba la importancia de marcar en la pared de las casas donde no había nadie, una rayita pequeña, oculta, a la altura de la cabeza de mi hermanillo menor, Saimon, de tres años, que siempre  iba con nosotros y que con su pancita pelada, redonda como una sandía, su cara sucia y su camisa güequiada, era el que más lástima daba. Lo poníamos de primero, para ablandar a la gente y que echaran algo.  No sabíamos por qué había que marcar las casas vacías, pero los golpes en la cabeza solo se recibían una vez, ligerito se aprendía a no preguntar para no recibir más chichotas.
     Cada cierto tiempo, mi padrastro se reunía con sus amigos, se montaban en un carro viejo, que echaba grandes nubes de humo negro y se despistaban por tres o cuatro días; para nosotros eran los mejores momentos de la vida, con menos molote en el camón, sin regaños, golpes o puteadas, y en esos días no teníamos que ir a pedir; hasta que regresaba con cara de haber parrandeado mucho, de goma y con plata en la bolsa. Algo pellizcábamos de la comedera y hasta un anillo bueno le dio a mamá una vez. Nada más pasado el parrandón y la plata; le volvían las pulgas malas y de nuevo todos a salíamos a recorrer calles buscando comida, pidiendo regalado y marcando casas sin gente con la tiza, solo que en un vecindario diferente.   No sé ni cuántas veces pasó lo mismo, hasta que una vez llegó la OIJ, abrió la joroba del perol que echaba humo muy negro, le encontró una pata de chancho, cadenas rotas, un tele robado, puñales y otras cosas que lo embarraron, no se de qué, pero así dijeron los policías. La situación se calmó para nosotros.  Podía ahora seguir yendo a la escuela, cantar las mismas canciones en inglés, que no entendía y buscar quien nos regalara algo, nada más que sin tener que marcar con tiza las casas buenas sin gente adentro.

Julio 2005.
Diagnostico:
Este estilo se llama, o más bien pertenece al Dark Realism:, o realismo sucio, una forma de escritura que se basa en relatar historias cotidianas a partir de una realidad social, que mayormente ha sido desarrollado por autores como Fallas, Gutiérrez Mangel, los nacionales que ahora me vienen a la mente, o Carson Mc Calluers.  Detallado aquí que este autor esta dotado de un don de observación que ha ido puliendo con la lectura y el pensamiento conducente lógico que, desde distintas perspectivas logra poner en orden su concepto de mundo.
Buen Trabajo 
DMcDW
Para La Coleccionista de Espejos: Rodrigo Villalobos, Taller Don Chico, Café Cultural Francisco Zúñiga Díaz.

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